¡ Qué vueltas da la «eszena» !
En los últimos tres años se han producido más cambios en el sector de las artes escénicas que en los últimos treinta. Realmente, preocupaciones no tan lejanas, ahora están obsoletas, han desaparecido o han sido sustituidas por otras. Hagamos un ejercicio de memoria.
Se hablaba de la eterna crisis existente entre los artistas y los programadores. Algunos artistas ajenos al público creaban de manera aleatoria. Los programadores se inmiscuían en el trabajo del artista realizando incursiones en el mundo de la creación. Hoy día, el artista está excesivamente pendiente de los públicos y los programadores se centran más en la supervivencia más básica.
Hace unos años los programadores renovaban su cartera de espectáculos corriendo los riesgos justos, sin arriesgar demasiado. Hoy simplemente se intenta responder a la inmediatez, a la cercanía. La programación ha pasado de imponer las reglas del juego en el sector a pasar el testigo al mundo de la producción que impone sus argumentos. Claro, que habría que matizar qué tipo de producción es la que puede hacer esto.
Algunos productores se presentan como alternativa a la programación pública y están asumiendo cada vez más la gestión de espacios de titularidad pública. Muchos ayuntamientos han pasado de «regalar» teatro poniendo unos precios temerarios en las entradas a «regalar» sus espacios a la parte privada para aligerar todos los costes posibles a las arcas municipales. ¿Alguna vez habrá políticas coherentes o equilibradas? ¿Cuesta tanto pensar y decidir lo más adecuado para los administrados?.
Hace treinta y cinco años teníamos compañías formadas por personas que hacían de todo: cargar, conducir, montar, actuar, desmontar, cargar e irse a casa en jornadas de 20 horas de trabajo ininterrumpido. Eso después de haber vendido el espectáculo y haber realizado todas las tareas administrativas y contables. De ahí se pasó a una realidad formada por especialistas que cada uno realizaba su función. Se racionalizaron las jornadas laborales y se mejoraron los resultados. Estamos en una situación, hoy día, más cercana a los años 80 que a los años de principio de siglo.
Si viajamos unos años atrás, comprobaremos que el programador estaba ligado ideológicamente al artista; ambos se encontraban en un territorio ideológico de lucha y cambio social y político. Eso pasó a la historia. Durante mucho tiempo la divergencia de intereses creó una distancia insana y anti natura. Acaso ahora, no queda otra que volverse a unir para llevar este «barco escénico» averiado y semi naufragando a puerto, a algún puerto. Al que sea.
Hace no tantos años los cafés y restaurantes eran lugares de encuentro, terreno que se convertía en un incipiente medio de intercambio cultural y mercantil. Las obras se exhibían en talleres o en espacios efímeros que se adecuaban solamente para una lectura de poemas, representaciones de teatro o audiciones de música. Prevalecía el mensaje sobre la rentabilidad, eran otros tiempos, pero si algo debemos de aprender de esa comunión entre creador y programador-exhibidor era el interés de ambos por perpetuar una obra. Años más tarde, se restauraron teatros y se construyeron nuevos, se habilitaron salas y llegaron los años en los que la «bonanza» nos alejó demasiado a unos de los otros. Esperemos que ahora volvamos a encontrar puntos de encuentro y de unión.
Hace unos años el mercado, en términos generales, fomentaba una extensa red de distribución y exhibición lo suficientemente potente como para rentabilizar las infraestructuras y ayudar a amortizar y rentabilizar los productos escénicos. Hoy día, ¿existe?.
¡ Qué vueltas da la «eszena» ! ¿Seremos capaces en estos tiempos difíciles de inventarnos políticas culturales comprometidas y sensatas? ¿Seremos capaces de unir lo público con lo privado y cooperar? ¿Seremos capaces de implicar a todo tipo de personas: creadores, gestores, políticos…? ¿Seremos capaces de transformar la debilidad en fortaleza? No lo sé. Tendremos que serlo. No queda otra.
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