Zona de mutación

Resistencia y sabotaje cultural

Hay un arte de la resistencia cultural o una resistencia cultural que lo es en sí misma en tanto arte. Es que los designios del entorno, parecen querer diluirla en cualquiera de las dos formas, anularla. También no es menos cierto que hay una resistencia que se ofrece programáticamente, otra que lo es de hecho, en la medida que cumple sus preceptos, y aún sin poner de por medio una intención cuestionadota, termina haciéndolo por su literal desborde del cuadro perceptivo imperante y preparado a los fines de un sistema de cosas dado.

A lo largo del siglo XX las rebeliones expresadas en el campo propio del arte, hacían caber entre sus cometidos, el afán crítico, socavando aunque fuese en términos culturales, los basamentos de un sistema económico en donde el arte quedaba comprendido. Pero lanzado el barco a las aguas del tercer milenio, con el mundo que expresaba su rechazo al sistema capitalista tambaleante, las crisis y cuestionamientos no parecen sino salir de un designio postrero que a secas podemos asumir como de supervivencia. Ya al arte no le alcanza con expresar sus posiciones desde una ética de convicciones diferenciales sino de establecer logísticas y métodos específicos que demuestren y expongan la inviabilidad de un mundo, y cuya matemática es capaz de desnudar las técnicas de manejo de las voluntades que hacen propicio el presente statu quo.

La cultura enlodada, surge de los albañales, de los desagües, de los sótanos. Eclosiona hacia la luz abandonando sus arrumbamientos, con acciones programadas de disputas en el campo cultural. Maniobras tácticas en el terreno expresivo de hecho que se arroja sobre las personas, y las sociedades. Hay que contrarrestar una mecánica, una técnica, una ingeniería de dominio. En todo caso, de lo que se habla es de una técnica otra, una industria otra. Una compensación, una neutralización de sus campañas. Una contrapublicidad, una dinámica alterna de captación objetiva de los hechos. Una factografía al decir de los vanguardistas de principio del siglo XX en Rusia, donde las obras en sí mismas incluyen el análisis y visión alternativa al orden imperante. El sistema capitalista, después de sus crisis pelea por reinstaurar las condiciones afectadas, una determinada subjetividad y sujeción que encuentra en la repulsa, un orden perceptivo alterno. El sabotaje cultural se sofistica, pues la misma democracia debe demostrar sus vocaciones. Pero ya no para cumplir con las escrupulosas conciencias individuales. Se trata de algo más objetivo, suprapersonal. Los planes del Estado ven comprometidas sus posturas sublimantes. El ‘subvertising’ que expresan las campañas de desmontaje del dominio, contienen la praxis vital, diversa, polisémica que no convalida remitirnos a cumplir con las cosas como las veníamos viviendo. Cada proyecto asume el desmontaje de una estrategia enajenante, de sus sistemas de representaciones.

Hay un punto en que ya no se puede jugar a las crisis. No hay lugar para más. Nunca como antes existió la sensación de que no hay tiempo para más. Nunca como ahora existió la conciencia respecto a un sistema que se apropió maquiavélicamente de los factores que deciden la vida.

El Capital no sabe cómo funcionan las cabezas, pero sí sabe lo que las hipnotiza. Y ríe. Su propia industria convierte en moda los zombies, que no es otra cosa que lo que piensa de los ciudadanos. Y se lo dice, y recauda a gran escala con ello.

Sus invisibilidades, sus hermetismos, su capacidad para no dejarse atrapar no personalizan paranoicamente la conspiración del sistema en contra de cada uno. El arte es la celebración de una audacia, de una eventualidad, de una efimeridad que lo faculta en la inatrapabilidad de sus propósitos.


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