Reencontrar a Laura Aris en Escenas do Cambio
Entro, con los colegas del Comando Dramatúrgico del X festival Escenas do Cambio, en la pulpería O Bochinche de Compostela para cenar, el sábado 4 de mayo. La taberna tiene mesas corridas como en los toldos de las ferias gallegas al aire libre, donde nos sentamos a comer el pulpo al lado de vecinas y de otra gente que no conocemos. Cuando ya estamos sentados y hemos pedido, se acerca a nuestra mesa una mujer y un hombre que saludan y nos preguntan si pueden sentarse al lado. A esta taberna, además de la gente de a pie, vienen a cenar las compañías que actúan en el festival. Entonces la chica nos pregunta si somos del festival, si ya hemos actuado o si aún vamos a actuar. De repente, le miro a los ojos y siento una emoción intensa, como si me acabase de encontrar con alguien muy importante en mi vida. Ella también me mira y me dice: yo a ti te conozco. Ella, la mujer, la chica, es Laura Aris Álvarez y no creo que me conozca, pero imagino que al ver mi expresión al mirarle a los ojos le rebotó, como en un espejo, esa emoción intensa que yo estaba sintiendo y le produjo ese efecto. Le digo, no creo que me conozcas, pero yo a ti sí que te he debido de ver en algún sitio, en otra época. Entonces me cuenta que estuvo en L’Anònima Imperial, de Juan Carlos García, y casi una década en Última Vez de Wim Vandekeybus. El chico que la acompaña es Alban Rouge, diseñador de luz y compositor.
Me ha dado mucho que pensar ese momento. La emoción intensa experimentada, como si me acabase de encontrar con alguien fundamental en mi vida, sin haberme dado cuenta hasta ahora. Alguien con quien no he cruzado palabra ni he tenido una relación personal. Prácticamente una desconocida. Reflexionando sobre ello, me he apercibido de que la cara, la mirada, la presencia y la calidad de Laura forman parte de algunas de las experiencias artísticas más importantes de lo que he podido ver en los escenarios.
En mi memoria se mezcla todo como un magma, como en un terreno muy fértil, lo que he podido ver en los 90 y en la primera década del 2000, de L’Anònima Imperial, de los inicios de General Eléctrica de Roger Bernat, o de las piezas de Vandekeybus, en las que estaba Laura. Leyendo su biografía, observo que ella acabó su formación en danza en el Institut del Teatre de Barcelona el mismo año en el que yo entré a estudiar dirección escénica y dramaturgia, en el 96.
Creo que esa emoción inexplicable, que he experimentado esta noche a la mesa del Bochinche, tiene mucho que ver con que esos espectáculos, en los que la presencia de Laura era clave, fueron también clave para mí. Teníamos veinte años y estábamos en ese momento en el que hay ciertas experiencias que te hacen clic, o sea, que cambian tu concepción de las artes escénicas y, por extensión, de la vida. Cuando eso sucede, esas personas que intervienen y que están y son parte de esos momentos mágicos de transformación, aunque no las conozcas personalmente, pasan a formar parte de lo que eres. Personas que forman parte integral de ti. No son muchas, pero si comienzas a hurgar en tu memoria y un poco más abajo incluso y las traes a la consciencia, entonces te das cuenta de que, a través de ellas, puedes configurar una especie de retrato de lo que eres, de lo que piensas y de lo que sientes, en relación a las artes escénicas.
Estoy, ahora mismo, mientras escribo esto, haciendo el ejercicio de recuperar algunos de esos nombres, igual que el de Laura Aris Álvarez, y me doy cuenta de que si los escribo aquí es casi como si me desnudase. Me da la impresión de que son mi libro genético de las artes escénicas y de que éstas no se reducen al ámbito de los escenarios, sino que implican, también, una cierta filosofía de vida.
Escribo esto porque me parece que es importante reflexionar y valorar esa transmisión mágica, ese legado, esa conexión trascendental que se produce cuando vemos un espectáculo que nos hace clic, que nos remueve, que pasa a formar parte de lo que somos.
