Silencios y futuro
Un desconocido con quien me encontré después de tres años de distancia me cuenta que para él el silencio no existe. Me dice que el silencio es una palabra tramposa porque cuando empiezas a escuchar descubres que hay sonido dentro o fuera de tu cabeza. Me traslada que tal vez exista la posibilidad del silencio, que es la que aparece cuando uno está inconsciente o cuando duerme. Pero cuando uno duerme no puede escuchar el silencio porque no está consciente. Es una paradoja divertida, como todas las que nos rodean. Y mientras nos quedamos sin palabras, los paseantes enmudecen, una copa de vino estalla y un concierto termina alrededor.
Tras una hora de deambulación consciente y de ir conociendo un poco más al desconocido, acabamos por detenernos delante de una casa. Es la número 127. La calle no la recuerdo. «¿Puedes oír todo el sonido que encierra esa casa abandonada y solitaria?, pregunta. Como respuesta le cuento la diferencia entre lo abandonado y lo solitario: la soledad es escogida; el abandono, impuesto. Lo solitario no tiene por qué haber sido abandonado; lo abandonado puede estar todavía habitado.
Es justo ahí cuando conectamos con la Sala de Fumos del Teatro Circo de Braga que durante el Festival Semibreve acogió la instalación Aion, del danés Jacob Kirkegaard junto un programa formado por creadores como Ben Frost, Ryoji Ikeda, Roly Porter o Mouse on Mars. Entonces, Aion como infinito, como un tipo de eternidad, como los sonidos de cuatro habitaciones de Chernobyl –una iglesia, un gimnasio, una sala de conciertos y una piscina- cuyas resonancias Kirkegaard registró en 2005 precisamente para cuestionar el silencio y la ausencia de estas estancias abandonadas. «No solo están abandonadas sino que además están habitadas por la radioactividad. Y la radioactividad es algo muy difícil de entender porque no podemos verla, no podemos olerla, no podemos sentirla, pero sabemos que está ahí y que es peligrosa», explica el creador en una de sus entrevistas.
Junto con el dominio técnico y formal, la capacidad metafórica es la que explica la atracción que podemos sentir por creación artística. La capacidad de generar espacios, de dialogar con la época, de manifestar sus silencios, de conmocionar y de suscitar sombras que inviten a la reflexión es una de las principales labores de la creación y es lo que Kirkegaard consigue con su dramaturgia visual y sonora. El tiempo, la soledad, el fin del mundo, los límites de la percepción, el deseo de desvelar lo que no se presenta con facilidad…son algunas de las experiencias, las imágenes y las sensaciones que Kirkegaard aborda en un trabajo que viaja desde la potencia del concepto para instalarse profundamente en la médula de quien a él se acerca.
Y a mí, personalmente, me sirve para enfocar la mirada sobre la mayoría que no es silenciosa sino que ruge ante oídos que no quieren oírla. Y también sirve para enfocar la mirada sobre políticas destructivas que se imponen sin dar respuestas, que silencian, anulan, desmantelan y, al igual que la radiactividad, deshabitan y abandonan lo público. Y así, en oposición al abandono, la resonancia a la que invita la convocatoria de Cultura Contra La Mentira que el 17 de octubre recorrerá las calles de Compostela bajo el lema «Tenemos Voz». Una voz para evitar que las radiaciones negativas nos sumen en el silencio de la inconsciencia y nos desaloje porque sus efectos, al igual que los de Chernóbyl, pueden perdurar durante 70.000 años.