¡Qué viva el Festival don Quijote!
En estos días, hoy mismo o mañana, debería ir a ver alguno de los espectáculos del Festival Don Quijote que desde hace 30 años se presenta en la capital francesa. No me resigno a escribir ‘se presentaba’ porque espero que el año próximo se vuelva a programar en una Segunda Época, El Festival don Quijote, es mi deseo más ferviente.
Porque el Don Quijote significaba entrar a una actualidad teatral española del año, y a veces, en los años más prósperos, de Iberoamérica. ¿Quién va a restituirnos la presencia de los inmensos grupos que ha presentado el festival? No los enumero porque podría olvidar alguno y en su momento todos fueron indispensables. Clásicos y modernos, creaciones y reposiciones, danza y teatro, lecturas dramatizadas y recitales de poesía: días de intensa actividad en las ediciones del Festival don Quijote en cualquiera de sus sedes. Ver a los clásicos revitalizados: Calderón de la Barca, Lope de Vega, y más cercanos a nosotros, Valle-Inclán, García Lorca… Y a los verdaderamente contemporáneos como Juan Mayorga o Eusebio Calonge, Ernesto Caballero o José Sánchez Sinisterra…
¿Por qué se van cerrando uno a uno los festivales de teatro iberoamericano en Francia? ¿Por qué se apoya tan mal a los espectáculos teatrales? Lo sabemos, desplazar al teatro cuesta, no es lo mismo que una exposición o una película. Es creación viva, actores que sudan frente al público, magia pasajera que se reúne y se esfuma al término de la representación. En general, para viajar, el teatro necesita subvenciones. Y eso es lo que falta. Yo escribí: el teatro, una de las creaciones sociales más antiguas, es muy frágil, desde su invención ha necesitado ayuda…
Así ha desaparecido el Festival de Teatro Iberoamericano de Bayona, que fue en su momento una plataforma formidable para la creación en diversas lenguas romances: español, francés, catalán, portugués, con la proyección en Francia de estupendos grupos teatrales. Así se han apagado otros experimentos, en Burdeos, en Grenoble… las subvenciones se esfuman en pos de políticas pasajeras sujetas al capricho de los políticos y gobernantes.
Estas restricciones las ha sufrido el Don Quijote desde su inicio. Las autoridades francesas han participado poco o nada en su realización anual. Cuando la actual alcaldesa de París, Ana Hidalgo, fue elegida, todos supusimos que por sus raíces españolas daría un patrocinio decidido al festival. No fue así, no había ninguna ganancia política inmediata, así que no hubo la más mínima simpatía hacia el teatro español, cero interés. Lo mismo pasó con el catalán Manuel Vals, que cuando fue Primer Ministro, no concedió ninguna atención al Don Quijote.
No obstante la participación del gobierno español y la obstinación de Luis Jiménez y su equipo del Teatro Zorongo, lograron que la llama permaneciera activa, aunque después de los estragos de la pandemia su director ‘tiro la toalla’, triste caso y el Don Quijote no está en cartelera este año.
La historia de esta empresa ha quedado plasmada en un libro de reciente aparición: Festival Don Quijote, 30 años de teatro hispánico en París, 1992-2021, de las Ediciones ‘Le Moroir qui fume’ (El Espejo Humeante), y por lo pronto tenemos que resignarnos a tener en las manos la historia del festival, a falta de espectáculos vivos. Porque la sociedad refundida en su realidad virtual, imbuida en sus artilugios electrónicos, necesita de experiencias teatrales, en donde se huela el aliento de una sala, se escuche el rumor de una risa, se acompasen las lágrimas de un actor con las del público y sintamos una vida doble, ampliada por la profundidad de la escena, esa puerta a otros mundos que viven en nuestra conciencia.
En pocas palabras, necesitamos la magia del Quijote, el caballero rescatado por Cervantes, convertido en el emblema de un festival que acercaba a España a estos ámbitos. Esperemos noticias positivas para que el lema del festival, realizando sueños se convierta en realidad en 2023.
París, diciembre de 2022