El Chivato

Rescatadas dos obras de Miguel Mihura después de cuatro décadas desde su publica

Ediciones Irreverentes ha rescatado en un volumen dos títutos de Miguel Mihura, ‘El chalet de madame Renard’ y ‘La bella Dorotea’, después de cuatro décadas desde su primera publicación. Este libro figura en la colección Incontinentes, dedicada al humor, la sátira y la provocación. Miguel Mihura fue uno de los más grandes humoristas del siglo XX y precursor del teatro del absurdo. Junto a Jardiel Poncela y Edgar Neville logró demostrar que el humor ha de ser inteligente y sutil, apartarse de los convencionalismos literarios y sorprender en cada frase al lector o al espectador.
El humor de Mihura tiene mucho de poético y de ácido y en su tiempo sufrió el veto de empresarios teatrales y los «pateos» de los «adictos al régimen», que veían en sus obras una dura crítica a la sociedad de la que ellos eran responsables.
‘El chalet de madame Renard’ es una obra en la mejor tradición picaresca, con amor a tres bandas y continuos engaños entre decentísimos personajes, sátira de la alta sociedad y sus vicios.
En ‘La bella Dorotea’, se trata de la historia de la mujer más rica del pueblo abandonada en el altar y que decide permanecer con el traje de novia puesto hasta que encuentre un marido. Es divertidísima y una feroz crítica de la España negra del Franquismo más intransigente, de la España de cerrado y sacristía. Ambas obras demuestran hasta qué punto los textos de Miguel Mihura están más vivos que nunca y cuánto le deben una gran parte de los autores teatrales de la actualidad.
El nuevo volumen cuenta con una introducción de Mariló Mihura, sobrina y colaboradora de Miguel Mihura, que desvela facetas desconocidas de su personalidad: «La cojera de Mihura nunca se mencionó dentro de su entorno. Yo sabía por mis padres que era debida a una caída en bicicleta allá por su infancia. A raíz de la caída, tuvo que guardar varios años de reposo y a continuación otros tantos de una limitada movilidad. Cuando se aburría de leer se entretenía dibujando monigotes o escribiendo alguna historieta. De una desgracia, había surgido el genio: ironías de la vida».
Mariló Mihura afirma asimismo en el prólogo que, como director, Miguel Mihura «tenía fama de exigente», aunque ella lo tacharía de «primoroso». «No había detalle que se le escapara, que no cuidara a la perfección. Cada movimiento de los actores, cada entonación, cada pausa, cada gesto; hasta el mínimo detalle de ‘attrezzo’, iluminación y vestuario los convertía en obras maestras», señala.


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