Semblanza De Diego Bardón, el actor extremeño más singular
En el hospital de Zafra, falleció el miércoles 11 Diego Bardón Salamanca, un hombre de talento exuberante y espíritu inigualable. Figura que desbordó los límites de lo convencional, tanto en la vida como en el arte, Diego fue actor, torero pánico, periodista, maratonista, organizador de insólitas corridas de toros y de exposiciones pictóricas, y un amigo excepcional. Su existencia fue un espectáculo constante, lleno de creatividad, humor y extravagancia.
Lo conocí a finales de los años 60, gracias a un primo mío, el novillero Julián Calderón «El Jato». Fue en un hotel de Badajoz, el día que Diego toreaba junto al popular Blas Romero «El Platanito» en la plaza de toros vieja. Aquel encuentro inicial marcó el preludio de una amistad que floreció años después. Diego admiraba la lucha de los soñadores, como «El Jato», quienes, con pasión y tenacidad, buscaban abrirse paso en tiempos difíciles. Esa misma entrega era la que él encarnaba en aquel tiempo, especialmente en su compromiso con el Movimiento Pánico, al que perteneció durante su estancia en Francia.
Nuestra amistad se consolidó en 1983, con la llegada del partido socialista al poder. Sin embargo, ya no fue a través de los toros, sino del arte dramático. Diego seguía con interés las actividades teatrales de mi proyecto de Infraestructura Teatral Extremeña. Recordaba con particular entusiasmo las representaciones de mi compañía Torres Naharro en el Teatro Romano de Mérida, que gozaron de gran acogida entre el público y la crítica nacional. También destacaba el montaje de «Picnic» de Fernando Arrabal, realizado con alumnos de la Cátedra de Teatro que entonces dirigía en Badajoz.
Al enterarse de mi conexión con sus amigos del Movimiento Pánico, Arrabal y Jodorowsky, así como de una crítica que había escrito sobre la obra «El juego que todos jugamos» de este último en el diario «El Vocero de San Juan» de Puerto Rico, mostró su deseo de conocerme. En nuestras largas conversaciones, hablaba con nostalgia y pasión de su vida en París, donde había participado como actor en obras de estos dos prestigiosos artistas. Rememoraba aquellos años como uno de los periodos más felices de su vida.
ACTOR DEL MOVIMIENTO PÁNICO
En el París de los años 60, Diego Bardón brilló como parte del Movimiento Pánico, fundado por los reconocidos dramaturgos y cineastas Fernando Arrabal, Alejandro Jodorowsky y Roland Topor. Fue un actor intrépido y visceral en los llamados «Efímeros Pánicos», performances que desafiaban los límites del cuerpo y la mente. En estas puestas en escena, Bardón pintó con su propia sangre un cuadro, participó en rituales de sacrificio simbólico, como la circuncisión, y exploró el caos y el azar como recursos artísticos esenciales. Su actuación como torero en películas como «El árbol de Guernica», dirigida por Arrabal, consolidó su lugar en el movimiento, ganándose el título de «torero pánico», otorgado por sus propios mentores, como símbolo de su audaz creatividad y espíritu transgresor.
El Movimiento Pánico, que tomó su nombre del dios Pan, se caracterizó por ser una corriente que conjugaba irracionalidad y exploración científica., que surgió como respuesta a la caducidad del existencialismo, con influencias del teatro de la crueldad de Antonin Artaud, el surrealismo de André Bretón, la patafísica y diversas vanguardias de la época. Su propuesta buscaba transgredir las formas artísticas tradicionales y rechazar la rigidez del pensamiento lógico aristotélico. En su lugar, celebraba el terror, el humor, la confusión, el azar y la ambigüedad como pilares creativos. En 1963, Arrabal formalizó los principios del movimiento, describiéndolo como una «locura controlada» para afrontar la crisis de valores de la sociedad moderna. Según su visión, el Movimiento Pánico era un tributo al desorden creativo, un himno al talento desbordante y una estética que abrazaba la contradicción como esencia de la existencia.
UNA VIDA DE SINGULARIDADES
El enfoque del Movimiento Pánico, que rompía con la solemnidad y proponía un arte libre y provocador donde la confusión y el caos revelaban nuevas verdades sobre la condición humana, fue asumido por Diego Bardón tanto en la escena teatral como en la vida cotidiana (pues fue un hombre que vivió al revés, literalmente). Como maratonista, desafió las normas al correr de espaldas en la maratón de Nueva York, una hazaña que repitió en cinco ocasiones y en otros lugares del mundo. Como torero, revolucionó las tradiciones de la tauromaquia: toreaba con la melena suelta, usó dos muletas en una ocasión, ofreció flores o lechugas a los toros en vez de matarlos, e incluso abandonó el ruedo siendo arrastrado junto al animal muerto.
En el ámbito periodístico, dejó su huella como colaborador en Diario 16 y otros medios, siempre con una mirada aguda e irreverente. Su figura trascendió los escenarios y las plazas de toros, siendo incluso incluida en la enciclopedia Cossío del toreo antes de convertirse en apoderado de Luis Reina, el primer diestro que lució publicidad en su traje de luces. Además, Bardón fue el creador de la «corrida flamenca», un espectáculo único que reunió a figuras legendarias como Camarón de la Isla, cantando a Curro Romero, y José Mercé, acompañando a Rafael de Paula.
Su espíritu multifacético lo llevó a explorar las contradicciones del mundo con una pasión insaciable. Incluso en su vejez, Bardón mantenía una lucidez extraordinaria. Con 82 años, cuando participaba en nuestras tertulias matutinas donde desplegaba su ingenio y humor junto al reportero Antonio Barquilla y el médico y flamencólogo Paco Zambrano, que le discutían y admiraban a la vez. Ejemplo de su agudeza a esa edad fue la publicación el pasado año de una carta, considerada la más breve y contundente, en un diario extremeño, en la que criticaba con ironía la labor política de Fernández Vara, presidente de la Junta. Bardón era, en esencia, un maestro del arte de vivir: un hombre que trasladó la irreverencia, la creatividad y la genialidad de los escenarios de París a cada rincón de su existencia.
EL ÚLTIMO ADIÓS
A los 83 años, Diego Bardón, ese loco muy cuerdo y desbordante de simpatía, nos dejó físicamente, pero su memoria permanece luminosa. Los contertulianos de Badajoz acudimos a su entierro en su querido pueblo de Fuente del Maestre, donde se celebró una ceremonia cargada de simbolismo, a las cinco de la tarde, como en el poema que escribió García Lorca por la muerte del torero Ignacio Sánchez Megía, cuya expresión retórica de despedida decía: ¡Ay, qué terribles cinco de la tarde! ¡Eran las cinco en sombra de la tarde!
Puedo imaginarlo ahora en el Parnaso de los artistas, arrancando carcajadas a las Musas, toreando con una gracia celestial y transformando cada rincón en un escenario para desplegar su talento infinito. Este extremeño no fue solo un actor, un torero o un periodista: fue un creador de mundos, un artista singular que convirtió su vida en una obra de arte irrepetible. Su legado, al igual que su sonrisa enigmática y llena de vida, seguirá resonando en quienes tuvimos la fortuna de compartir un fragmento de su universo. Diego Bardón se ha marchado, pero su esencia perdurará, como un eco inextinguible de creatividad, humor y pasión por la vida.