Sud Aca Opina

Rutina

Departamento, ascensor, calle, metro, trabajo. Cinco días por semana repito el mismo guion en el que el espacio escénico donde se desarrolla una parte importante de la acción, es la calle. La rutina tantas veces despreciada, de cierto modo libera ya que se minimizan las decisiones a tomar; no debo pensar cómo vestirme porque a pesar de no tener uniforme, la ropa es casi siempre la misma. El recorrido entre mi departamento y el metro es invariable. Las estaciones en que subo y bajo son las mismas. El trabajo no es el mismo pero tampoco diametralmente opuesto. La rutina tampoco es la panacea ya que por un lado nos libera pero también nos hace cada vez más indiferentes a nuestro que hacer y a nuestro entorno. Nuestras vidas dejan de tener novedades que nos sorprendan. Después de salir del edificio saludo a Jorge, quien ha llegado temprano y está organizando su negocio, mitad dentro del local, mitad en la vereda. Ha resistido estoicamente la irrupción de los grandes supermercados. A duras penas sigue vendiendo a sus fieles compradores, frutas y verduras de la estación. En las cajas pone lo más «sanito» arriba con el fin de atraer clientes para después vender «mezcladito». Un poco más lejos, la señora María Inés, una jubilada siempre muy elegante, abre su exclusiva boutique de venta de carteras, donde la de diseño más moderno seguramente fue fabricada antes del nacimiento de tan elegante mujer. Vende poco, pero su presencia es indispensable como propagadora de las noticias del barrio, así también como de algunos chismes tan sabrosos como las frutas de Jorge. Escucho la campana del colegio que está pocos pasos más adelante. Afuera se ven algunos escolares corriendo por entrar antes de que el portero cierre la puerta y sea obligatorio pasar por la inspectoría para obtener un pase con la consecuente anotación negativa y la comunicación a los padres, mientras otros sin prisa alguna, seguramente van a pasar todo el día en la plaza. ¿Qué pasaría si tan solo por una vez los escolares se pusieran a vender verduras en el colegio, la Señora María Inés pasara el día en la plaza y Jorge cambiara la venta de limones por la de carteras? La obra tantas veces repetida se tornaría atrayente por ser completamente diferente e inesperada. Los personajes que deberían hacer tal o cual acción, harían otra y los diferentes espacios escénicos cambiarían su tradicional uso. ¿En vez de frutas cuadernos, y tomates en lugar de carteras? La ciudad es un gran escenario donde a diario se representan miles de obras a toda escala. Tantas veces las mismas en los mismos espacios por los mismos actores, que a pesar de su potencia dramática, dejamos de verlas. El mendigo sucio de tristeza con toda una tormentosa historia de vida durmiendo al alero de un cajero automático que lo mira con desprecio desde su pantalla inanimada, forma parte del invisible paisaje urbano que de tanto verlo ya no vemos. La rutina ha aplastado a la novedad. El guion y los actores pueden variar pero el espacio escénico tiene tal carga emotiva que se resiste al cambio gratuito aunque relegado por nosotros, sigue ahí, listo a ser usado en beneficio de una nueva obra, de un nuevo guion, de nuevos actores. Cada rincón de la ciudad tiene vocación de actor por las miles de historias que nos podría contar. Ha faltado el ojo sensible capaz de escribir la obra que pueda explotar al máximo el potencial de la calle. Así como no se puede encontrar una nueva solución a los problemas de siempre usando los métodos de siempre, pensar el espacio escénico de la calle como siempre se ha hecho, difícilmente puede aportar una nueva mirada sobre su potencial implícito. Trabajo, metro, calle, creo ver a la señora María Luisa con un libro en una mano y una lechuga en la otra, ascensor, departamento.


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