Sentido y significado V. Poesía escénica
Seguramente la poesía, antes de escribirse y ser literatura, fue canto y danza. Un impulso que hizo brotar la voz.
Además, la etimología nos advierte que «poiesis» se relaciona con un hacer, una acción creadora. Ahí, poesía, es una forma de movimiento, una tensión.
El significado, el mensaje, el tema, no aparecen en el germen poético. Sí el impulso, la acción, el movimiento, la tensión, el parto.
Recuerdo que en una «Noite Poética A Pipa de Becerreá», a finales de los años noventa, yo le comentaba a Marica Campo que mucha gente no compraba libros de poesía, ni leía poesía, porque les parecía un género difícil de entender, quizás elitista, a lo que ella, la poeta, venía a replicar que no entender algo no es condición para no gozarlo. Para ilustrarlo contaba que siempre que podía iba a dar un paseo al lado de un riachuelo que pasa por su aldea en la Terra Cha, profundamente atraída por la hipnotizante música del agua. La poeta no entendía el sonido del agua ni por qué se sentía tan atraída por ese paseo a la vera del riachuelo, pero lo necesitaba.
Ciertamente, los sonidos del mar o de un riachuelo pueden ser, si estamos disponibles a percibirlos, muy atractivos y placenteros, capaces de conectarnos con sensaciones y emociones indescriptibles y reveladoras. Sin embargo, no poseen un significado, ni un mensaje, ni un tema. Revelan sin desvelar.
Lo mismo puede acontecer con una mirada, con unos pasos de danza, con el movimiento de un cuerpo… con la disyunción o la conjunción de una iluminación, una coreografía, un sonido… en un espectáculo teatral.
Con una sencillez pasmosa, como solo un poeta es capaz, Uxío Novoneyra supo expresar cómo lo indecible tiene una fuerza arrebatadora y fundamental:
«Quen na outa tarde
anduvo a catar o aire
sabe que a sombra é máis
que unha lene escuridade.
O aire ten unha cousa
que se perde se ún a conta.» (Os Eidos)
En la traducción de Koldo Izagirre para mí el significado desaparece y permanece la música fascinante del euskera:
«Ilunabarrean
airearen bila ibiliak
badaki itzala
iluntasun leun bat baino areagokoa dela.
Aireak badu zera bat
galdu egiten dena esanez gero.» (Bazterrak)
En mi traducción ahora:
«Quien en la alta tarde
anduvo catando el aire
sabe que la sombra es más
que una leve oscuridad.
El aire tiene una cosa
que se pierde si se cuenta.»
Contar algo, intentar explicarlo y traducirlo a palabras, puede extinguir su complejidad y su magnetismo. Hay experiencias vitales, y el teatro es una experiencia vital artística (artificial), que resultan inenarrables e indescriptibles. Seguramente se trata de las experiencias vitales más importantes, aquellas que se graban en nuestra memoria de manera indeleble y que pasan a formar parte de nuestra identidad personal, de lo que somos. Velahí la transmutación de un estar, de un acontecer, a un ser. Velahí como el teatro (arte de la acción) puede erigirse, en su dimensión más trascendental, en un alimento que nos constituye, que nos hace crecer al incidir en nuestra identidad (ser).
Mi amiga la poeta María do Cebreiro, en O deserto (El desierto), entre los versos de «Os trazos» («Los trazos». «Los rasgos») deja que se escurran estos clarividentes acordes:
«[…] Pero nestas imaxes a terra sufre
e non é por potencia. Sufre polo labor de tradución.
As nosas palabras tentan dispoñer as cousas
nunha orde, e a orde sempre é algo que acontece
despois. […]»
(«[…] Pero en estas imágenes la tierra sufre
y no es por potencia. Sufre por la labor de traducción.
Nuestras palabras intentan disponer las cosas
en un orden, y el orden siempre es algo que acontece
después. […]»)
Ciertamente, aunque con palabras la literatura pueda componer textos alógicos y sin un significado definible, como aquel fragmento de Rayuela de Julio Cortázar, en el capítulo 68, o el sermón improvisado de Lucky en Esperando a Godot de Samuel Beckett, en la mayoría de las ocasiones la palabra intenta ordenar, definir y acotar un campo semántico.
La palabra es ejecutiva en el drama, es acción que origina cambios en la situación, pero también es descriptiva en la épica, intentando explicar y, al describir, entender la realidad y lo que pasa. No de balde, «palabra» deriva del griego «logos», del que también deriva «lógica».
Volviendo a «Los trazos» de María do Cebreiro en «El desierto», coincido en que la palabra y su órbita pueden ejercer una presión sobre los impulsos y los movimientos, sometiéndolos al imperio del significado, reduciéndolos al tema y al asunto, esquematizándolos en la historia a través de los procedimientos de ésta (selección, jerarquización y ordenación).
La dramaturgia posdramática, realizada en la performance y por la performance, puede formalizar y encontrar los propios mecanismos de coherencia poética sin necesidad de reducir, esquematizar o someter los impulsos, movimientos y acontecimientos (rupturas, cambios y diferencias) al imperio del significado, del tema, del asunto y de la historia. Más acá, o más allá, del entendimiento lógico o del orden intelectual.
Esas dramaturgias performativas posdramáticas se acercan a esa concepción de poesía escénica, semejante a lo que Marica Campo, Uxío Novoneyra, María do Cebreiro y otras magas han intentado señalar con sus versos.
Afonso Becerra de Becerreá.