Polémica entre tres autores en Madrid
En «La Tertulia de los Lunes» en el café Garibaldi, de Madrid, Luis Riaza, tal y como todos preveíamos, afirmó que el teatro estaba muerto. Tratándose de Riaza es comprensible, además, que ni siquiera tuviera la piedad de considerarlo en crisis: lo mató directamente. Y parecía satisfecho al asegurarlo. Si alguien cree que el teatro está en crisis, que empiece por dudar y no por regocijarse, porque si se alegra de lo que a él mismo le perjudica estaremos ante una psiquis de dudosa estabilidad. En «La Tertulia de los Lunes» en el café Garibaldi, de Madrid, Luis Riaza, tal y como todos preveíamos, afirmó que el teatro estaba muerto. Tratándose de Riaza es comprensible, además, que ni siquiera tuviera la piedad de considerarlo en crisis: lo mató directamente. Y parecía satisfecho al asegurarlo. Si alguien cree que el teatro está en crisis, que empiece por dudar y no por regocijarse, porque si se alegra de lo que a él mismo le perjudica estaremos ante una psiquis de dudosa estabilidad. A esa contradicción se le podría llamar el complejo «Millán Astray». Como se sabe, el general era manco, tuerto y labrado de cicatrices. Esas condecoraciones cárnicas las había obtenido en la guerra y, como le dijo Unamuno en Salamanca, para que pasaran desapercibidas, el General ansiaba que otros las tuvieran también, de ahí su grito tenebroso de «¡Viva la muerte!».Así son muchos profesionales de la escena: como ellos no estrenan, prefieren que nadie lo haga. Creeré que el teatro ha muerto, cuando me lo diga alguien que estrena cada año con éxito y que a la vez, posee fama y respeto. Creeré que el teatro ha muerto cuando Boadella, por ejemplo, me lo diga. Mientras tanto, procuraré no confundir la muerte- física, psíquica o artística-de algunos autores, con la muerte del teatro.
ALBERTO MIRALLES
(Publicado en EL CENITAL)
EN DEFENSA DE LUIS RIAZA LAS ESCAMAS DEL PESCADOR Por PABLO VILLAMAR
No es Alberto Miralles precisamente el autor más adecuado para criticar la ponencia o la postura de Luis Riaza. Que el teatro está muerto, metafóricamente se entiende, ya lo ha dicho hasta Andrés Amorós. Así quiero creerlo, pero es que además, en su haber está el hombre bondadoso, el personaje que un día soñó, con la mejor intención del mundo, en la aventura del teatro, en ser un autor de éxito, como nos sucedió a todos, y ahora se encuentra perdido ante el marasmo profundo que la política, la sociedad, las costumbres y la sofisticación del marketing, ha influído de forma determinante para el gusto del público. Quizás, el bueno de Riaza, no viva en nuestro tiempo, lo cual no es reprobable, a no ser en el aspecto práctico. Y como nadie se hace una introspección, ni se mira en el espejo de si mismo, Miralles todavía no se ha enterado de que está en la misma linea que Riaza, sin vivir tampoco en su tiempo, que se le paró el reloj, adorando a Boadella, al que coloca junto a Zeus, en su parnaso particular, en lugar de citar a Ana Diosdado, Santiago Moncada, Jaime Salóm, Antonio Gala, Jose Luis Alonso de Santos…eso sin contar a Marsillach o Fernán Gómez, que por algo es académico de la lengua, digo yo, y tantos otros autores de prestigio y de estrenos continuos. Se hace más sospechoso cuando hace la rosca a Rafael Mendizábal, tan sólo porque está bien visto en Moncloa. Que la política hace extraños compañeros de cama, lo sabíamos desde hace tiempo. Lo que no cabía pensar es que el protestón, el parlanchín, el más temido por sus acervas críticas, el que hablaba mucho y no hizo, teniendo en sus manos la oportunidad de hacerlo, ahora se muestre reaccionario por aquello de que el que habla, no sale en la foto, y desahogue su bilis, o su carácter atrabiliario con el más indefenso de los autores, con la mejor persona también, con Luis Riaza y chapó. Pues no señor, no tiene razón, ni bases, ni fundamentos para hacerlo, a no ser las escamas del pescador. A Luis Riaza todos le quieren y le respetan. Así, en su charla, que se va a repetir, dado el éxito que tuvo, y las discusiones y polémicas que suscitó. Bravo por Luis Riaza y malo para Miralles que no puede soportar el éxito de los demás y, en su paranoia le quiere comparar con el general Millán Astray amparándose en Unamuno, como cualquier seudo al uso. Miralles podrá hablar, e incluso criticar a sus compañeros, cuando sea el Millán Astray de los autores, no por sus heridas, si no por su «heróica» en la escena. Pero ese día, si llega, cantará las glorias de la Legión.