Sentido y significado VIII. A dónde mirar
A veces voy por la calle, por el centro de mi ciudad, sorteando obstáculos que, según mi opinión, simbolizan el contexto en el que me muevo.
Algunos excrementos caninos, o la mancha fresca de los mismos, o el charco de una buena meada. Obstáculos que nunca cualifican a los perros sino a sus amos incívicos.
Escupitajos generosos y relucientes.
El servicio municipal de limpieza se esmera, pero la educación falla y contra la falta de educación, contra la falta de inversión en educación, no hay limpieza que valga.
Si levanto la vista del suelo, arriesgándome a pisar un obstáculo fresco de los mencionados, entonces me encuentro con gente que da giros inesperados para precipitarse hacia un escaparate comercial.
Casi a diario atravieso la calle más comercial de mi ciudad y en ella hay pocas personas que se miren al caminar, frente a una inmensa mayoría que está realizando el terapéutico «window shoping».
La gente sale de tiendas. La gente sale a pasear para ver escaparates comerciales. En Navidades, en las Rebajas, en el Black Friday, en el Día de la Madre, en el Día del Padre, en el Día de los Enamorados, etc. resulta especialmente difícil el tránsito por esta calle. En esas fechas señaladas hay que dedicarse a esquivar gente, en vez de a caminar o a pasear.
El paseo por las calles de mi ciudad no me permite mirar hacia fuera en busca, en algunas ocasiones, de un encuentro de miradas, más allá de algún comercial que se acerque para venderte algo.
Pero tampoco puedes permitirte transitar por las calles de mi ciudad mirando hacia adentro, para pensar en tus cosas, para reflexionar y darle vueltas a algún asunto que te interesa o te preocupa.
Si vas mirando hacia adentro es muy posible que choques con algún otro transeúnte que va whatsapeando o mirando el mundo en su Smartphone.
Ese es otro de los obstáculos a sortear, la inmensa cantidad de gente que va caminando y mirando el mundo en su versión virtual a través de su Smartphone.
Aún así, yo insisto en caminar por mi ciudad mirándola y mirando a la gente, para sortearla, para esquivarla, sin apenas encontrar otras miradas.
Cuando haces teatro, si estás encima del escenario, debes abrir bien tu mirada y saber direccionarla convenientemente.
No hay nada menos expresivo y magnético que una actriz o un actor ensimismados, con una cuarta pared en la mirada.
Cuando vas al teatro, que es el lugar de la mirada, donde los ojos, los oídos, el intelecto y el corazón miran, ahí no necesitas esquivar obstáculos. Ahí la mirada se mueve y agita.
En el teatro se produce un efecto único, que es muy difícil que acontezca en la calle: puedes mirar hacia fuera, hacia el escenario, y, a la vez, estar mirando hacia adentro. Mientras miras el escenario en acción, también miras hacia tu propio interior.
La dramaturgia dispone ese espacio y sus intersticios para que la espectadora y el espectador miren y entren.
Y ya no me refiero solo a la identificación afectiva. Más allá o más acá, está un mirar hacia fuera que es, al mismo tiempo, un mirar hacia adentro, encontrando ese lugar para la reflexión cinética, para la reflexión empática, para la reconciliación.
Mientras miro lo que pasa en el escenario también pienso en mis cosas. Pero pienso en aquellas cosas que, por asociación, analogía o por otras misteriosas ligazones, tienen relación con el acontecer escénico.
En el teatro, entonces, se da un juego de miradas que me saca de mí mismo y, simultáneamente, me hace ahondar en mí.
Afonso Becerra de Becerreá.