Críticas de espectáculos

Seuls/Wajdi Mouawad

 

¿Quiénes somos y quién creemos ser?

 

Harwan, un joven canadiense de origen libanés, lo está pasando mal en Montreal. Acaba de romper con su pareja y se ha tenido que mudar de apartamento. Las relaciones con su padre y su hermana son bastante tirantes. Y el teléfono funciona por su cuenta. Licenciado en «sociología del imaginario», a sus treinta y cinco años cumplidos todavía no ha dado fin a su tesis de doctorado: el Encuadre como espacio identificativo en las actuaciones unipersonales de Robert Lepage (un tema que escogió después de ver La cara oculta de la Luna). Y lo peor es que no sabe cómo… Para embrollarle un poco más la vida, le llama su director de tesis: si adelanta su presentación casi un semestre, del mes de diciembre al mes de julio, podrá optar a ocupar la plaza de Escofié, un profesor amigo que acaba de morir. Harwan se queda tieso, para terminar su trabajo le falta la pieza principal: una conversación con el director teatral de la que tal vez pudieran extraerse las claves para armar esa conclusión que necesita. Pero como le informan desde Ex Machina, la compañía de Lepage, éste se encuentra en San Petersburgo, preparando otro de sus solos, La Revolución pródiga, para celebrar el centenario de la Revolución Rusa. De modo que, empujado por su hermana Layla, que quiere que termine la tesis de una vez, Harwan decide ir hasta allí a verle y emprende las gestiones necesarias (pasaporte, visados…) para viajar a Rusia, siendo para ello imprescindible sacarse unas fotos de carnet en un fotomatón callejero. Y será durante este acto rutinario cuando tendrá lugar un incidente que bien podemos calificar de «a lo Lepage» en cuanto un fallo técnico de la máquina (o una revelación, según se mire) da al traste con los planes de Marwan y le sumerge por entero en ese magma de sueños, ilusiones y deseos que es el vivir en la alucinación del coma clínico.

Y es que, a partir de ese momento, el protagonista pierde pie. Antes se dejaba llevar por la familia, la relación con su pareja y el mundillo de la universidad. Pero es ahora, cuando le vemos solo, sentado en una silla en el apartamento vacío, cuando se le empieza a plantear, aunque sea de modo muy confuso, el problema de su identidad. Lo que primero le viene a los sentidos son sensaciones de su tierra natal: «¿Recuerdas el perfume de las higueras salvajes? / ¿Recuerdas cómo se alineaban las viñas? / ¿Recuerdas los nombres de los vecinos? / ¿Recuerdas los nombres de los animales? / ¿Recuerdas todavía cómo se jugaba a las cartas? ¿Recuerdas el cementerio en el que te llevaste buenos sustos? / ¿Recuerdas las carcajadas? / ¿Recuerdas los olores del tomillo al cocer? / ¿Recuerdas los largos paseos? / ¿Recuerdas el néctar de las peras silvestres? / ¿Recuerdas el color del cielo?»…

Esa memoria que empieza a despertar en el imaginario de Marwan pronto va a pasar del mundo de las sensaciones a la evocación de su infancia en el curso de ese monólogo mayúsculo que es la conversación con su padre en el hospital. De la guerra no se acuerda nada, pero sí de los tiempos felices que pasó en el jardín trasero de su casa en la montaña libanesa, jugando con su perro, mirando a las estrellas e intentando contarlas una a una. Fue así como empezó a pintar, estrellas verdes sobre un cielo color rosa. Pero llegó el momento del exilio y allá que se quedaron sus cuadros, las pinturas y todo lo demás, ¡hasta las estrellas fugaces que adoraba! Y ahora, en este Montreal fustigado por la tempestad, a no sé cuántos grados bajo cero y con cuarenta centímetros de nieve en las aceras, Marwan se empieza a preguntar si no le hubiera ido mejor quedándose en su país de origen y trabajando como artista plástico: «Quiero decir que la vida no puede ser así: que te duela y acostumbrarte a que te duela. Gestionar el aburrimiento perpetuo, la falta de entusiasmo (…) Vivimos nuestras vidas como si fuesen borradores que pudiésemos pasar a limpio más tarde. ¡Pues no, el borrador es lo definitivo! (…) Quiero decir que cómo se hace para darse cuenta de si estás arruinando tu vida o no. Cuando la has arruinado, la has arruinado y vale, al menos ya lo has hecho, pero cuando la estás arruinando… ¿cómo se hace para darse cuenta?». Y Marwan parte para San Petersburgo en medio de una gran borrasca.

