Robert Wilson & Lucinda Childs. Alucinar sentado
Retomar o remontar una obra escénica estrenada hace décadas, no un texto, sino un espectáculo, con todo el cruce y superposición de elementos compositivos, es un reto muy estimulante, no solo para disfrutar de esa recuperación, sino también para abrir diversas reflexiones en torno a la creación artística y el paso del tiempo.
El 39 Festival de Almada 2022 nos ha dado la oportunidad de degustar esta operación dramatúrgica, acometida por el Théâtre de la Ville de París con la icónica pieza, estrenada hace casi cincuenta años, en 1977, titulada I was sitting on my patio this guy appeared I thought I was hallucinating, con texto, concepción y dirección de Robert Wilson, co-dirigida por Lucinda Childs. La pude ver en el escenario de la Sala Garret del Teatro Nacional D. Maria II de Lisboa, el domingo 17 de julio de 2022, donde también se mostró el día anterior.
Robert Wilson ha sido un revolucionario en la estética y la concepción teatral, muy influenciado por las landscape plays de la genial Gertrude Stein y por los estudios en arquitectura. En su teatro de imágenes, la composición plástica y visual, muy ritmada y musicalizada, tiene una importancia radical. Wilson fue capaz de inventar dispositivos escénicos y una suerte de estilo muy definido. Su poética es muy reconocible y única.
En este sentido, resulta muy curiosa la enorme expectativa que suscitan sus obras, cada vez que visitan los escenarios portugueses o del Estado español. La última vez que vi una de sus creaciones fue, precisamente, en el Festival de Almada, en su 36 edición de 2019, con Mary Said What She Said, interpretada por la portentosa Isabelle Huppert. Resulta curiosa esa expectativa cuando, realmente, sus espectáculos siempre son fieles a esa poética tan reconocible y cada vez más depurada.
Me gustaría mucho poder conversar con alguien que haya visto la primera versión, en 1977, de I was sitting on my patio this guy appeared I thought I was hallucinating. Me gustaría poder preguntar a esa persona cómo ha sentido el paso del tiempo por la misma obra y, a la vez, por las artes escénicas y el mundo en general. Porque supongo que tanto las artes escénicas como el mundo algo habrán cambiado, desde los años setenta del siglo pasado hasta nuestros días. Me gustaría preguntarle, a esa persona espectadora, en qué medida ha revivido momentos de aquella primera versión, interpretada por el propio Bob Wilson, en la primera parte, y por la bailarina y coreógrafa Lucinda Childs, en la segunda parte de esta especie de díptico. ¿En qué medida el actor alemán Christopher Nell y la bailarina australiana Julie Shanahan recuerdan a sus intérpretes-creadores originales?
Yo si he podido reconocer, en ambos, tanto en Christopher como en Julie, algunas características formales y energéticas de Robert y Lucinda, de lo que yo conozco y he podido ver de ambos, en grabaciones audiovisuales y en su manera de estar personal, cuando he tenido la oportunidad de encontrármelos en vivo y en directo. A Robert Wilson me lo he encontrado varias veces a finales de los años 90 y principios del 2000 en los espectáculos que venían a Barcelona, como La Galigo, y también en Santiago de Compostela, en el año 2000, con su Persephone, en la Iglesia de Santo Domingo de Bonaval, y The days before – Death, Destruction & Detroit III, con Isabella Rossellini como cabeza de cartel. Con Lucinda Childs solo he tenido la oportunidad de coincidir en la conversación que nos brindó, el 17 de febrero de 2019, en el Teatro Rivoli del Teatro Municipal do Porto (Portugal), después de ver el remontaje de una de sus coreografías más emblemáticas de la danza posmoderna, Dance, creada en 1979 junto al compositor Philip Glass.
En ambos casos se trata de dos personas que sorprenden por su elegancia en el estar y en cómo se mueven. Nuestro movimiento y gestualidad, sin duda, resultan elocuentes respecto a nuestra identidad personal. En su caso la elegancia y una depurada serenidad, no exenta de nervio e intensidad, son, desde mi percepción, un sello común.
