Y no es coña

Proyecto y discurso

Escribo esta vez desde Almada donde se celebra la trigésima primera edición de su magnífico Festival Internacional. Lo abrió en esta ocasión Pippo Delbono para colocarnos ante la vida y las ganas de vivir pese a todas las vicisitudes. Un espectáculo que te voltea, que te noquea, que te deja inerte ante su aparente lenguaje pop y que siembra en tu conciencia las dudas de una existencia volátil en un desierto de emociones. «Orquídeas» de amor y muerte. De desesperanza y de compromiso.

Estas visitas rutinarias de los lunes no pretenden ser crónicas, ni relatos de experiencias, sino laboratorio de sensaciones que contribuyan a entender la realidad que nos circunda. Sí, me duele el Teatro que se hace en Catalunya, donde nací, crecí y me reproduje. Me duele el Teatro de Euskal herria donde he desarrollado la parte más activa y prolífica de mi vida teatral en diferentes campos. Me duele el Teatro de todo el Estado español, de todos sus rincones, porque me siento incurso en su devenir. Me duele el Teatro que se hace en Iberoamérica por vocación, cercanía y adopción. Y me duele el Teatro que se hace en Europa porque es la fuente de este teatro del que hablamos normalmente y no sabemos si se puede mantener con la misma preponderancia cultural y de incidencia profunda en la propia formulación del ser europeo.

Por eso sitúo mis reflexiones en lugares donde acudo por la generosidad de los organizadores y que me ayudan a entender un poco lo que nos sucede. Y en Portugal siempre encuentro vestigios vivos de lo que pudimos haber sido y no fuimos. En esta ocasión se organizó un encuentro alrededor la figura de Luis Miguel Cintra, actor, director, fundador de Cornucopia, uno de los grandes grupos de creación. Acompañado de directores y directoras de su generación, posteriores y actuales. El todo del teatro portugués estaba allí y nos enfrentamos los presentes a una suerte de catarsis. Se leyó un documento firmado en Mayo de 1975 por la mayoría de los teatristas más importantes de entonces, algunos allí presentes, solicitando entre otras cosas, una ley de teatro. Y en la solicitud se señalaban las necesidades, el proyecto elaborado desde la profesión real del momento, la formada por los grupos de teatro independiente. Comprometidos estética, social, cultural, política y teatralmente con aquella realidad cambiante, revolucionaria tras la caída de la dictadura. Este encuentro dejaba un poso amargo, porque muchas de las reivindicaciones de entonces están sin conseguir. Porque ha cambiado el panorama, y no todos entienden que sea para mejorar. Una manera de aceptar la situación y ver las posibilidades de mejorarla es hablando sin complejos de ella. Y en Almada se apuntaron vías de discusión.

Fíjense en la fecha del manifiesto portugués, porque es significativa. Vivía Franco. Ese año murió en su cama blanca del hospital, rodeado de los suyos. Al año siguiente, en 1976, los profesionales del teatro de Barcelona, creamos la Asamblea de Actores y Directores se «ocupó» el Teatro Griego de Barcelona donde se hacían temporadas de los propagandísticos Festivales de España, y se creó una realidad que perdura El Grec, que primero fue 76, después 77, y así hasta que lo absorbió la institución municipal. Y hubo manifestaciones, y lucha constante y manifiestos. Nosotros, entonces nos movíamos con un lema «Per un Teatre al servei del poble». Se formaron compañías con algunos montajes exitosos que recorrieron toda Catalunya; se programó a otras compañía de manera solidaria, cobrando todos la misma cantidad, tanto Alicia Alonso como Nuria Espert o un servidor. Y éramos jóvenes del teatro independiente, profesionales no adscritos, figuras de la escena internacional, pero todos con la idea más vaga o más férrea de la necesidad de cambiar la situación existente, de fundamentar las bases para hacer posible una evolución democrática del Teatro. En lo artístico, en lo profesional, en lo social y en lo institucional.

Con esto se quiere decir que han existido generaciones que han luchado con todas su fuerzas por sus proyectos, que lo han hecho con los instrumentos, conocimientos, herramientas y fuerzas existentes en cada momento, que no era casual, ni oportunista, sino que existía un discurso previo, una solidaridad, una idea de conjunto. ¿Cuándo empezó a desvirtuarse todo esto? El día que podamos contestar esta pregunta sin herirnos, sin acusarnos los unos a los otros, intentando saber dónde estuvo el error primero, quizás logremos un nuevo consenso, una unificación de fuerzas para pelear democráticamente por la regeneración del Teatro, hoy llamando Artes Escénicas, y propongamos un proyecto de futuro, con un discurso claro, que tenga en cuenta todas las realidades existentes, sin nominalismos, pensado que somos los depositarios de un bien común, el Teatro, que está por encima de nosotros, de las fracasadas y putrefactas supuestas «buenas prácticas», el sindicalismo de campanario y los divismos de poca monta.

Las instituciones y los parásitos que las regentan hacen lo que hacen porque enfrente tienen a unos pordioseros que se contentan con cualquier migaja, que solamente están pendientes de sus miserables situaciones personales o empresariales y que ni siquiera tienen un plan artístico, sino que funcionan según lo que demanda el mercado que ellos mismos crean. Si en algún lugar hace falta la regeneración democrática, el trazar un proyecto común es en el Teatro y todas la Artes Escénicas. Mientras tanto, ¿a quién le importa que el regente del Teatro Español de Madrid sea uno u otra, o que lo nombre la comisión directamente o la alcaldesa por inspiración divina y de las FAES? Lo que debería preocuparnos es conocer el proyecto y el discurso. El auténtico problema es lo que se va a hacer en y con ese bien común, histórico, patrimonio vivo de la ciudadanía. Y de eso no se habla. Nos hemos convertido en unos chismosos, que no tenemos ni la más mínima gracia.

Esta andanada va dirigida con inmenso amor y admiración a mis hermanos, todos los que desde todos los lugares del proceso creativo, de producción y exhibición hacen posible que siga existiendo el teatro. Sin excepción. Desde la más profunda discrepancia o la más efusiva concurrencia. Pero vamos poniéndonos las pilas, que se nos va la pascua mozas. Que se nos va.


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