El lector me permitirá que no siga con el argumento. No sólo por ética profesional, para no reventar la historia, sino porque no sabría cómo hacerlo. Sería como contar una pesadilla, una sucesión de sueños y delirios espantosos que al final se convierten en una «performance» de aquelarre. ¿Y cómo se cuenta una «performance»? Aparte de que lo que vemos sobre el escenario podría ser o no la verdad del cuento. El espectáculo comienza con el protagonista tirándose por la ventana al ser incapaz de leer su tesis. Parece que, al final, encuentra un encaje, un «encuadre» en el mundo… Sólo que, a la escena primera, Mouawad la titula «Conclusión». Así pues, ¿cuál es la conclusión verdadera? De la misma manera, su director de tesis, el profesor Rusenski, le ofrece un puesto en la Universidad aunque esté ciego: su tesis ha convencido al claustro. Luego, si sobrevive, ¿cuál va a ser el destino de Marwan: ¿profesor universitario o pintor ciego? La respuesta a esta serie de preguntas se la va dando el propio espectador si es capaz de «entrar» en la función como lo hace Marwan en la pintura. Y evidentemente, no es única, la obra se abre a múltiples interpretaciones. Ahí está, por ejemplo, uno de los «leitmotifs» del espectáculo, El regreso del hijo pródigo, el cuadro que pintara Rembrandt varios años después de que muriera el suyo y que se expone, nos precisa el protagonista, en la sala 44 del museo de l´Hermitage en San Petersburgo. Junto a otros personajes desconocidos, en él está representada la escueta familia de Marwan: el Padre, envuelto en su túnica roja, imponiendo sus manos sobre los hombros del vástago recuperado, la Hermana un poco más atrás y, como mujer, en la sombra, y él mismo, el Hijo, vistiendo un traje nuevo, color ámbar, que su padre le acaba de dar. Pieza central del solo que Lepage prepara en la ciudad rusa, la pintura contendría también todo el significado de la obra: Marwan como «hijo pródigo» volviendo a la casa paterna, a su tierra natal. Una clave esencial, sin duda, para entender la obra pero que se queda un tanto corta: cuando el protagonista se encarama al cuadro en el epílogo no es, desde luego, para quedarse en él reconociéndole su capacidad simbólica sino para ir más allá, a la propia sustancia de sus colores. Y es esa pasión por la pintura la que le da sentido a la «performance» final. Una última reflexión que se refiere a la necesidad de hablar en árabe que siente nuestro protagonista para recuperar su identidad: nombrar el universo es poseerlo y si Marwan lograse hablar su lengua materna de corrido, el jardín de la casa en la montaña volvería a ser suyo. Y armado con sus botes de pintura, volvería a dibujar estrellas verdes sobre un cielo de color rosa.

Seuls es un espectáculo total. La edición preparada conjuntamente por la editorial LEMÉAC canadiense y la francesa ACTES SUD, además de llevar una introducción apasionante sobre la concepción de la obra preparada por el propio creador, ilustra el texto con multitud de fotos sacadas de la representación. Con ser muy ilustrativo, el citado conjunto de texto y de fotografías no logra dar ni idea de lo que es, en vivo, la función. Desde el momento en que aparece en escena con su «slip», Wajdi Mouawad se hace con el público. Tal vez se deba a su larga experiencia teatral, a la perfección y excelencia de su francés, a su dicción clara y siempre armoniosa, o a su porte y expresión corporal, tan teatrales como próximas a la audiencia, pero el caso es que la conquista por completo. La escena del juego de teléfonos es admirable, medida y controlada al minuto, con esas voces procedentes del espacio exterior – el Padre, Layla, Rusenski, Lynda Beaulieu o la librera – surgiendo como cánticos del contestador automático, única ligazón con el mundo que le queda a Marwan en su casa vacía. Como también lo es el monólogo que sostiene ante el padre en el hospital. ¡Con qué precisión administra el creador las bromas, la ironía, la nostalgia, el sarcasmo y la pena! Además de un excelente autor, Wajdi Mouawad es un intérprete magnífico. Pero todo se quedaría en un drama de tipo familiar un tanto sensiblero si el creador no fuera un «performer» y director de escena extraordinario. El ritmo que marca a sus intervenciones se convierte en un verdadero torbellino a la hora de llegar al final, cuando Marwan procede a una metamorfosis bárbara, propia de la tragedia, al reformatear su cuerpo, su conciencia y su espíritu: «¿Quiénes somos y quién creemos ser? ¡Ciegos que se creen dotados de visión! El regreso del hijo pródigo de Rembrandt, sujeto del próximo espectáculo de Robert Lepage, me obliga a formularme una pregunta hasta ahora sin cubrir en esta tesis: si yo tuviese que volver a aquello que me espera, ¿cómo haría para encontrarlo, para recordarlo? ¿Quién espera mi vuelta desde hace tanto tiempo? ¿Quién se sentiría tan emocionado si me distinguiese al final del camino? ¿Qué es lo que abandoné sin siquiera llegar a comprenderlo? ¿He acabado perdiendo la memoria? ¿Cómo se dice «memoria» en árabe?».

