Retraso en el Sangrado Semanal
Entrar en un proyecto teatral es una decisión tan radical como quedarte embarazado. O te embarazas o no te embarazas, no puedes quedarte a medias. Y en tal estado de buenaesperanza, una se presenta con toda la artillería desde el principio, poniendo al servicio de la nueva aventura el cuerpo, la voz, las manos y los dientes, los pies, el corazón y el aguardiente y entonces, a veces sucede, suele pasar, que el proyecto toma vida propia y empieza a pedir, a demandar. Pide por todos lados. Pide personajes que antes no existían, pide voces, pide tiempo. Dedicación, minutos y segundos que hay que sacar de debajo de las piedras, de la almohada o del sombrero. Y para cuando nos queremos dar cuenta andamos dándole la vuelta también al bolsillo por si quedan algunas migajas de tiempo que poder echar a las aves que pueblan el espacio de un teatro preñado.
Un texto es una semilla, una idea es una semilla, la inspiración en un personaje genial es una semilla. Un grupo con ganas no es una semilla. Un colectivo que decide embarazarse a la vez es un semillero alucinante de posibles plantas potenciales primero y de imposibles selvas amazónicas después o de bosques trepidantes, húmedos y musgosos con nieblas como las de antes. Pueden crear jardines bellos y curvos o parterres rectos y elegantes. Una compañía estable y recién nacida tiene el ímpetu de la vida en sus manos de infante.
Miles son las simientes que pueden enraizar en el fértil territorio del teatro, aunque muchas sean también las que no enganchen. Por eso hay que saber percibir cuándo prende, oler el calor de la llama antes de verla, reconocerla mucho antes de que se convierta en hoguera sobre la que danzaremos, desnudos, alzándonos por encima de los vientos de lo cotidiano. Cuando el fuego del teatro arde no se puede hacer más que bailar al son de su música. Cualquier otra idea sería descabellada. Nos dejaría deslavazados, tiritando en medio de un orgasmo sin vida de pálida acera, de deberes comprometidos, de sustancias ajenas.