En las grabaciones audiovisuales, en las que he podido ver a Robert Wilson actuando y bailando, he reconocido, en el trabajo actual de Christopher Nell, esa misma elegancia en el porte, en la precisión coreográfica de cada mínimo gesto y su alta rentabilidad plástica y visual. También he podido reconocer su movimiento y expresión ambiguos, en lo que se refiere a las marcas de género. No hay, sobre todo en la manera de moverse y danzar, un estilo que se pueda definir como masculino o femenino. Una especie de androginia, acentuada por la caracterización y el vestuario. Una tendencia casi a la muñequización o marionetización, o a una objetualización que matiza y difumina no solo lo psicológico y lo dramático, sino también muchas de las marcas ordinarias que nos encasillan, tanto a nivel de género como a nivel social y cultural. Hay en las figuras humanas de esta pieza y, en general, del teatro de Wilson, una tendencia hacia lo abstracto, que armoniza con el refuerzo sensorial provocado por la acción lumínica y por los envolventes ambientes cromáticos y sonoros.
En I was sitting on my patio this guy appeared I thought I was hallucinating, para mí, una de las virtudes más alucinantes, no solo fue la belleza extra-ordinaria de la imagen dinámica, que vibraba desde el escenario, sino también y, sobre todo, el drama escondido, la emoción sublimada, tras esas impolutas interpretaciones.
Me impresionó sentir, de una manera tan fina y sutil, la temperatura humana, la vulnerabilidad y la soledad, tras esa estampa de belleza fantástica y fuera de lo común.
Disfruté enormemente con la sorprendente capacidad para fluir, singularizar y otorgarle un sentido único a ese diseño de personajes-figura, realizado con tantísima precisión en cada mínimo gesto, movimiento y entonación. Un formalismo elaboradísimo, de tendencia pictórica, arquitectónica y geométrica, en coherencia con la poética más reconocible de Robert Wilson, que Christopher Nell y Julie Shanahan consiguen transcender para tocarnos y emocionarnos de una manera muy depurada y sutil.
Evidentemente, como en cualquier juego, y el teatro puede ser uno de los más sofisticados, es necesario que, como participantes, desde nuestras butacas, aceptemos las convenciones de juego que se nos están ofreciendo.
Cualquier prejuicio contrario a esa belleza rutilante y geométricamente calculada en lo visual, en la pose y en sus evoluciones, va a menguar el disfrute al que me estoy refiriendo. Cualquier falta de disposición, por nuestra parte, para aceptar el juego de asociaciones y analogías al que parece invitarnos el texto, en su estructura fragmentaria de collage, en su renuncia a las leyes y jerarquías narratológicas, va a disminuir nuestras posibilidades de vislumbrar los estados, sentimientos y pulsiones que se despliegan en cada una de las partes de esta obra.
Desde una ansiedad contenida, por esperar una llamada, un encuentro, una relación… que no acaba de darse, que no acaba de llegar. Hasta la euforia acumulada en la mirada o la electricidad crepitante en el estatismo, cuando parece haber señales o indicios de que alguien va a acudir o algo va a suceder.
El teléfono negro, de cable y rueda para la marcación, que está en el centro del escenario, iluminado, a veces, como la imagen de un dios inescrutable y necesario, es otra presencia y símbolo, con el que dialogan las presencias, del actor, en la primera parte, y de la actriz, en la segunda. No se habla por teléfono, ni se mantiene una relación común con el objeto. Su presencia y actuación son algo más que eso. Es el lugar de Godot, o quizás del árbol al que se acercan Vladimir y Estragón en la obra de Samuel Beckett. Aunque aquí la analogía falla, porque nada se le puede comparar.
Como señalé al principio, el estilo Robert Wilson es totalmente reconocible y definido, se le puede imitar, se pueden hacer copias exactas, pero no se puede comparar con nada. OK. Poder se puede, claro que sí. Todo es posible en este mundo, como el propio creador texano nos ha demostrado con creces a lo largo de su fructífera carrera. La cuestión es si esas comparaciones, en lo que atañe a las obras de Wilson, pueden aclarar o explicar algo único que, en el fondo, es necesario sentir desde su toque sensorial.
A mí, por ejemplo, viendo I was sitting on my patio this guy appeared I thought I was hallucinating, también me surgió la analogía con La voix humaine de Jean Cocteau, no solo por el teléfono, como vía de contacto o mediación con el otro, deseado, sino sobre todo porque, en el fondo, creo que se podía sentir, aunque fuese de una manera muy tenue y delicada, el asomo de la desesperación y de la soledad.
