El Hurgón

Recetas para evadir la crisis

En las épocas de crisis, cuando las costumbres pierden efectividad para por sí mismas mantener las constantes ideológicas, y cuestionar se va volviendo una práctica en constante aumento, y se empieza a generar el riesgo de que el pensamiento se dispare y la gente comience a tratar de comprender qué sucede, y por qué, y de paso le de por averiguar cómo se resuelven sus problemas, con lo cual puede llegar a aprendizajes que agraven aún más la crisis, quienes socialmente tienen la responsabilidad de controlar la temperatura emocional y la dirección de los que protestan, por lo general se ven en serias dificultades para crear discursos conciliadores, debido a que el lenguaje de las promesas está debilitado.

Cuando tal cosa sucede, es decir, cuando una crisis no se puede resolver con discursos manidos, casi siempre llegan, como por encanto, en auxilio del establecimiento en apuros, movimientos con enorme apariencia intelectual y notorio aspecto artístico, que por tener un parecido tan cercano a la contrariedad, debido a la actitud irreverente de quienes los conforman, llegan a parecer contestatarios, y cuyos integrantes no tienen claro si lo que quieren romper es el cascarón individual o el social, si en realidad quieren cambiar algo y si tienen la capacidad para hacerlo. Y es justamente la falta de objetivo de estos movimientos lo que más apoyo ofrece a las crisis, porque les permite a los responsables de buscar soluciones, hacer maniobras para manejar el tiempo y alargar la paciencia de la gente.

Estos movimientos generalmente son creados por personas a las que les apura más el corazón que la razón, y que por ello están dispuestas a orquestar el ruido de las protestas, siempre y cuando éste produzca la impresión de que las estructuras tradicionales van a derrumbarse, y para apoyar lo cual se ejercitan en la creación de símbolos, no siempre digestivos intelectualmente, pero que por cuya incomprensión se convierten en íconos de aparente ruptura. Aparecen entonces quienes pintan por pintar, actúan por actuar, escriben por escribir, cuentan por contar, en fin, dedican su energía a buscar todas las formas posibles de desentonar.

Los mentores de estos movimientos, inicialmente temibles para toda tradición, debido a la vehemencia con que ejecutan sus símbolos de apariencia contestataria, demuestran pronto que su objetivo no era cambiar algo, por considerarlo un obstáculo para el desarrollo general, sino porque es un impedimento para abrirse su espacio, y cuando quienes controlan el flujo ideológico de la sociedad descubren su verdadera intención, y determinan la inocuidad de sus actos, empiezan a establecer con ellos una tácita relación de tolerancia mutua, que en muchas ocasiones termina en complicidad, y es la razón por la cual el maquillaje con el cual se ha dado la impresión de cambio se desprende rápidamente y reverdece la crisis.

De cualquier manera, a cualquier tradición le viene bien un movimiento de éstos, porque le da la oportunidad de hacer ajustes, mientras la gente se entretiene creando símbolos para ofenderla. Encajan, por su garantizada transitoriedad, y porque son propicios para hacer catarsis social fomentando la ilusión de que algo que oprime, va a caer.

La aparición de estos movimientos, autodenominados contestatarios son, sin lugar a dudas, una bendición para los conductores de las sociedades en donde revienta una crisis y no hay planes para sortearla.

He aquí uno de los riesgos que corre quien desea hacer del arte una medicina para curar males sociales.


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