Salirse por la tangente
Suena feo decirlo, pero una de las primeras veces que sentí una fuerte atracción por el teatro fue a través de la televisión. En la época en la que cuadraba mis ojos con Los Fraguel, La Bruja Avería o Alf, quedé prendado por un programa de teatro filmado en la que una especie de simio medio humanizado relataba su tortuosa vida. El actor que daba vida al personaje era un tal José Luis Gómez y el texto, titulado «Informe para una academia», de un tal Franz Kafka. Quizá por esa nostalgia que se siente por ciertas experiencias primerizas, he releído ese texto varias veces. Cada vez que lo hago no deja de impactarme la historia de ese mono que, en busca de una salida a su encierro, decide imitar concienzudamente el comportamiento de los humanos hasta casi convertirse en uno de ellos. Dejando a un lado la brillante originalidad de la narración, su discurso frente a una congregación de académicos funciona como una terrible parábola que denuncia la inevitable pérdida de libertad sujeta al hecho de vivir en una civilización. El simio de Kafka, al menos en la versión que tengo entre manos, lo expresa así:
«Mediante un esfuerzo que no se ha vuelto a repetir hasta ahora en el mundo, he alcanzado la formación media de un europeo. Esto en sí no sería quizá nada, pero es algo en cuanto que me ayudó a salir de la jaula y me proporcionó esa salida excepcional, esta salida humana. Existe una expresión muy acertada: salirse por la tangente. Esto es lo que he hecho yo, me he salido por la tangente. No tenía otra opción, siempre teniendo en cuenta que no podía elegir la libertad».
Salirse por la tangente. Cada vez que escucho esta frase, cualquiera que sea el ámbito, veo al mono de Gómez-Kafka. Y cuando hay que tomar una decisión importante, resolver una escena, diseñar alguna estrategia de futuro, aceptar o rechazar un proyecto, cuando se hace muy presente la tentación de optar por la vía más ventajosa a costa de renunciar a lo que uno considera fundamental, ahí está el mono de Gómez-Kafka preguntado: ¿No irás tú también a salirte por la tangente?
Hablo de todo esto porque últimamente este personaje fantástico me visita con frecuencia para hacerme la dichosa pregunta, y lo hace con un tono más brusco e insistente de lo habitual.
Sabemos que los tiempos y los sucesos están mutando a una velocidad que descuelga a muchos, que se está en la obligación de repensar y adaptar las maneras de accionar para no morir en el intento. Y en medio de esta compleja ecuación que nadie parece capaz de descifrar, hay constantes que se repiten como un mantra, propuestas que de tanto repetirlas parecen ineludibles ya. Espectáculos más pequeños en lo que respecta al material y al personal; ajustar los procesos de producción; acercar al máximo las creaciones, en contenido y forma, al público en su conjunto; aceptar el copago del cachet a través de la taquilla; o asumir una vía intermedia entre lo amateur y lo profesional.
Sobre el papel todo esto parece más que sensato, algo que cae con lógica aplastante. Y por inercia, a fuerza de quedarnos sin fuerzas para nada más, vamos asumiendo silenciosamente cambios de mentalidad, tratando de aplicar perspectivas más austeras, modulando viejas tendencias, ajustando cinturones aquí y allá. Llegamos entonces a una situación de tranquilidad forzada, a una especie de conflicto soterrado, donde lógica y razón ya han trazado el plan a seguir, sin tener en cuenta los instintos creativos ni las ideologías de las que somos herederos. Y en esa contradicción asoma la duda incómoda. El hecho de no saber si en este proceso de adaptación, no estaremos alejándonos de los principios éticos y estéticos que definen nuestra identidad escénica. En esos momentos, con las incertidumbres acumulándose sin solución, es cuando aparece el simio de Gómez-Kafka y colma el vaso con su pregunta: ¿No estaréis saliéndoos por la tangente, verdad?