Procesos
Proceso de ensayos. Proceso de trabajo. Proceso de formación. Proceso de aprendizaje. Proceso. Un término en boga y en boca de muchos desde hace años. Pero, ¿qué entendemos por proceso? ¿De qué estamos hablando realmente cuando decimos proceso? ¿Qué significa para mí? Cuando hablo de proceso me refiero a una sucesión de pasos, dados en el tiempo, dirigidos a construir algo vivo. Pero, ¿qué quiere decir la palabra más allá del significado subjetivo que le podamos dar? Recurro a la Real Academia Española y me cuenta; acción de ir hacia adelante, transcurso del tiempo, conjunto de las frases sucesiva de un fenómeno natural o de una operación artificial, acción de seguir una serie de cosas que no tiene fin. No parece que vaya yo desencaminado.
Hasta aquí bien. Pero mi preocupación aparece cuando esta palabra llega envuelta entre pretensiones pedagógicas de la boca de personas con aires de colega social e intelectual . Pero, ¿qué posición ideológica subyace en ese abordaje pedagógico? Y, también porqué no, ¿Qué grado de salud emocional hay en las personas que lo promueven? Mi atención va en aumento cuando el proceso del que se habla se da en un contexto creativo o formativo que tiene como materia prima la persona y su expresión, o mejor dicho, la construcción de la expresión de sí mismos a través de la voz y el cuerpo dentro de un contexto artístico. ¿Cómo combinar el respeto y el apoyo a la construcción de la individualidad de la persona en la expresión, con todas las diferencias y semejanzas que ello supone, con la exigencia propia del resultado? ¿Cuándo hablamos de un proceso creativo con un fin artístico o personal donde ponemos el centro de gravedad? ¿Ese centro es la propia persona, sea alumno o actor? O, ¿está centrado en la personalidad y figura del profesor?, o quizás, en el profesor como mero representante del sistema social, cultural, educativo en el que vivimos? Hablamos de procesos centrados en el alumno, en la persona? Seguramente, dependiendo de la actividad y, del fin que esta tenga, el centro estará situado en un foco o en otro. Pero, en cuanto a formación se refiere, ¿es lícito optar por cualquiera de estas posibilidades? Cuando el centro está situado en la figura del profesor como modelo corremos el riesgo de construir una fotocopia que oculte y obstaculice la verdadera personalidad expresiva del alumno, para pobreza de los demás y satisfacción del ego del profesor; si, por el contrario, el proceso de formación está centrado en el sistema, nos encontraremos, en el mejor de los casos, o peor, según como se mire, con personas bien educadas, léase domesticadas, que no crearan conflicto al modelo establecido. Si optáramos por un proceso centrado en el alumno seguro que estaríamos delante de cuestionamientos, sorpresas, adaptaciones, que nos obligaría a ser más flexibles. Eso sí, sin perder el rumbo, ni el contexto. Se darían situaciones de co-creación dentro de una relación asimétrica donde ambos, profesor y alumno se enriquecerían mutuamente. Sería un proceso vivo, lleno de descubrimientos, creativo. Un proceso de crecimiento para ambos.
Pero, de todas las opciones posibles de procesos de formación, la que más me espanta, es aquella que está llevada por personas que piensan que llevan a cabo una formación o educación centrada en el alumno y en realidad están haciendo todo lo contrario. Me espanta por peligrosa, por confusional, por su perjudicial desconexión con la realidad de sus acciones. Es como racionalizarse, creerse y presentarse como una persona de izquierdas con una solida conciencia social, mientras con el pie, aplastas la cabeza a tu empleado. Y para cerrar el ciclo del horror, el aplastado pensar y creerse que está siendo tratado justamente.