Sangrado semanal

Porque llegó el descanso

Una persona lanza un primer encuentro piloto entre los mayores del lugar del pueblo de su madre con el fin de rescatar tradiciones, cantos y cuentos que van camino de perderse con las últimas generaciones que segaron el trigo a mano y amasaron el pan, celebrando cosechas.

Hay nostalgia en ciertos jóvenes de hoy, que rescatan la frase de Manrique al pensar que cualquier tiempo pasado, a poder ser remotísimo, fue mejor. Pero la vida del campo fue, es y será dura. A pesar de que a los viejillos del lugar se les empañen los ojos al recordar los tiempos en los que existían canciones concretas para cada labor que se realizaba en el campo. Pero eso se debe a que recuerdan su juventud y, no tanto, a la dura vida que les tocó vivir. Hay una novela llamada Atrapados en Nueva York que introduce al lector en un paisaje apocalíptico de ruinas y escombros, donde todo es suciedad, enfermedad y precariedad. Y aún así, los niños que saltan semidesnudos entre los charcos tóxicos sonríen y gritan de felicidad, porque no han conocido una realidad mejor.

«Con el progreso llegó el descanso», puede leerse en un pequeño arado pintado a mano y arreglado con mimo que está expuesto, a modo de decoración, sobre el muro de piedra de una de las pocas cosas que existen en un pueblecito llamado Espinosa de Bricia. Otra cosa que se ve por doquier en los caminos de entrada a las casas, sobre los muros, y en las escaleras son piedras. Piedras con formas inverosímiles, pero también cercanas, que el viento se ha encargado de tallar con el pasar de los años. Estos minerales adquieren formas increíblemente parecidas a otras formas que encontramos en la naturaleza: aquí uno ve un conejo, aquí una vaca, en ésta se distingue, claramente, el vuelo de un ave y ese de allí es claramente… una tortuga.

«Antes se encontraban aquí muchos más fósiles», cuentan los paisanos del lugar. Conchas y caracolas que llevan en su forma el secreto de la belleza del mundo, el número áureo, los fractales, las espirales que encontramos en el humilde caracol y en la forma de las aspas de nuestra galaxia. Son auténticas joyas que susurran secretos de mares antiguos en un paraje de tierra. «Allá, en aquellas eras, había montones de ellos atrapados, sólo había que ir allí, escuchar y escarbar bajo la tierra. Pero ya no los hay. Al menos, ya no se encuentran enteros, sólo hay fragmentos, trocitos dispersos por aquí y por allá, pedazos, porque llegó el descanso, llegó el progreso, las máquinas de arar, que son diferentes a la guadaña. Con la guadaña se cortaba la hierba a ras de la tierra, no se la hería. Pero con la máquina de arar, en cambio, el asunto cambió. De hecho, la máquina tritura los fósiles. Ante tal destrozo dan ganas de odiar el avance técnico que desmenuza la poesía natural.

Resulta sencillo criticar el progreso desde la silla estática del intelectual, al amparo de los teatros. Más difícil es hacerlo mirando a los ojos de una piel curtida por el viento, de unas piernas morenas calzadas con calcetines blancos y zapatillas, de una boca humilde que come pan blanco y habla poco.


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