Rodrigo García sobre la polémica de Matadero Madrid
Rodrigo García escribe este texto a raíz de la polémica surgida con Matadero Madrid, conjunto de salas teatrales madrileñas que pasan a llamarse Centro Internacional de Artes Vivas y que cuentan con Mateo Feijóo como director artístico.
EL INÚTIL DE MATEO A MÍ NO ME INVITÓ
Mateo Feijoo no me invitó. Yo no soy parte de su proyecto.
Ernesto Caballero no me invitó. Yo no soy parte de su proyecto.
Carme Portacelli no me invitó. Yo no soy parte de su proyecto.
¿Será mi vanidad el argumento que yo esgrima para menoscabar sus teatros, mancillar sus programas, agredir a su equipo?
Pobre comercio haría con mi inteligencia y mi honra actuando así.
Cada curador, director de una institución, sabe a quienes elige y por qué. ¿Y quién soy yo para figurar en sus planes puesto que artistas de postín los hay a punta pala?
Desconozco el plan a largo plazo trazado por Mateo para el Matadero de Madrid. Si como intuyo se trata de algo acorde a los tiempos que corren, cómo no le voy a dar una oportunidad cuando me batí treinta años contra el inmovilismo del teatro en España, esa barricada, esa trinchera empeñada en servir más como referencia del pasado para los niños de las escuelas y una burguesía necesaria (tienen para pagar la entrada) que como consumible poético de una polis a la vez saciada de todo y nada, ebria.
Soy director desde hace cuatro años de un Centro Dramático Nacional francés. Obré a mi modo una modesta revolución, sustituyendo el teatro de repertorio y colocando en su lugar a los creadores actuales y a la vez eliminando las malditas etiquetas: que si danza, que si teatro de texto, que si tal. Un público perdí, por contra otro descubrió una nueva droga: las artes de la escena del presente.
¿Cuántos espacios y eventos hay en mi ciudad perdida, Madrid, dedicados al teatro convencional y cuántos consagrados a la investigación y la experimentación? ¿Y cuánto dinero público invertido en unos y en otros?
Me da a mi que es como el 6-1 del Barça al PSG.
¿Por qué algunos elegidos queréis ganar siempre 6-0? ¿No hay en vosotros, los alborotados ante lo diferente y ante la libertad creativa, un mínimo espacio para la generosidad? ¿Siempre tiene que ser todo tal y como exigís? ¿Acaso justo es sinónimo de lo que me beneficia en particular a mí y a mi colectivo? Como niños, igual que los niños, lo queréis sencillamente todo para vosotros. Pero no sois como los niños. Los niños se mueren de curiosidad. El niño, curioseando, aprende y crece.
Existe un público más allá del que os da palmaditas en la espalda cuando acaban las funciones de un Otelo. No lo conocéis porque no va a veros. Eligen. No. Ir. A. Veros. ¿Ellos se merecen un páramo? ¿Les vais a negar a ese otro público la posibilidad de disfrutar solo porque no conseguís seducirlo con vuestro teatro, porque ellos prefieren ese arte moderno que escapa a vuestro monopolio?
¡Hey! ¿Sindicato? ¡Teléfono! Cogedlo: las obras «modernas» emplean a mucha gente, tanto en su investigación, en los procesos, como más tarde en las giras. Esos trabajadores tienen los mismos derechos que cualquiera que ficha en la Zarzuela.
Ni sueño con un empate 3-3.
A pocos Ministerios de Cultura europeos podríamos pedir tanto, qué le vas a exigir a un país todavía con ramalazos franquistas. Firmaba un 4 a 2 ahora mismo. ¿Hola? ¿INAEM? Que se ponga…
Permitid que los otros tengan una voz. Vosotros os decís que sabéis escuchar: pero no era más que el eco de vuestro discurso devuelto por la montaña helada. Lleváis la vida entera creyendo que se trataba de un diálogo y es vuestra propia palabra la que regresa, rebotada, rota, pequeña, como todo balbucear sectario.
La guita no lo es todo, muchachos. Me lo dijo mi mamá y ya que estamos gracias, mamá.
Yo sí que he perdido lo más importante, que es la oportunidad de trabajar en mi país. A los que os sentís expulsados del proyecto del Matadero os diré: a mi sí que se me cerraron las puertas en mi país y bien que habría cambiado tantos años de Avignon, Paris, Berlín, Tokio o Bruselas, por una sala donde en el bar de enfrente sirven callos. Mi reino por un pincho de tortilla.
Yo sí tuve que irme con la música a otra parte, jodido; yo sí que no conseguí ayudas oficiales en mi país sino excepcionalmente y tuve que cerrar mi empresa y no por eso tiré mierda a nadie ni descalifiqué el proyecto de ninguno.
Me fui calladito la boca y sin armar jaleo.
A vivir y dejar vivir.
Eso.
Vivir.
Y dejarse un poquito de joder.
Rodrigo García