Al revisar el programa de mano nos damos cuenta del elevado número de especialistas en las artes escénicas que acompañan a Wajdi Mouawad en su «performance». Y en su extensa introducción al libro, el creador nos viene a confesar cómo trabaja con sus técnicos y con sus intérpretes. Él concibe la idea del espectáculo y escribe un primer borrador del texto. Todo lo demás se perfila en escena durante los ensayos atendiendo a las sugerencias y comentarios de los participantes. Así, el resultado final es el esfuerzo de todo un colectivo. Y en Seuls, aunque sólo le veamos a él, el trabajo del grupo está siempre presente.

* * *

Nacido en 1968 en Deir el Kamar, una localidad cristiano maronita de la parte central del Líbano rodeada de enclaves drusos, Wajdi Mouawad tiene que refugiarse junto a su familia primero en Beirut y luego, al recrudecerse la guerra civil en 1977, en París, en donde, a sus nueve años de edad, va al liceo y aprende francés. Rechazada su petición de asilo, los Mouawad son expulsados de Francia en 1983 para encontrar un refugio definitivo en Quebec. Allí se formará teatralmente Wajdi hasta obtener el diploma de la Escuela Nacional de Teatro de Montreal en 1991 e integrarse en varios grupos teatrales canadienses (Théâtre Ô Parleur, Théâtre des Quat´Sous) con los que montará, entre otras, obras de Sófocles, Cervantes, Shakespeare, Wedekind, Pirandello o Chéjov. En 1998 recibe el premio de la crítica de Quebec a la mejor producción del año por su obra Willy Protagoras enfermé dans les toilettes. En 2005 crea dos compañías gemelas de un lado y otro del Atlántico: «Abé Carré Cé Carré» en Montreal y «Au Carré de l´Hypothénuse» en París. De 2008 a 2012 es director artístico del Teatro Francés del Centro Nacional de las Artes de Ottawa al tiempo que «Au Carré de l´Hypothénuse» se asocia con el Espace Malraux Scène Nationale de Chambéry et de la Savoie. En 2009 fue el artista asociado del Festival de Aviñón y recibió el gran premio de teatro de la Academia Francesa por el conjunto de su obra. Sus últimas creaciones por el momento han sido Temps, estrenada en la Schaubühne de Berlín en 2011, y Des Femmes, puesta en escena de tres tragedias de Sófocles – Las traquinias, Antígona y Electra – presentada aquel mismo año en la cantera de Boulbon en el marco del Festival de Aviñón.

La primera noticia que tuvimos de su teatro en nuestro país fue el paso fugaz de su obra Incendies (2003) por el Teatro Español de Madrid en la primavera de 2008. Segunda pieza de Le sang des promesses, una tetralogía que comprende además Littoral (1997), Forêts (2006) y Ciels (2009), aquel estreno, mal publicitado, se convirtió en un acontecimiento gracias al boca-oreja hasta colgar el cartel de «no hay billetes». Tuve la oportunidad de ver las cuatro obras en el Festival de Aviñón de 2009, donde las tres primeras se dieron de seguido en el Palacio de los Papas durante una representación que duró once horas, de las ocho de la tarde a las siete de la mañana del día siguiente. En otoño de 2010, la rivalidad programadora que mantuvieron el CDN de Gerardo Vera y el Español de Mario Gas nos dio la oportunidad de volver a ver Incendies en las Naves del Español del Matadero y Littoral en el Valle-Inclán dentro del ciclo «Una mirada al mundo» (el curioso lector puede encontrar las críticas de aquellas dos funciones en esta misma sección de Opinión). Y ahora, dentro también del mencionado ciclo otoñal del CDN, se acaba de poner Seuls en el Valle-Inclán, una pieza que tiene el atractivo de ser interpretada, además de escrita y dirigida, por el propio Wajdi Mouawad. Producida por «Au Carré de l´Hypothénuse» y «Abé Carré Cé Carré», la obra se estrenó en el Espacio Malraux de Chambéry en marzo de 2008 y se presentó aquel mismo año en el Festival de Aviñón.

Por David Ladra

Título: Seuls (Solos), representada en francés y sobretitulada en castellano – Texto, dirección e interpretación: Wajdi Mouawad – Dramaturgia: Charlotte Farcet – Consejero artístico: François Ismert – Escenografía: Emmanuel Clolus – Iluminación: Eric Champoux – Vestuario: Isabelle Larivière – Música original: Michael Jon Fink – Vídeo: Dominique Daviet – Producción: Au Carré de l´Hypothénuse (Francia) y Abé Carré Cé Carré (Quebec) – Teatro Valle-Inclán, del 4 al 6 de octubre 2013


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