Quisiera volverme yedra
Dadas mis extenuantes circunstancias farmacológicas, creo que tengo alterada la percepción en general y muy agudizada esta distorsión respecto a mi manera de ver y recibir las obras de teatro. Vuelvo a desarrollar una suerte de fobia estrenista que pensé tenía controlada. Me siento entre dos mundos. Sospecho de cualquiera que se sienta a mi lado. Al salir mantengo un silencio sepulcral porque cuando hablo con quien conmigo va mira de reojo a los que nos rodean, bajo la voz, me reprimo. Cuando al hacerse el oscuro suenan bravos, se levantan de sus asientos, me siento excluido, rozando momentos de entrar en pensamientos recurrentes de ser un alienígena mandado desde un planeta ignoto con la misión de informar sobre la situación de la Cultura y de las Artes Escénicas, pero que manejo otros baremos para enjuiciar.
Concluyo siempre con el tópico: eres viejo, mantienes criterios arrumbados por la retro modernidad actual, la medicación te provoca agujeros de comprensión, esos dolores de cabeza sordos no contribuyen a que puedas entender perfectamente las propuestas actuales. Son excusas. No quiero ser un abuelo cebolletas, no quiero ser apartado del festín actual del todo va bien, insisto en reclamar un sitio para la discrepancia argumentada, no visceral, quizás basada en conceptos superados, o simplemente declarados viejunos sin saber las razones. Es más, cuando me da el subidón de la quinta pastilla, creo que estoy cargado de razones, que hago bien en ser el patito feo, la oveja negra, el idiota, el cascarrabias, todos los tópicos acumulados, porque lo que leo y escucho, tanto lo que sucede en muchos escenarios, como en muchas opiniones, me parece que es algo que va en dirección contraria a lo que no hace tanto parecía apuntar como un nuevo despertar de las Artes Escénicas ibéricas.
Así situados en este vericueto entre la intransigencia o la tolerancia acrítica, digo con mucho amor que es el momento para que alguna de las instituciones que se dedican a las Artes Escénicas, se plantee de manera seria, profunda, sin premuras realizar un Gran Congreso sobre Valle Inclán. Amplio, con todas sus vertientes teóricas, estéticas, metodológicas puestas en abierto, diseccionadas, sin prejuicios, sobreponiéndose a lo facilón del “esperpento” que se usa de una manera banal en muchas ocasiones. Y de paso insistir sobre una idea que viene de lejos, dedicar una Sala de Teatro, dotada con presupuesto, incluso con compañía, dedicada única y exclusivamente a Valle Inclán. Que programe constantemente montajes de Valle Inclán, las producciones propias y las ajenas, que mantenga una escuela permanente, un centro de documentación específico amplio, abierto, que busque reseñas, vestigios, yo he visto varios montajes franceses, que propicie el conocimiento de este gran autor del siglo veinte.
Parte del impulso de esta entrega me vino al asistir al estreno de “Los cuernos de don Friolera” con adaptación y dirección de Ainhoa Amestoy en los Teatros del Canal. Me parece importante señalar lo fundamental, lo plausible sin peros: hay un estudio profuso, se hizo una apuesta, una manera de afrontar todo, que no es poco, desde la escenografía, el vestuario, incluso la interpretación que respondía claramente a un punto de vista coherente y que se llevo a buen término. Encontré que había muchas capas, muchas intromisiones, muchas ganas de “inventar” escénicamente y eso, a mi parecer, le restaba fuerza general, abría demasiadas vías, algunas que eran evidentes fugas que no se recogían posteriormente, como malgastando tiempo y entidad. Y una de esas dudas que me produjo toda la representación era justamente la escenografía, que era significante, pero no logré situarme de manera objetiva en ese espacio polivalente. Sobre el vestuario, creo que ahí entran en mi apreciación otros motivos.
Ahora pongo lo subjetivo. La primera vez que vi esta obra hace muchas décadas la interpretaba Antonio Garisa, para que me vayan entendiendo. Desde entonces he visto varios montajes de diferente entidad presupuestaria. Y creo que en esta adaptación de Amestoy al tener tanto elemento teatral adherido se pierde algo el maravilloso texto, o, dicho de otra manera, partiendo de mi recuerdo de los montajes vistos y de la lectura, faltaba como un expresión actoral más homogénea que hiciera que las palabras valleinclanescas, incluso las didascalias, fueran centelleantes, una estética preponderante, un lujo fuera de la norma actual. Probablemente esto tenga que ver con lo anteriormente expresado, hay que que estudiar cómo se puede hacer Valle Inclán desde el plano actoral.
Por eso quisiera volverme yedra y trepar por las paredes. Y si es posible encontrar el equilibrio y la luz en estos tiempos grises.