Recuento de despropósitos
Hace mucho que entendí que una de las vías a la desazón es hacerse un listado de propósitos para un año que empieza, abrir un nuevo cuaderno de notas con la intención de ir haciendo algo parecido a un diario de las obras y acontecimientos que has ido viviendo. Lo mejor es pensar que los calendarios son un invento del maligno porque instauran esa condena de fechas limites de plazos para entregar burocracias y declaraciones. Por lo tanto, nos regimos por unos tiempos lunares, por unas necesidades básicas, un desarrollo celular y después vemos la tele de manera intemporal
Ayer me peguntaron con mucho cariño qué obra era la más buena, importante o que me había impresionado más durante el año 2024. Me bloqueo absolutamente. Mi memoria operativa no alcanza. Si hablamos, salen nombres de autores, directoras o intérpretes, pueden bajar de mis nubes espectáculos, momentos, impresiones de gran valor de hace décadas. Es posible que también de los últimos dos meses, pero no se archivan de manera cualitativa, sino por un orden de aparición en mis recuerdos incontrolable. Lo que sí puedo asegurar es que las obras, sean del formato que sean, vistas en las circunstancias que sean, que me han arañado en mi cabeza plateada están ahí, y el archivero rezagado acaba encontrándolas y me sirve tanto para hilar estas homilías como para tejer opiniones o cuando he vuelto a las salas de ensayos me han mandado mensajes cifrados para ir haciendo momentos de la puesta en escena.
Así entiendo estos asuntos de la doble función de la memoria activa, de repositorio y de fuente de inspiración. No la vivo como lugar de referencia, ni como material para jerarquizar absolutamente nada. Es obvio que por razones de intensidad hay nombres que siempre aparecen y repetimos, primero debido a ser prolíficos y a tener un porcentaje de acierto y de proporcionar espectáculos que superan de manera inequívoca la media habitual. Incluso tras detectar caídas de intensidad, brotes de cansancio en sus discursos escénicos.
Así que a la amigable pregunta no pude responder con claridad. Balbucí más excusas que argumentos, me referí a los tópicos de siempre y a los recién adquiridos, especialmente porque desde hace unos años un porcentaje elevado de ni acervo teatral lo cosecho en las salas y teatros de Madrid, aunque sigo acudiendo a varios eventos, ferias y festivales de varias partes del mundo.
Mi impresión subjetiva y fuera de toda lealtad a mis convencimientos originarios es que el año 2024 fue de transición. Lo que me cuesta es detectar hacia dónde se transita. Es obvio que en este momento que desde algunas fuentes de propaganda se dice que se vive uno de los mejores momentos de la dramaturgia española, tanto en cantidad como en calidad, los escenarios públicos y muchos privados, recurren a la adaptación de obras narrativas de autores y autoras consagradas o que cumplirían años de seguir vivos. Y ese síntoma me deja meditando sobre la hipocresía imperante, tanto en un lado como en el otro. Yo mantengo que cualquier idea previa sirve para hacer una obra, que es un proceso colectivo, pero lo que se detecta en la primera capa de esta tendencia es que se trata de puro oportunismo y de un mercantilismo subgénero. Está marcada por el calendario, por los aniversarios, por todo aquello que no propicia nada más que la convocatoria a las salas de manera exógena al estricto hecho teatral, entre otras cosas, porque son adaptaciones planas, ortopédicas, montajes recurrentes y poco más.
Las dramaturgas van ganado presencia, pero se repiten los nombres de una manera curiosa, como si se tratara de pertenecer a un grupo de auto reconocimiento. Es obvio y evidente, saludable, que el equipo del INAEM, en sus nombramientos ha procurado que las mujeres estén en los puestos de mayor responsabilidad. Es una magnífica manera de incentivar la igualdad, es muchos casos no existe ningún resquicio para la duda sobre la idoneidad del nombramiento, por lo que habrá de seguir mirando con detenimiento todas las evoluciones porque insisto en mi sensación de transición, pero a excepción del CDN, con su trayectoria tan desigual y cuestionable, se ha cambiado, en Madrid, todas direcciones, incluidas las de la Comunidad y Ayuntamiento, donde se acaba de renovar a la directora del Festival de Otoño.
Situado ante la evidencia, sin notas tomadas, con la memoria agujereada por bajadas de tensión neuronal, me limité a contestar de una manera infantil, nombrando a “Hécube, pas Hécube”, ese majestuoso espectáculo teatral que presentó estos días atrás la Comédie Française escrito y dirigido por Tiago Rodrigues, uno de los grandes dramaturgos y directores europeos, al frente en estos momentos del festival de Avignon. Disfrutar tanto de una propuesta escénicamente escueta, estéticamente adecuada para que fluyan cuerpos y palabras, ideas y conceptos, acciones y denuncias, con interpretaciones graduadas hasta lograra unos picos de excelencia, reconforta de una manera placentera. La base, la idea previa de la que parte es de un ensayo de Hécuba, con una actriz con asuntos personales que debe acabar pronto y de ahí a contar un caso de problemas en un residencia estatal de niños autistas. Violencia y desatención. Y los sistemas estatales para silenciar este horror sufrido por Otis, el niño protagonista de la historia.
Una gran lección práctica de uso de un clásico, de una dramaturgia basada en hechos reales (Tiago vivió esa circunstancia en una compañía suiza), de conjugar los elementos escénicos desde una perspectiva de aclarar, de aportar capas de entendimiento para descubrir cada espectador un todo final, teatralmente excelente. Durante la representación me sentía eufórico, después de muchas horas pasadas en salas, teatros o auditorios pensando en cosas tenebrosas sobre el futuro del teatro en nuestras sociedades, volví a sentir esa sensación de que cuando el Teatro es bueno, no hay nada más Grande en las Artes.
Y con esas ganas de volver a descubrir propuestas que alcancen esas cuotas de excelencia emprendo mi periplo en este año intentando soslayar los despropósitos que se ofrecen con muchas ínfulas y hasta buena voluntad, en ocasiones bien regados de ayudas públicas sin que nadie levante la mano pidiendo la palabra.