El Hurgón

Qué se cuenta en Argentina

En muchas oportunidades hemos dicho, de manera tácita, que en Argentina se cuenta lo que no se cuenta en otras partes, y no es porque las historias que cuentan los narradores orales de ese país sean muy distintas a las que cuentan los de otros países, pues la diferencia se debe es a las pretensiones de funcionalidad que algunos narradores orales argentinos han decidido dar a sus relatos, para hacer de ellos un artificio con objetivo social.

Esta puede ser una razón por la cual el movimiento de narración oral se ha expandido tanto en ese país; pero otra razón también puede ser el deseo de encaminar su inconmensurable vocación por la palabra hablada, hacia una metodología que le reste emotividad y la vuelva consciente.

Existe una tendencia que lucha por imponerse entre los narradores orales de ese país, cual es considerar solo el cuento de autor, cuando se va a narrar, pero al mismo tiempo se está abriendo camino, a pasos agigantados, la tendencia de hacer de la narración oral un pretexto para refrescar la historia cotidiana pasada, contada a medias, porque cuando fue objeto de relato, el llanto y el dolor le impidieron volverse una historia con resonancia colectiva, y es por este motivo que la narración oral, no solo ha permeado a personas de todas las edades, con lo cual se crea conciencia de que para contar no hay edad predeterminada, sino que está induciendo a muchos de quienes desean contar historias, a buscar las de quienes por ser parte de la marginalidad social, nunca han sido contadas.

Nos llegan, con frecuencia, muchas noticias acerca de cómo se exploran en Argentina las diferentes maneras de contar un relato, y hacer que este gesto se convierta en un elemento importante, para reagrupar la historia y la sociedad alrededor de ella, y como uno de nuestros objetivos es promover experiencias de narradores orales, que merezcan especial mención, por su función social, estamos siempre dispuestos a compartir dichas experiencias con quinees nos leen.

Dos nuevos ejemplos queremos dar a conocer, de manera sucinta, a nuestros lectores. El primero de ellos, corresponde a Ana Pilar Andrade Pardellas, enfermera de profesión durante muchísimos años, y quien, según sus propias palabras, llegó a lo que es hoy, una amante decidida de la narración oral, contándoles cuentos a sus pacientes cuando advertía en ellos los desastres emocionales que provoca el desahucio.

Ana Pilar Andrade es ahora parte activa de una cofradía denominada narradores sociales, cuyo objetivo, nos lo sugiere su nombre, es hacer de la narración oral un medio lúdico, capaz de estimular a quienes desean contar los sucesos verdaderos de la vida, sin obligarlos a hacer un espectáculo para salvar el relato.

Nuestro segundo ejemplo habla de quien descubrió uno más de los encantos que producen los cuentos, a través una coincidencia, que resumimos con la siguiente anécdota: Marcela Placona, fue invitada a dar un taller de narración oral en un sitio de la provincia de Buenos Aires, adonde van jóvenes carenciados, que es como llaman en Argentina a quienes no tienen satisfechas sus condiciones básicas de vida. Quien hizo la convocatoria a dicho taller, o se hizo entender mal, o una homofonía despertó en los convocados un deseo oculto, pues en vez de la palabra narración, éstos escucharon la de natación. Sucedió, entonces, que el número de asistentes al taller de «natación» excedió las expectativas de los organizadores. La gran sorpresa de ese equívoco la dio la actitud de dichos jóvenes, porque todos se quedaron a escuchar cuentos, y después se animaron a contar los que sabían.

Para Marcela el premio llegó al final, cuando, uno de aquellos jóvenes en quien durante toda la jornada había estado observando un aire taciturno y una mirada parecida al rencor, se le acercó, y con los ojos cerrados, la besó en la mejilla, mientras le decía:

-No quiero abrir los ojos, porque temo que cuando los abra, las imágenes que llevo adentro se escapen, y no vuelvan jamás.


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