Sangrado semanal

Saber estar

Antes de ayer vi a Viky Peña en el Diccionario. Me dije después: este oficio consiste en saber estar. Qué delicadeza. Qué grado de afinación en gestos, voz, manos, emoción. Qué personaje entrañable. ¿Cómo surgiría la Maria Moliner en el cuerpo de Viky Peña? ¿La generó primero en improvisaciones y después fue acotando su sentir mediante el texto y la partitura de movimientos? ¿O comenzó a recorrer las escenas, dejando que el personaje tomara más y más presencia a medida que las transitaba una y otra vez?

Ayer trabajaba yo con un actriz de gran talla en una pequeña escena que, intuyo, encierra un personaje de los gordos. O al menos, esas maneras apunta lo que está surgiendo a partir de un primer planteamiento textual. Yo estoy fuera. Ella trabaja desde dentro. Y me advirtió del peligro de querer acotar demasiado pronto con marcas técnicas la vida del personaje, porque éste se puede apagar inesperadamente, como cuando soplas sin querer una llama que tienes entre manos, debido a un susurro dirigido a otra parte.

Una pamela verde, unas cuentas de cristal…Recuerdo hace meses, una fotografía que Silvia Garzón, actriz de Atalaya, colgó en el facebook. No recuerdo la frase exacta que acompañaba la sugerente imagen, pero decía algo así como: «Empezando a gestar el personaje…». Aquellas palabras y aquellos objetos tenían algo de puerta abierta a lo inconmensurable. Y meses después la vi. Vi en escena a Ivette Pottier. Y aquella prostituta que campaba como podía en la guerra de los 30 años tenía una voz que no era la de Silvia y unos andares que no eran los de Silvia.

Sólo una vez me ha ocurrido que un personaje discurriera a sus anchas por todo mi ser. Fue la Fedra de Miguel de Unamuno. Y eso, que fue una lectura dramatizada, ni siquiera se puso en escena el texto. Pero no importó. Aquella mujer me agarro por los adentros y sus palabras eran mis palabras y su rabia era mi rabia. Surgía en mi su pensamiento sin esfuerzo, mi cuerpo dejó de ser mi cuerpo: Una máquina engrasada para que Fedra hiciera de las suyas en él.

Pensé entonces: ¿Y si los verdaderos entes somos nosotros? Quizás vivimos en una gran ficción pensando que tal actriz o tal actor encarnaron tal o cual personaje a la perfección cuando, en realidad, los que existen son ellos, los personajes, los mitos… Así, Fedra, Ivette o Penélope aguardan en otro plano dimensional y bajan de vez en cuando a este mundo ocupando cuerpos con toda la fuerza de su tragedia. O quizás no. Quizás todo consista en un fino trabajo de orfebrería y un absoluto saber estar. Quisiera saber. Quisiera saber saber estar.


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