Reportajes y crónicas

Salomé/60 Festival de Teatro Clásico de Mérida

La ópera Salomé luce grandiosa en el Teatro Romano

 

La ópera «Salomé», de O. Wilde/R. Strauss -primer espectáculo que esta edición del Festival brinda- está considerada como una joya dramático/musical del expresionismo alemán que se ha montado en muchos lugares del mundo. Y es famosa, desde su estreno en 1905 (que se tachó de infame), por su sensual «Danza de los siete velos» y por la sorprendente escena final donde la bella princesa Salomé declara su amor a la cabeza cortada de Juan el Bautista.

«Salomé», es una obra de teatro lírico con mayúsculas, que se ilumina con un sentido narrativo fascinante sobre un drama existencial, donde se habla del amor y la muerte, de la violencia y el deseo. El texto alude a temas bíblicos relatados en dos evangelios (el de San Marcos y, más brevemente, el de San Mateo), y supuestamente a unos cuadros del pintor Gustave Moreau, en el que se habría inspirado Wilde para escribir su drama: el de la joven princesa galilea que, con su erotismo y sensualidad, trastorna de tal modo al tetrarca Herodes que, inducida por su incestuosa madre Herodías, pide y consigue la cabeza de San Juan Bautista (Jokanaan), el único hombre que no ha sucumbido a sus encantos, y que produce en ella una misteriosa combinación de repulsa y fascinación. Un texto escabroso en el que se oponen dos mundos claramente opuestos: el de la bondad y la virtud del encarcelado profeta frente al mundo de la corrupción, la frustración y la histeria del resto de los personajes, enmarcado por fuertes obsesiones. Un texto de delicada temática, pero una obra maestra del dramaturgo irlandés, que para la redacción del libreto musical Strauss realizó algunas supresiones del original sin quebrantar su resplandor poético.

El espectáculo de Mérida, una producción de Pentación (del director del Festival), lo dirige Paco Azorín, experto en montajes de ópera, que ha sabido coordinar con armonía todos los elementos componentes dramáticos y musicales -el teatro lírico reúne todas las artes- y moderar lo mucho que de violento y de «morbosidad erótico-religiosa» tiene la obra, para lucir esta «Salomé» con grandiosidad en el incomparable marco romano. Azorín, equilibrando la puesta en escena dramática y musical («algo complicado en la ópera», según palabras del gran director Giorgio Strehler), se ha esforzado  en mostrar con profundidad e innovación un material sublime, colateral de los Evangelios, logrando un espectáculo actual (aunque ambientado en los primeros años del pasado siglo) que parece advertir la putrefacción al borde del desastre del hombre, supuestamente civilizado, que ha fracasado al no lograr limitar los peligros que entraña el poder imperioso, y no ha sido capaz de vencer la realidad animal de una especie empeñada en llamar amor al instinto depredador y triunfo a la sonrisa de una cabeza decapitada servida en bandeja de plata.

En el montaje destaca el simbolismo escenográfico de esa larga pasarela –una mesa dispuesta para una bacanal- que sale de la valva regia hasta la escena, como componente distanciador del cambio de lugar y época, y una enorme luna sugerente, que determina la conducta y los estados anímicos de los personajes en acción (que la grúa «deux ex machina» tal vez debió colgar en lo alto del monumento). También, otras metáforas del poder y el dinero, como los lujosos coches esparcidos en los laterales de la escena. Todo muy bien iluminado por Pedro Yagüe. Y resulta atractiva la coreografía, con más de expresión corporal que de ballet, montada por Víctor Ullate, tanto en los desdoblamientos de los protagonistas –que realizan perfectamente los actores Arantxa Sagardoy (Salomé) y Carlos Martos (Jokanaan)- como en el conjunto del espectáculo.

En la interpretación, destaca la soprano Gun-Brit Barkmin (Salomé) con pleno control, sobria e intensa, que se sublima en el aria de la escena final donde la densidad vocal conmueve las vísceras. También encarnan, con vigor y espléndidas voces, al terrible matrimonio Thomás Moser (Herodes) y Ana Ibarra (Herodías). El barítono José Antonio López (Jokanaan) exhibe una voz limpia. Los roles dramáticos del resto de los personajes son correctos y parejos, todos tienen un momento para lucir su registro.

La Orquesta de Extremadura, dirigida por Álvaro Albiach, respondió con la excelencia que se esperaba, con una lectura sinfónica expresionista, contrastada, impetuosa y ordenada.

El espectáculo recibió una larga y clamorosa ovación para todos los intérpretes.

José Manuel Villafaina


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