Ser o no ser, pero ¿quién soy?
Teatro, teatro, sólo teatro; para ser otro, para vislumbrar otros horizontes, para encontrar un camino, un lugar en la sociedad; para hablar con voz engolada y fuerte, o con el sonido que surge de la profundidad del inconsciente, para llorar y hacer reír, para vencer mis demonios, para ser ridículo sin serlo. El actor es o no es; o es mucho, con una personalidad arrasadora, o no es nada, para poder convertirse en todos.
Uno de los enigmas del nacimiento es nacer con un género: mujer, hombre, y ahora el reconocimiento de otras posibilidades que siempre han existido, pero que han sido un secreto, algo prohibido. Entendemos entonces la fascinación del travestismo en el teatro. Se puede jugar con lo prohibido a los ojos de todos y eso es algo muy atractivo: se es y no se es.
Por cuestiones morales o religiosas en el principio el teatro fue un asunto masculino. Durante el renacimiento, el teatro inglés siguió con la tradición de prohibir la escena a las mujeres, mientras que en España, Francia e Italia las mujeres podían actuar, aunque siempre bajo sospecha moral: los comediantes eran perseguidos por su oficio considerado como una invitación al vicio. Molière con todo y su prestigio fue enterrado en terrenos no santificados; las actrices eran mal vistas porque se creía que se dedicaban a la prostitución, los jóvenes de sexo incierto tenían cabida en las compañías que recorrían los rincones de Europa, y su delicia era travestirse para ser otros, ellos mismos.
Tirso de Molina utilizó el recurso del cambio de sexo de los personajes en diferentes obras, pero en la célebre Don Gil de las Calzas Verdes, lleva el cambio hasta fronteras muy peligrosas para la época. Calderón de la Barca y Lope de Vega transforman a las mujeres en hombres, por el espacio de una pieza, para otorgarles la libertad del viaje. Delirante debía de ser en esa época ver a una mujer representando a un hombre, y a un hombre atraído por esa mujer travestida. Este estímulo debía excitar a las actrices que encarnaban ese papel y durante una representación tener la consideración social que ostentaban los varones: las ventajas de representar a un hombre con esa distancia que da el cambio de sexo. Sabrosos equívocos que hacen las delicias de un público resguardado en el anonimato.
El caso contrario, un hombre convertido en mujer en la escena, frente al público, lo encontramos en Los empeños de una casa de Sor Juana Inés de la Cruz, cuando el criado Castaño se disfraza de mujer y resulta atractivo para otros galanes de la pieza que así resultan burlados en su masculinidad. Audacia insólita de una monja, como muchas otras de Sor Juana, mente capital para nuestras letras.
Molière, siempre intrépido, utiliza muy poco al travestismo, pero en el teatro francés se desarrolla con frecuencia, así que no es difícil encontrar casos en diferentes obras, por ejemplo en Miravaux que lo utiliza como un recurso en sus obras.
En Francia el siglo XIX fue pródigo en actrices representando varones. La más sobresaliente fue Sarah Bernhardt, ícono del teatro de la época, emblema de la diva escénica. Se recuerdan sus interpretaciones de personajes masculinos como Lorenzaccio de Alfred de Musset, Aiglon de Ronstar, pero muy especialmente Hamlet de Shakespeare, en una de sus interpretaciones más memorables. Aunque también encontramos a Virginie Déjazet que se convirtió en el símbolo de la actriz travestida.
Es decir que en estos tiempos no hemos inventado nada, actores y actrices les gusta disfrutar con su cambio de sexo para interpretar personajes del repertorio. Así ocurre ahora en el Julio César de la Comedia Francesa que se estrena en estos días bajo la dirección de Rodolphe Dana, en el que la mayoría de los personajes principales son interpretados por mujeres. ¿Son actrices que se travisten en hombres o el director decidió cambiar el sexo de los personajes? Pregunta necesaria para saber si las actrices miman personajes masculinos, o Julio César ahora es Julia o Marco Antonio es Antonieta. En la transformación que Ivo van Hove hizo de Antonio y Cleopatra, los personajes feminizados se transformaban en empresarias, directoras de compañías, o mujeres dedicadas a la política, lo que venía muy a cuento con nuestra época. Esperemos para ver los resultados de la puesta en escena de Julio César de Shakespeare para darnos una idea de su eficacia.
También tenemos el ejemplo del teatro Kabuki de Japón en donde hasta ahora los personajes femeninos son interpretados por hombres que lo han convertido en una especialidad de actuación. Son hombres transformados en mujeres, tal como ocurría en el Teatro Isabelino. Y los resultados son prodigiosos, desde la butaca lo que aparece es la imagen de un personaje femenino, un personaje mujer, no es una farsa, es una transmutación, es decir teatro.
Como posdata quiero recordar a una muchacha iraní que en el mes de marzo de este año fue sorprendida en un estadio de Teherán disfrazada de hombre. Es la única manera que tienen las mujeres de asistir a un partido de futbol en Irán: travestidas. Pero a la joven Sahar Khodayari, la descubrieron y en septiembre le informaron que iban a condenarla a una pena de seis meses de prisión. Ella prefirió inmolarse por el fuego. No es una historia de hace 200 años, es un suceso actual ocurrido en Teherán. Como se ve el travestismo sigue siendo necesario en ciertos países, y además peligroso.
Mejor que aparezca en el teatro.