Otras escenas

San Luís Potosí (III)

La recepción de cinco o seis espectáculos en una tarde es una barbaridad. Por mucho que se esté en una muestra y se quiera aprovechar el tiempo al máximo, uno acaba por sentirse empachado, saturado, incluso el más acostumbrado.

Las escenificaciones brillantes se diluyen con las mediocres, las malas con las singulares, lo comparas todo, los sabores se mezclan con mucha facilidad. Para hacer justicia con los materiales representados es imprescindible tomar notas, escuchar prudentemente las impresiones de unos y otros, pero sobre todo repasar en la cama y con los ojos cerrados, antes de caer rendido de sueño, una a una todas las obras de la jornada.

De todos los espectáculos, unos cuantos nos acompañarán durante unos días. Otros pocos estarán con nosotros para siempre, trabajos que como semillas germinarán en nuestro interior ocupando un lugar importante como bagaje escénico. En las estancias del recuerdo van a cohabitar con otro tipo de contenidos: nuevas amistades, paseos fugaces, anécdotas culinarias y múltiples aventuras profesionales.

De esta 33 edición de la Muestra de Artes escénicas me quedo con tres sobresalientes experiencias escénicas que tienen un denominador común: las maravillosas interpretaciones de los actores que las sostenían.

‘Lo único que necesita una gran actriz es una gran obra y las ganas de triunfar’ fue una de las sorpresas de la semana. ‘Las criadas’ de Jean Genet es el punto de partida de una dramaturgia que tiene mucho de montaña rusa, que sacude y se lleva al respetable por un recorrido vertiginoso y emocionante. Se trata de una de esas piezas que te deja con la boca abierta, capaz de arrancar risas histéricas y momentos de poesía y ternura extrema. Un espectáculo metralleta en el que las actrices ejecutan arriesgadísimos malabares interpretativos a un ritmo frenético. Al impresionante trabajo de las actrices, sumarle la perspectiva del público, invitado de proximidad a una representación ubicada en un lavadero, donde la ficción salpica a la realidad de manera literal.

Otra gran experiencia la propiciaron Laura Almela y Daniel Jiménez Cacho en ‘La tragedia de Macbeth’. Una representación en la que todo giraba alrededor de las infinitas posibilidades interpretativas de sus protagonistas, pura orfebrería desplegada en una marcha llena de matices y giros magistrales por las pieles de los personajes de la gran tragedia shakesperiana. Aunque la dramaturgia de la propuesta se planteara de manera poco asequible para el público más popular, el trabajo de los protagonistas fue de lo más comentado de esta edición.

Al último espectáculo que les voy a presentar me acerqué desconfiado, receloso ¿Qué interés podía tener otro Wadji Mouwad, escenificado una y otra vez en tantos lugares del planeta? Pues fíjense que la compañía Tapioca inn fue la responsable de la que seguramente sea la escenificación más sólida de toda la muestra. Un ‘Litoral’ inmenso desgranado con maestría, con un Wilfrid hipnótico interpretado por el joven Guillermo Villegas, acompañado por un firme elenco que le seguía con soltura. Espacio escénico, vestuario e iluminación eran sobrios acólitos de palabra y trabajo de actor, acompañantes funcionales que descubrían acertadas y muy medidas ranuras a la poesía a lo largo de la represtación. La música fue sin duda alguna la gran cómplice del trabajo actoral, una banda sonora conmovedora que añadía nuevos e inesperados colores a los pasajes más intensos.

Termino estas palabras confesando que tengo que conseguir, y de manera inmediata, la tetralogía de Mouawad. Qué ganas me entraron de sumergirme de nuevo en la literatura dramática del autor franco libanés… Después de tanto viaje bien vale la pena un poco de calma, lectura y reflexión. Cómo me gusta reconciliarme con el teatro de texto. En el fondo te echo tanto de menos…


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