Críticas de espectáculos

Poesía y humanidad en confinamiento

Otro de los espectáculos extremeños destacados en la 47 edición del Festival Internacional de Teatro y Danza Contemporáneo de Badajoz ha sido «Querido Darío». El evento teatral más longevo del país, y, quizás, el único que ha convertido sus limitaciones presupuestarias en un acto de resistencia artística. A pesar de que los fondos han crecido apenas un susurro, en esta edición, que concluyó este fin de semana, se ha notado un esfuerzo por revitalizar la programación, enfrentando las dificultades con un impulso renovado tras años complicados. La programación ha sido diversa y de calidad: además de teatro y danza, incluyó circo y marionetas, en una propuesta diseñada para atraer a públicos de todas las edades. Asimismo, se reactivaron las actividades paralelas –con debates, exposiciones, talleres y clases magistrales-, esenciales para reforzar el componente educativo del festival y ofrecer a la comunidad artística espacios de reflexión, aprendizaje y expansión creativa en la región.

Y es aquí donde reside el verdadero valor de este festival, en mi opinión, el más relevante de Extremadura y, sin duda, uno de los que han sido más singulares del país, pues en las mejores ocasiones llegó a estar descentralizado por 30 poblaciones de la región. Un festival que se aleja de los eventos que priorizan el espectáculo comercial, a menudo enfocados bajo luces brillantes con mucho presupuesto, en atraer audiencia con rostros del famoseo patrio y que solo han funcionado con mediocridad. Aquí, en cambio, se apostó por producciones arriesgadas y contemporáneas, comprometidas con la realidad política, social y cultural actual. Por ello, esta 47 edición ha sido mucho más que una muestra de espectáculos: ha sido un mosaico cultural, un Festival auténtico que nutre el panorama artístico y reafirma a Extremadura en el escenario internacional.

«Querido Darío», texto, escrito por Miguel Murillo Fernández -sobrino del reconocido dramaturgo pacense Miguel Murillo Gómez- y producido por la compañía extremeña Escénico 700 Pesetas, es una obra teatral intensa y evocadora que invita a reflexionar sobre la vida en prisión, explorando hondas inquietudes de lo humano en el contexto de la supervivencia dentro un entorno opresivo.

En el severo confinamiento de una celda, Murillo Fernández despliega un rico universo simbólico en torno a la relación entre Rubén, un joven artista sensible -pintor y dramaturgo de talento notable, admirador de Rubén Darío y García Lorca, que oculta su orientación homosexual para enfrentar la hostilidad de sus compañeros-, y Cándido, apodado «El Rumano», un prisionero endurecido tras ser encarcelado varias veces -por robar aceitunas con una banda armada-, muestra cómo dos almas disímiles pueden hallar, en la convivencia forzada, una comprensión y humanidad compartidas.

El autor extremeño, con una trama sólida y de gran calidad poética, sustentada en hechos reales, relata en «Querido Darío» esa historia de Rubén, atrapado en una red fatal de circunstancias que lo conducen al encierro. Sin embargo, esta obra va más allá de un relato carcelario; es una exploración profunda de la condición humana, de la búsqueda de identidad y del anhelo de redención en un espacio que reprime. La interesante narrativa logra resonar en el espectador, provocando una reflexión profunda no sólo sobre la vida de sus personajes, sino también sobre la naturaleza de la libertad y el sentido de la justicia.

La dirección de Sara Jiménez, con una cuidadosa intervención para una duración adecuada del espectáculo, reduce ciertos pasajes líricos presentes en el texto, pero potencia el impacto sensorial de la puesta en escena. Aprovechando un espacio limitado y elementos visuales minimalistas, construye una atmósfera introspectiva que envuelve al espectador en la experiencia. La iluminación, de inspiración expresionista, es sugerente y evocadora, mientras que los paneles de gasa translúcidos enmarcan con acierto los momentos en los que Rubén escribe en su diario, subrayando su aislamiento emocional. Este diseño logra un equilibrio entre lirismo y humor agrio, manteniendo el flujo constante y una intensidad envolvente a lo largo de la obra.

Las interpretaciones de Miguel Pérez Polo como Rubén y el veterano Fermín Núñez como El Rumano son destacables, logrando captar con pericia los matices complejos de la obra. Pérez Polo transmite con sutileza la vulnerabilidad y evolución de Rubén, mientras Núñez -quien también se desdobla interpretando a un servicial psicólogo de la prisión- añade un toque de humor y versatilidad que humaniza a El Rumano. Juntos, construyen una relación intensa, colmada de tensiones y reconciliaciones, que permite al espectador adentrarse en el viaje compartido de ambos personajes, vislumbrando los destellos de esperanza y humanidad que logran sobrevivir incluso en el entorno más sombrío.

El nutrido público que asistió al Teatro López de Ayala despidió la función con una ovación prolongada, reconociendo así la promesa latente en la pluma dramática de Murillo Fernández, este joven autor extremeño.


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