Si de entusiasmo se trata
El tránsito por zonas liminales, pondrá irremisiblemente al teatro en bordes de irrepresentabilidad, es más, será un juego para sí mismo plantearse el franqueo de sus propias aporías. Pero esto no es de extrañar, puesto que si el teatro sobrevive en estado crítico, es hasta natural. En ese contexto, no será raro tampoco, que el actor se encuentre, paralelamente, con su rol en el límite de lo impronunciable, de lo decible. No todo es carnaval, sarao y pogo, adolescentizando la percepción, en las reacciones más superficiales que pueden instalarse en la platea en clave de ‘ji, ji, ji’. El ejercicio antropológico de descubrir (y el arte como arma para ello) que estamos vivos, que seguimos aquí, con todo, no se resuelve en la prueba de realidad de ‘ser’ un ser vivo, sino en la de aplicar ‘viviendo’ el principio vida. Pareciera que en el punto fijo podemos captar esos signos vitales, pero al movernos, al entrar en dinámica, es que empiezan las depresiones, los hábitos mecanizantes y adormecedores, los fracasos, en fin. De aquí que lo importante no está en certificar la vida, sino en vivirla. Su valor de cambio deviene de su valor de uso. Una de las herramientas metodológicas para este trance de re-descubrirla es el entusiasmo. Pero probar la certeza de la vida por el entusiasmo que nos produce saberla ahí pese a todo, no capacita per se para aplicarla como vida viviéndose, sobre todo cuando esta debe implementarse en la realización de proyectos que son los que suelen desfasar el eje que atestigua lo vital. Es claro que mientras el eje va corriéndose, no captarlo al instante es lo que luego dificulta impedirlo. Así, que ante esta circunstancia, ha de venir un terapeuta, un conjurador, un chamán, un catalizador, un propiciador, que aúne las condiciones para solucionar los problemas que llevan al desvío. Ya necesitarlo, sabemos, puede tornarse una adicción, al punto que perder el eje, será parte cuasi natural de los procesos de extravío de cualquier artista dramático. Después, equivocarnos para necesitar de quien saque las papas del fuego, empezará a ser el sospechoso círculo enfermizo de quienes están más cómodos no tomando decisiones por sí mismos, sino dependiendo de algún mesías de cabotaje, donde no sólo el remedio es la adicción, sino la capacidad de crear la sintomatología para él. Puesto en este esquema de neurosis cultural, el entusiasmo es el placebo por el cual todo lo negro puede ser una infinita paleta de colores. Pero el entusiasmo no es una prescripción, sino un estado que se logra. Certificar la vida, sentirse vivo desde el punto de emplazamiento desde el que al artista teatral le toca emitir, aún con lo positivo que pueda resultar, no es sino una instancia ‘pre’. Pre-experiencial, pre-oficio, pre-solución de problemas. La vida antecede al oficio, al trabajo, a la técnica. Entonces el problema es la vida aplicada, la vida que se vive al desplegarse la misma. El filósofo argentino Thomas Abraham, analizando al progresismo, decía recientemente: «Lo que provoca entusiasmo es difícil de diagnosticar». Por lo que la entretela de por qué algo vitaliza, es incierta. Podemos decir que el entusiasmo es un combustible, pero ¿para industrializar qué? Si bien estas definiciones no justifican anular tales entusiasmos, tampoco por tenerlos, se esquivará responder aquello que precisa de una posición. Los entusiasmos son pre-conscientes, cuando no enajenantes. Así es que no vale sólo disponer de entusiasmo sino de cómo se ejecuta la tarea con él. O el otro problema: por qué cuando hay que realizar la tarea creativa, profesional, resulta que el tal entusiasmo, se ha diluido. No poder capitalizar el principio vital en el trabajo, va generando una creciente crisis de auto-estima, una literal depresión, hasta la paranoia frente a todo los que empiezan a apercibirse de tales imposibilidades y limitaciones. O todo lo que se dice desde ‘fuera’ empieza a poner en crisis la imagen que ese artista se hace de sí mismo. No será raro que lo colateral, adquiera rango de importante, como la diferencia de ‘campos’ desde los que se ejecuta una acción, pase a ser la determinante en la consumación del ‘prejuicio’ por el que se aplasta al privado de vitalidad.