Seguir al rebaaaaño
Cuando se vive en una gran ciudad contemporánea con millones de habitantes, todos apresurados por llegar a ningún lugar, todos con una carga de estrés importante, todos desconocidos entre sí, es inevitable sentirse de vez en cuando como parte de un inmenso rebaño de ovejas con la cabeza gacha, sin otra visión más que la del culo de quien va delante cuando apenas se levante la vista, sobre todo en las horas llamadas punta cuando la masa se traslada de un lugar a otro al unísono.
En esas horas críticas es difícil, si no imposible, tomar una alternativa diferente de desplazamiento. De vez en cuando, en un altanero arranque de libertad, lo haremos en nuestro propio vehículo para vernos atrapados en una masa de motores prácticamente inmóviles y si lo hacemos en el transporte público, nos veremos inmovilizados dentro de una gran masa informe que nos obligará a ralentizar nuestros desplazamientos.
Quizás podríamos resistirnos tratando de conservar nuestra individualidad pero no podemos ser tan ilusos como para creer que en un vagón de metro atestado de personas, podremos salvaguardar un mínimo espacio de intimidad. Si hasta pareciera ser que todos los pasajeros pueden llegar a pensar lo mismo que piensan todos en el vagón. Al menos algo es seguro; todos llegan a pensar en cómo salir de ahí lo más rápido posible.
Son pocos los valientes que se atreven a tomar un camino completamente diferente, cambiando de hábitat y por lo tanto de costumbres.
En las grandes ciudades está supuestamente todo lo necesario para vivir razonablemente, todo salvo la tranquilidad, con el lamentable añadido del estrés.
La evidente solución para dejar de ser uno más dentro del rebaño y re encontrar la individualidad, es menos misterioso de lo que parece; decidirse a levantar la cabeza, mirar más allá del horizonte inmediato y dejarnos guiar por nuestros sueños, esos que siempre están y estarán ahí pero que la vida nos va enseñando a reprimir.
¿Pero cuantos nos atreveríamos a hacerlo?
¿Dejar nuestra supuesta tranquilidad, montarnos sobre una nube y dejarnos llevar?
Con el tiempo, aunque sea pequeña, quien más quien menos, logramos tejer una red de contactos, la cual utilizamos como excusa para quedarnos dentro del rebaño.
El abandonarlo todo para vivir en la angustia de la duda recomenzando una y otra vez no parece una buena alternativa.
¿Y si nos quedamos en el rebaño y caminamos con la cabeza erguida para mirar por sobre el lomo de quien nos antecede?
¿Y si de vez en cuando nos alejamos del rebaño para ver la vida en perspectiva pero volvemos a él sabiendo que la unión de muchos puede más que la individualidad de uno solo?
Es más fácil cambiar una realidad desde dentro que desde fuera de ella.
Aprovechemos el efecto multiplicativo del rebaño pero seamos el ejemplo a seguir al tener la capacidad de levantar la vista para no mirar tan solo el culo de quien nos antecede.
Si todos miramos más allá del horizonte cercano, nuestras posibilidades son infinitas.
No nos sintamos tan solo uno más dentro del todo sino uno que puede aportar a que el todo sea más.
Si así lo hacemos, de seguro nos sentiremos mu-u-uy bie-ee-en.