Salvemos la Veleta
Todavía puedo ver las candilejas que acompañaban el paso hasta la casa principal y oler la hierba fresca del jardín recién rociado. Unos perros que ladran fuerte y cuya traducción se me antoja «adelante, bienvenido a LA VELETA, ni un paso atrás, se está adentrando en el mundo de las posibilidades, aquí se apoya al que trabaja, grrr,guau guau, grrr, pero ni se te ocurra tomar una rosa o partir un tallo: aquí solo se crea»
Van ya como diez días que veo en el muro del Facebook esa publicación: «#Salvemos la Veleta». Aterrada leí solo el primer párrafo, tuve la sensación de estar enterándome por terceros de la noticia de un familiar agonizante por un cáncer terminal, un familiar al que ni veo ni miro hace mucho tiempo. Una de las fotos dejaba ver suelo, baúl y el zapato rojo de la obra «La Santoentierro». Me sentí ingrata y culposa.
Entré en shock, me paralicé, culpas y recuerdos tan bellos como jodidamente tristes. Ilusiones y arte. Sobre todo mucho arte. Arte dentro de una forma muy especial… es que allí importaba no solo el producto, sino que el que producía tenía que estar cómodo, confortable. Algo así como que el que creaba merecía un trato más que digno… y eso sí que era raro…
Estabas tú como creador, como artista en proceso o en pleno festival, y veías cada mañana a Luis Molina regando las plantas, recogiendo las hojas secas, disponiendo todo bonito para quienes andábamos habitando la Veleta. Y veías a Elena Shaposnik, llenado la nevera, cuidando que no faltara nada… eso no es lo común, no. Era todo tan raro.
¿Era? No. No era. Aún puede ser. No es un cáncer terminal, es un virus hecho en laboratorios presidenciales y ministeriales que pretende acabar con lo único que va resistiendo a sus asfixiantes políticas culturales, «ivas» y todo lo que pueda acabar con la cultura, con la creación verdadera.
Ellos, callados, tienen en su haber la satisfacción invisible de cientos de compañías y grupos latinoamericanos, a quienes apoyaron y sacaron brillo para que su trabajo se conociese en Europa. ¡Muchos!
Está lleno de hijos ingratos, yo uno de ellos, lo confieso. No creo que el más bonito ni mucho menos el más brillante, pero puedo afirmar que la veleta fue la comadrona paciente de un parto muy difícil en el que nacía «La Santoentierro» y con ella «Teatro del Vinagre».
En el 2006 Juan Sánchez, más conocido como Juan de Lazaranda, (y es así, unido para no confundir con La Zaranda), me dijo, después de un ensayo en Jerez de la Frontera: «Hija, toma este número, llámalos, ellos son los únicos que pueden escuchar y abrir la puerta a esta propuesta, pa´lante, hija tu pa´lante» Creo que se refería a que serían los únicos con capacidad y apertura de dar atención a un trabajo confuso hasta para nosotros –ya llevábamos un año trabajando- pero lleno de «verdad» realizado por alguien a quien no conocía ni Dios: Yo.
Acceder a «La Veleta» no fue fácil, era difícil llegar desde Madrid. Había que tomar un tren o un autobús a Ciudad Real, y de allí un tren hasta Almagro. Llegué tarde a Ciudad Real y ya no había tren a Almagro. Por teléfono Luis me indicó que tomase un taxi hasta Almagro, pues tampoco había tren de retorno a Madrid.
Llegados a Almagro, el taxi tomó un camino sin pavimentar. No pude evitar hacerme ideas oscuras; llame a Luis: «Luis estoy en camino hacia LA VELETA, ya vamos por una ruta sin pavimentar… supongo que estoy cerca…» Felizmente él respondió: «Si, entonces ya te queda poco»
El taxi paró frente a «una mansión» como de película, había una imagen enorme del Quijote en la puerta; él abrió la reja enorme y vi todas esas lucecitas y árboles que delimitaban el camino hacia esa casa misteriosa que pronto conocería y se convertiría en parte de mi memoria más sensible.
Caminamos el camino, los perros nos guardaban. Este señor con barba, Luis Molina, me anunció que Elena Shaposnik, quien por cierto era la que me había citado para ese día a cualquier hora, no estaba y nuestra única compañía eran los perros. Llegamos a la casa, que no era mansión, era una casa antigua, llena de objetos de todas partes del mundo, dispuestos de una manera sencilla y personal. Era difícil escuchar lo que él decía, los ojos saltaban de un objeto a otro, cuando me di cuenta que había una cena casera en la mesa. Cenamos y me condujo a una habitación en la que yo dormiría. Dormí poco, no entendía nada. Pero si Juan me había enviado allí, entonces estaría en el lugar adecuado.
En la mañana descubrí aquel paraíso. Al asomarme a la puerta por la que había entrado, y mirando a la derecha había una casa que se dibujaba como la entrada de una capilla, con una VELETA que giraba según se movía el viento. Unos meses más tarde ese «templo» vio lo que nadie pudo ver de mi propio proceso creativo, tan creativo como absurdo, pero respetado por ellos, que siempre entendieron que la creación la hacen los humanos y como humanos que somos tenemos nuestros propios y personales laberintos, prohibidos a otras miradas que no son la propia. Lo respetaron siempre. Nunca me presionaron.
Mientras caminábamos hacia la Veleta, pasamos por la casa de los sueños, por la casa del quijote, por la biblioteca, etc., Luis me contaba que estaba nuevo el edificio pues recientemente se había quemado con toda su historia material, escenografías utilería etc.
Gracias a la generosidad de las personas que la habían transitado en diferentes épocas y situaciones artísticas, pudieron reconstruir este nuevo espacio, del que me llamo enormemente la atención que, a diferencia de los teatros convencionales, estaba pensado no solo para exhibir espectáculos, sino para que los artistas se sintieran cómodos.
Los camerinos tenían camarotes, la parte trasera hamacas y naturaleza. También había una piscina, que por cierto fue escenario de una de las escenas de otra de mis locuras escuchadas por ellos, mi puesta en escena Senso-Experiencial «Sueño erótico».
Aún puedo recordar la piscina llena de velitas flotantes y yo allí flotando, contando un cuento del Decamerón, mientras que a uno de los pasajeros, que estaba sentado alrededor de la piscina, se lo llevaban de urgencias porque era alérgico a la picadura de mosquitos, que aquella noche por cuestiones de Eros o de quien sabe qué, estaban alborotados.
Y todo esto y más me lo ha traído a la memoria, el miedo de ver morir una casa madre y padre de tantas creaciones, sede del Festival Iberoamericano de Teatro Contemporáneo de Almagro, de tantos grupos y escaparate del teatro Iberoamericano. Cuantas historias secretas y personales no habrán visto esos espacios mágicos… catapulta del teatro latinoamericano a Europa.
Hoy no está en manos de Elena y de Luis, me parece que está en manos de los que transitamos e incluso nacimos para el medio, en sus espacios y su enorme humanidad. Sé que lo que se necesita es dinero, también sé que el dinero ahora es solo un paño caliente… pero a lo mejor es un balón de oxígeno mientras se encuentra la verdadera solución. Ha resistido tanto que .. no es hora de morir. #Salvemos la Veleta!