En la décima edición de Escenas do Cambio, de la Cidade da Cultura de Galicia, Laura hizo su solo ‘Let Sleeping Dogs Lie’, que había estrenado en 2017 en el festival Sismògraf. En esta pieza trae consigo la calidad de todo lo que ha pasado por su cuerpo, traduciéndolo en una performance vibrante desde el inicio, cuando tira de aquellos hilos rojos que salen de diferentes zonas de su vestido negro, a la altura del pecho y del estómago, mientras su voz transita por los límites entre el quejido, el cante, la risa… en una ambigüedad que nos interpela y nos sobrecoge. Todo parece sencillo y es, sin embargo, complejo, rico, lleno de capas, desde esa luz cenital sobre el cuadrado de linóleo blanco encima del linóleo negro, que retroilumina a Laura delante del micrófono, hasta el dúo con el propio pie del micrófono, como si fuese una parte de su cuerpo. Pasando por los giros y la deslumbrante creatividad dancística, jugando con los zapatos de tacón o con diferentes cambios de ropa, incorporados dentro de la propia dramaturgia. O el impresionante momento en el que, agachada, con un ukelele o un instrumento semejante, nos canta una canción de apariencia inocente, sobre diversos dolores, el del amor que se va, el del cuerpo que quema, el de la pasión que se enciende, la carne que canta…
‘Let Sleeping Dogs Lie’ sublima las cicatrices, el dolor, el paso del tiempo, lo que se queda atrás y celebra un presente más pleno, lleno de ternura e ilusión, lleno de múltiples oportunidades. Lo hace de manera poderosa y sumamente delicada, con un humor inédito, enraizado en la clarividencia de quien ha vivido entregada a su pasión artística, sin despegarse nunca del suelo, desde el sudor, la materialidad, la carne, la piel y los huesos. Aris trae consigo la sabiduría encarnada de muchos años de trabajos prodigiosos. Lo son, por lo menos, aquellos de los que yo conservo alguna huella.
Cuando baila, su cuerpo se hace imagen deslumbrante y nos habla. Cuando nos habla, su voz parece danzar y decir mucho con pocas palabras. Nada hay de previsible en una pieza que desborda la definición de danza o de teatro, que se alimenta, como he señalado, de la sabiduría que implica todo el tiempo de dedicación y entrega a las artes escénicas. En una pieza que parece salir de la misma médula espinal y que, por eso mismo, nos hace sentir la verdad. Porque la verdad, aquí, se siente.
Al final, el público en pie aplaudiendo en ovación y yo, que para nada soy de lágrima fácil, llorando de una emoción difícil de contener y de explicar.
Después, por el compañero del Comando Dramatúrgico Iván Fernández, que propuso la acción “Mover el dolor”, que conectaba el espectáculo ‘Dual’ de Álvaro Murillo y Artomático con ‘Let Sleeping Dogs Lie’, una acción muy sutil en complicidad con Murillo y Aris, me enteré de otras coincidencias. La pieza de Murillo merece otro artículo, solo anotar su relación sublimada también con el dolor del cuerpo. Por Iván me enteré de que los abuelos maternos de Laura Aris, por el lado de Álvarez, eran de Ourense. Así que la noche de la víspera de ‘Let Sleeping Dogs Lie’, en la pulpería Bochinche, Laura estaba repitiendo el gesto, tantas veces realizado, seguramente, por sus abuelos de Ourense, de sentarse a una mesa corrida con otra gente, bajo un toldo, para comer “polbo á feira” y confratenizar.
Con Iván también comentábamos, al acabar Escenas do Cambio, qué importante es para quien se quiere dedicar a las artes escénicas, o para quien tiene inquietudes artísticas y culturales, asistir a trabajos como el de Laura para darse cuenta de qué va la cosa.
¡‘Let Sleeping Dogs Lie’ de Laura Aris Álvarez es un antes y un después! Creo que, otra vez, he vuelto a tener veinte años y que esta experiencia me ha hecho clic y ha pasado a formar parte de mi ADN.
P.S.- Otros artículos relacionados:
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“Israel Galván baila un libro. La verdad escénica del baile flamenco y sus prodigios”. Publicado el 9 de junio de 2018.
“Escenas do cambio 17 adelantando primaveras”. Publicado el 4 de marzo de 2017.
“Tradición y Escenas del cambio”. Publicado el 27 de febrero de 2016.
“Memoria y cambio en escena”. Publicado el 10 de marzo de 2015.
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