Resguardo
A tientas. Entre la realidad y la ficción; entre mi mundo propio y el exterior. Cada vez más aislada, ajena. «¿Cómo estás?», pregunta la gente que me quiere. Qué sé yo… Lo cierto es que, si mi hijo se pone enfermo, ya no hay alternancia que valga; no hay opciones, sólo existe el «aquí y el ahora»: fiebre, cama, paciencia. Todos los planes deseados o impuestos se desvanecen; todo cambia de color si mi niño enferma. Incluso estas líneas, como no, quedan teñidas de mi estado de ánimo y capacidad de acción. Hoy domingo, íbamos a ir al teatro Bellas Artes a disfrutar del teatro negro y la magia fluorescente en El truco de Olej. La compañía uruguaya Pampinak Teatro hace espectáculos visuales para niños con inteligencia y belleza. El resguardo es el mejor amigo de la sanación. Y no es azar que este haya sido el fin de semana más frío, ventoso y desapacible; metáfora de este tiempo que me empuja a quedarme en mi casa todo el rato sin querer salir. Pero hay que salir! Salir a tientas, porque a veces, ya no sabemos hacia dónde ir, o sobre todo, cómo ir. Si vas sobrada… te la pegas; si proyectas humildad y buenas maneras, te dicen que con la que está cayendo, hay que innovar, que la crisis servirá fortalecer los proyectos novedosos, originales.
Pero yo estoy mayor ya para estas frivolités de diseño capitalista, y lo peor, es que ando descreída y sonámbula, y entonces regreso a los paisajes de mi infancia. Y me protejo de todo esto, lo sé, transportándome a aquellos días encerrada en casa con mis 4 hermanos en pijama; a la sopa con todos a la mesa; al scrabble. Pero como no puedo olvidarme de mi pasión, he vuelto a llamar a mi maestra de ortofonía, Concha Doñaque y he pasado dos horas maravillosas haciendo ejercicios que aprendió con la Royal Shakespere Company. Genial Concha…. Energética, sabia, divertida, también descreída de las tonterías mundanas, con una visión tan respetuosa y elevada, por otra parte, del ser. Fue mi primera maestra de voz en los cursos que daba en verano en Las Palmas; después, profesora en la RESAD; luego, compañera solidaria; siempre cómplice en el trabajo, siempre ligera de equipaje. Gracias, Concha.