El giro hermenéutico

Porvenir

Esperando a Godot de Samuel Beckett, un clásico del teatro del absurdo, presenta a dos vagabundos: Vladimir (Didi) y Estragón (Gogo) que esperan en un camino, cerca de un árbol la llegada de Godot. Mientras esperan, pasan el tiempo divirtiéndose con juegos verbales, haciéndose preguntas, pensando en suicidarse o marcharse, encontrándose y desencontrándose, siempre en el mismo en el mismo lugar y acaso: ¿el mismo tiempo? Reciben asustados, la visita de Pozzo y Lucky, -el amo y su esclavo- y escuchan el largo monólogo que expresa -entre otras-, una actualísima certeza: el hombre y su cerebro, a pesar del progreso, están encogiendo. Luego reciben a un muchacho que les trae un mensaje de Godot. El segundo acto se desarrolla igual que el primero con algunas variantes.

Las concepciones filosóficas en torno al Tiempo enunciadas por San Agustín, Bergson y Heidegger plantean su noción como problema indisoluble a la experiencia interna de vida. Cada uno de ellos aporta elementos que se contraponen y complementan, sirviéndonos de herramienta para el estudio de la experiencia de vida en el tiempo dramático, o sea, en acción, creado. Para San Agustín es vasto en perspectivas, y por ende, complejo, laberíntico y colmado de interrogantes. Preguntas difíciles de responder por su condición cambiante, por su constante movimiento, su transformación y su tránsito fugaz en la vida del hombre. Una realidad que se vive, se vivió y se vivirá, es decir, presente, pasado y futuro condujeron al filósofo a preguntarse ¿Qué es el tiempo? Ante el interrogante, responde: Si nadie me lo pide, lo sé; si quiero explicarlo a quien me lo pide, no lo sé. «No obstante, con seguridad digo que si nada pasara no habría tiempo pasado, y si nada acaeciera no habría tiempo futuro, y si nada hubiese no habría tiempo presente», expresa un lógico San Agustín. El tiempo, pensado de este modo, se vive a través de cambios y transformaciones, su duración es sentida en los pensamientos; por la mente pasa el tiempo, de manera fugaz, imposible de atrapar. Los desplazamientos arbitrarios permanecen en la conciencia, el futuro es lo que se espera; el pasado es lo que se recuerda, y el presente aquello a lo que se está atento. El tiempo se manifiesta desde esta perspectiva como espera, memoria y atención.

Heidegger, en Ser y tiempo, analiza el problema del tiempo: el llamado tiempo vulgar, fechable, distendido y mundano, plantea el tema de la historicidad donde estudia al pasado, mirando el porvenir, siendo esta la orientación de toda la obra; el tiempo mismo, la temporalidad. El tiempo no es la simple conexión: futuro-presente-pasado del tiempo en la acepción cotidiana. Por eso le contrapone la temporalidad, con el advenir-presentar-sido. Esto parece indicar, entonces, que Heidegger espera del advenir y sido, más que un simple futuro y pasado; quizá una extensión del presente que los incluya, como decía Bergson con su Duración. El advenir que no se ha vuelto real, pero que llegará a ser, un buen día, el porvenir en que el ser ahí adviene a sí en su más peculiar poder ser… El pasado como un ya sido está condicionado por el porvenir porque, así como son auténticas las posibilidades que ya han sido, también ya han sido las posibilidades a las que el hombre puede auténticamente retornar y que aún puede hacer suyas. El tiempo como advenir contiene varios elementos de gran importancia, porque constituye otra manera de analizar el problema del tiempo; elementos como la nueva manera de ver el tiempo, ya no como una estructura necesaria, como el orden causal del futuro, presente -pasado, sino a la estructura misma de posibilidad de pluralidad de órdenes de la experiencia «en acto». Y porque, como plantea Gadamer «la verdadera experiencia es la experiencia de la propia historicidad de uno», es que hoy me asaltan estas dudas filosófico-metafísicas acerca de mi tiempo, acaso… nuestro tiempo porvenir.


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