La belleza, la copa vacía de champagne, la chaise longue de diseño geométrico, metálica, luminosa, angulosa, las líneas de luz, el icónico teléfono, el vestuario, el maquillaje, los peinados, las poses… rebosantes de elegancia, las manos escultóricas, la luz sobrenatural, la abstracción subjetiva, y todo el lujo que podamos adjudicarle, no hacen más que agravar y acentuar esas dos soledades.
Una paradoja tremenda, la de la belleza que aísla y captura a quien la detenta, aunque toque y acaricie a los demás.
En el programa de mano del espectáculo se habla de “gestualidad inicialmente angulosa y después febril”, de “minimalismo clínico, austeridad formal sujeta al prisma de sus propias contradicciones”.
Fuera, al salir del teatro, algunas espectadoras y espectadores manifestaban un estadio intermedio, sin la aclamación que, unánimemente, poco antes había manifestado todo el público, en pie y aplaudiendo con ganas. Otras espectadoras y espectadores, yo me cuento entre estos, salimos emocionados y fascinados. Y, seguramente, también hubo otras personas que no entraron o no jugaron.
Quizás, en el primer caso, de quien quedó en ese estado intermedio, pueda influir la quiebra de las expectativas, que antes he intentado describir como algo contradictorio. Yo cuando acudo a ver un espectáculo de Robert Wilson ya sé que voy a disfrutar sí o sí, porque se trata de una poética que ya conozco y de un tipo de trabajos hiper perfeccionistas. Sin embargo, no acudo con la expectativa de que me voy a encontrar con algo nuevo o diferente que no (re)conozca. Por eso me resulta admirable que haya un público que aún acuda a ver espectáculos de Robert Wilson, después de tanto tiempo solidificando y depurando su poética, esperando ver algo inédito.
En el último caso, he podido conversar con un par de espectadores que parecían defraudados, porque decían que esto no lo había hecho Robert Wilson sino otros, copiando, como una especie de franquicia. Ciertamente, se trata de un remontaje del Théâtre de la Ville de París, con el director asociado Charles Chemin y un equipo artístico que, seguramente, no es el que participó, hace cuarenta y cinco años, en el estreno de I was sitting on my patio this guy appeared I thought I was hallucinating. No obstante, me parece muy raro y hasta ingenuo pensar que la recuperación de esta pieza no haya contado con la complicidad y el visto bueno, tanto de Robert Wilson como de Lucinda Childs, como, de hecho, aparece en los documentos a los que la prensa puede tener acceso.
Al margen de eso, creo que resulta interesante el debate sobre la fidelidad, el original y la copia, además de las consideraciones necesarias y difíciles sobre el paso del tiempo.
Sin pretender meterme ahora, aquí, en ese debate, que requeriría un espacio y una dedicación mucho mayor, creo que una poética tan definida, tan marcada, tan partiturizada y tan establecida como la de Robert Wilson, puede ser asumida, perfectamente, por otro creador-reproductor, que, por las razones que sea, desee volver a poner en escena alguna de las obras de Wilson. ¿Por qué no? Incluso, a estas alturas, me voy a atrever a pensar y escribir que, quizás, el propio Robert Wilson, de 81 años, tenga menos fuerzas y precisión para remontar una de sus obras anteriores que otro artista profesional bien preparado que conozca bien, de primera mano, su trabajo. Me voy a atrever incluso a suponer: ¿qué pasaría si la copia fuese más potente que el original? En todo caso, y menos aún en las llamadas artes vivas, los conceptos de copia, original y fidelidad son muy relativos y discutibles.
En todo caso, y perdona que vuelva a hablar de mí mismo sin disimularlo, yo he vuelto a experimentar un placer inmenso con este I was sitting on my patio this guy appeared I thought I was hallucinating. Yo estaba sentado en el patio de butacas del D. Maria II de Lisboa, ese actor apareció en escena, Christopher Nell, después en la segunda parte, como en una variación-repetición, apareció ella, Julie Shanahan, y yo no pensé que estaba alucinando, aluciné de facto.
P.S. – Otros artículos relacionados:
“Isabelle Huppert y Robert Wilson en el hechizo Mary Said What She Said”. Publicado el 22 de julio de 2019:
https://www.artezblai.com/isabelle-huppert-y-robert-wilson-en-el-hechizo-mary-said-what-she-said/
“Danza posmoderna. Lucinda Childs y Trisha Brown no Porto”. Publicado el 11 de marzo de 2019:
https://www.artezblai.com/danza-posmoderna-lucinda-childs-y-trisha-brown-no-porto/