Zona de mutación

Procrear vida desconocida

F

rente al General, se levanta el paisaje insondable de un misterio humano que no quiere develarse a sí mismo. Frente a su regadera, las flores saben que la muerte es más dulce que la tiranía. Frente a él, la poeta que lo ve sostenidamente a través de los visillos, procura fijar un día y un momento para que las angustias de los hombres concretos, no se transformen en leyendas, en manipulaciones imaginarias. La promesa vale sólo por esa inaceptable cercanía, por esa falsa igualdad de una ley incumplida. La realidad profunda: La distancia en que se sume el doliente bajo la tierra de las banalidades, pagada de su propio bolsillo. Hay un pacto con la lejanía, como dice Sloterdijk: la escritura es el poder transformar el amor al prójimo en vida desconocida, lejana, por venir (actio in distans=seducción a la lejanía). No hay perdón para quien no lo necesita.

Ella, la poeta, levanta frente a la literatura gris de los mandatos, frente a las escrituras absolutas de la a-historia, la angustiada relatividad de los gestos, la rostridad vertiginosa y material de una música que no podría sino componerse con el friser frenético de las consonantes. Quizá pensando que así, el acontecimiento se redobla en su evidencia. ¿Qué es este retumbo sino la memoria?, donde la poesía en acto equivale a tirar los trapos sucios, los reclinatorios de los militares genocidas e inarrepentidos, los confesionarios de los curas pecaminosos y demasiado humanos, a la intemperie de los patios.

Entre los griegos, las Erinias implacables vengaban los asesinatos cometidos entre quienes tenían lazos de sangre, y sólo devenían bienhechoras Euménides, cuando la excusa de imperativos morales, conceptuales, era reconocida como responsabilidad propia del acusado y aceptada por ellas. Esa mutación sólo era posible a través de la justicia, la que permitía la evolución. No siendo así, la culpa sólo era purgada con venganza. La poeta, empecinada, es la cronista dramática de una ley que no se aplica y de una justicia que no se ejecuta y de un hombre que no muta. Escribir es vengarse. Por eso en su voz, no son las letras la música del aire, sino la música del cuerpo, la de los órganos, el territorio donde la injusticia impide el aquilatamiento cualitativo. Puede plantearse un presagio: la voz de la Furia, ¿llegará a flor? ¿La señal será cuando a los pobres les lluevan mantas desde el cielo, a los malestares físicos sus antídotos infalibles, a los sueños de probeta los arrasen los torrentes ígneos de la vida que se vive? Quién lo sabe. Es en la fricción de las consonantes («fatídicas fisuras de cerebro de ojos de ano») que pueden herirse los velos que encubren lo macabro, lo grotesco. Una consonante de la poeta, entre los dientes, puede convocar a Goya («con fauces huecas/ y fobias infinitas/ a la pobreza y a la muerte»). Olvidar la sonoridad abierta de las vocales complacientes porque hay que nombrar lo que no se dice (los desaparec…)

En los cuerpos mordidos, lacerados, autopsiados, se disputan las batallas. Así como en los campos, yacen los cuerpos consanguíneos, irredentos, insepultos, el dolor es el lugar abstracto donde a pocos les importa encontrar a nadie. Ella, la poeta, sintoniza una voz en su cuerpo compelido, herido, como en el Artaud de Blanchot: ¿es posible que sufrir sea en definitiva pensar? Su drama de coéfora se traduce en ofrenda escrituraria, donde la magia de las palabras (nigroman-cia=magia=gramática=grammar=glamour) escribe lo que falta. Toda presencia es una compensación de duelos.

La poeta despieliza cuerpos, porque las pieles son las vendas hojaldradas de viejos dolores que a nadie preocupan. La imposible Ley destinal, donde las condenas no se purgan con falsos perdones, precedentes que franquean las puertas a la muerte en absoluciones negociadas, buenas conciencias industriales y al mejor postor, marketinizadas por el target del buen cristiano. Mientras tanto, cada capa un grito. Cada dolor es una forma de conocer el cuerpo y de conocer del cuerpo. El primer dolor de ausencia, de cuerpo arrojado de los aviones a los mares del desnombramiento, a la violencia de las nuevas nominaciones adoptivas. Cuerpos del delito. Y más, el propio cuerpo como delito del Otro. Lazos delincuentes, desollamiento de existencias. Aún hay borceguíes que patean huevos sembrados en las playas. Terminan los secretos, los velos poderosos, las honras nobles. Hay un furor de una descarga uterina que pare cuerpos culpables de su visibilidad. El lenguaje es experto en ausencias.

Pero hablar del dolor en la materia-mater del dolor, rezuma una ética. La poeta no resarce su dolor en las mentidas condolencias del hipócrita círculo colectivo. El dolor de la poeta purifica las bases de las singularidades desairadas. Silencio, poeta peleando por uno.

Los tropeles de la ausencia que se prenden a la estela de un quasar, para decirle al otro que se desprecia lo que no es, lo que no será jamás. Como supieron arrogarle sabiduría a sus voluntades extintoras. Los mismos cascos aterradores que otrora sumieron en el pánico a las indias en los montes. La misma pavura de las lenguas henia y camiare, ya extinguidas (el lenguaje es experto en ausencias), el miedo pampa, el miedo tierra que clama desde que se sabe que hay un mundo que quiere anularse con muerte. La tierra sabe. Se sabe en las afasias demudantes, en las exclamaciones balbuceantes, en las palabras sangrantes. Se sabe que lo primero que se pierde en el terror es la palabra y los fluídos corporales. La voluntad del poeta sabe que las estrellas lo saben y que el silencio no habla bien del cosmos. Por eso es que hay compensaciones con humildad de fugitiva originaria. La palabra de la poeta, testigo indeleble, gime en la desbandada maldicente, como harían las muchachas indias escapando de los misóginos depravados que chocaban con sus pe-tos y resbalaban en sus babas coloniales malsanas. El grito que entrecorta la palabra es descolonial. La respiración furiosa de la escribiente es una oración que se inventa a sí misma, desmintiendo el silencio de los silenciados. No existe más silencio que el que instaura la justicia del ritmo, la decisión de la conciencia, el hedonismo acústico del poeta. La voz de las lobas heridas, transgreden la semiótica y los fracasos de la lengua.

Si la shoah es irrepresentable, ¿cómo verbalizar el dolor íntimo que impacta en las potencias del habla? Los poemas gestuales, mímicos, crispados, iracundos, pasan por las manos como fotogramas impresos, y hojeados en velocidad promueven el vórtice de una dinámica cultural madre. La velocidad que se elige los hace caer en difuminación o nitidez. Uno decide el grado de vértigo en el que decide conocer.

Finalmente, las flores que la poeta prodiga nacen de un humus de cuerpo femenino. La cultura que cultiva pérgola y perfumes, rompe la cadena de hambres y matanzas. La bienaventuranza no es el milagro de los panes multiplicados, sino el de los panes generosamente repartidos.

Las Erinias, buscando hacer cumplir el destino pueden hacerlo cumplir sobre el lenguaje, equiparando que lo que le ha pasado a él, le ha pasado también al hombre.


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