Si el viento ardiera
En un lugar de Polonia, de cuyo nombre a la gente de teatro le conviene acordarse, tienen su sede dos instituciones fundamentales que beben de las raíces vivas de una tradición teatral que va conformándose y expandiéndose a medida que es encarnada y practicada a cada instante. Mezcla de sacralidad y paganismo, esta forma de hacer teatro une cielo y tierra para fundirlas en el hombre, en la mujer, convirtiendo al ser humano en una «cintilla» que arde, conectada a lo sutil, mediante un cordón umbilical conectado a las profundidades de la vida.
En este lugar de cuento para el performántico, poder gozar de un espacio donde trabajar por unas horas es oro. Habitan Wroclaw jóvenes increíbles venidos de las partes más distintas del mundo, que esperan, con elegancia, poder pisar suelo de madera para poder volar durante unas horas terrenas, porque aquí, en contra de lo que pudiera parecer, cuesta poder gozar de un espacio durante unas horas. Aquí eso, no se toma «for granted», es decir, no se da por descontado.
Quizás, por eso, la gente entrega piel y alma cuando tiene la oportunidad de estar en sala. Quizás, por eso, la sala habla. Los antiguos decían que los lugares estaban habitados por un genio, que cada lugar tenía su propio genius loci. Sista Bramini, actriz italiana, cuyo teatro está inspirado en el trabajo que Grotowski desarrolló en la naturaleza, sabe mucho de esto. Es una especialista en escuchar, en dar tiempo al lugar para que se revele, como cuando estamos en el campo y, por unos momentos, dejamos de hacer ruido para poner nuestra atención fuera de nosotros mismos. Al cabo de un tiempo, el lugar se abrirá para nosotros, con sus sonidos, las ramas mecidas por el viento, el ruido de un tractor a lo lejos, el corretear de una ardilla… Los sitios cerrados también tienen su propia personalidad, también susurran cosas al oído del visitante que ha aprendido a escuchar. Basta con pensar en el interior de alguna antigua iglesia románica, un museo con solera, una bodega…
Un edificio del año 1300 alberga la sala de teatro de la compañía Teatr Piesn Kozla (El canto de la cabra), que fue, durante tiempo, el refractario donde comían y bebían las monjas. De techos abovedados, cuyos nervios nacen como los cuernos de los sombreros de los bufones, este espacio lleva más de 10 años albergando el trabajo de esta compañía. Las paredes de piedra son camas elásticas que recogen y rebotan el sonido de los cantos polifónicos que emanan de los cuerpos de estos artistas, ocupados en dar voz a las culturas minoritarias que guardan secretos de siglos conectados con las estrellas, las praderas, el viento en el bosque, los ríos de aguas calientes y el galopar de caballos…
En esta sala han trabajado los 12 integrantes del master que la compañía polaca realiza en colaboración con la universidad de Manchester. En esta sala prepara la compañía sus espectáculos. En esta sala trabajan las personas que vienen a realizar los cursos de verano. Y cuando unos están dentro, otros están fuera, porque solo hay un espacio.
A veces, hace falta venir hasta el corazón del teatro polaco para que te recuerden que tener un espacio donde trabajar siempre que quieras es un auténtico lujo, que no todos pueden permitirse.