Sin apenas razonamientos
Todo es clásico. Todo es contemporáneo. Todo son versiones. Todo son adaptaciones. Todo forma parte de un mismo estribillo: clásicos contemporáneos. Se van presentando las temporadas de los grandes teatros institucionales. Ya sea clásico, contemporáneo o mixto, lo cierto es que aquella homilía de hace unas pocas semanas donde me refería a los nombramientos en instituciones teatrales que dotaban a los elegidos de súper poderes se demuestra de una manera incuestionable. Tres montajes por aquí, dos montajes por allá, protagonista por acullá. Algo huele a podrido en nuestro teatro institucional cuando una Compañía Nacional de Teatro Clásico anuncia un Shakespeare que se estrena en Mérida y que después llega al Teatro de la Comedia. O sea, un montaje que no es del siglo de oro español, ni un texto greco-romano, que era la inspiración para el festival extremeño, pero que va a copar con nombres ilustres en su reparto, entre ellos el director-actor-aprendiz, los dos escenarios. Se recuerda a los más desmemoriados que en el jurado de selección del aprendiz Lluís Homar estaba don Jesús Cimarro, productor de la obra antes mencionada.
Y no quiero seguir más pistas de esta descarada privatización de nuestras unidades de producción, festivales de relevancia, porque me parece que ya está rayando con el escándalo. E insisto, en el Ayuntamiento de Madrid encuentro muchos agujeros y connivencias y reiteraciones, pero en las unidades de INAEM, empieza a ser insoportable la dejación de sus actuales responsables sobre las supuestas buenas prácticas, que no deberían ser solamente para elegir de manera nada ejemplar a los responsables de las direcciones, sino que deberían seguir sus actuaciones por si acaso se desvían de sus fundamentos o son prácticas que rozan algo que se pudiera considerar objeto de una denuncia. O algo más feo.
Me sorprende la temporalidad del teatro clásico, como en el verano florecen festivales por doquier. Se entiende que los monumentos ejemplares, los marcos incomparables llaman a su uso revestidos de un cierto clasicismo, como si se intentara subsanar las programaciones banales de los meses de labor con unos días donde las carteleras llevan nombres de autores del siglo de oro u otras perchas de solera en la literatura universal para reclamar la atención de los públicos. Proliferan los montajes, de todos los formatos, de todas las categorías y a veces se puede dudar de si se trata de acciones realmente culturales o se corresponde a una corriente oportunista de algunas productoras, compañías o individuos que saben que existe un circuito que necesita nutrirse de un tipo concreto de obras. Llevo una mala racha. Que dura años.
Una bella excepción en todos los sentidos: el Festival Iberoamericano de Teatro del Siglo de Oro. Clásicos en Alcalá, inauguró la edición de este año con una propuesta que me resulta altamente positiva, por muchas razones. Me refiero a la reposición de ‘El médico de su honra’ de Calderón de la Barca en el montaje dirigido por Adolfo Marsillach en 1986 y fue la presentación de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Me parece que es algo para tener en cuenta y repetir, porque es una manera efectiva y directa de conocer algo de nuestra historia reciente. Seguro que estaba en vídeo en el CDT, pero aquí pudimos ver, gracias a que el ayudante de entonces se ha hecho cargo ahora de la dirección y lo pudo remontar con la misma escenografía y el mismo vestuario, por lo que nos quedó a las claras las estrategias de dirección de Marsillach, el uso del espacio como elemento vivo, la creación de una supra dramaturgia escénica, donde jugaba con sombras, personajes de servicio. Encontré que el reparto de esta versión, el día de su estreno, no acababa de estar a la altura que uno intuía. Pero aplaudo la iniciativa, celebro que se guarden estas escenografías y vestuarios en buen uso, y que el festival, de acuerdo con la CNTC, haya trabajado de manera eficaz para dar a los públicos, pero sobre todo a educandos y profesionales jóvenes, la oportunidad de ver cómo se trataba en aquellos años los textos clásicos. Y debo confesar que me pareció bastante más avanzado y moderno este montaje que lo que ahora nos presentan como contemporáneo. Sea dicho con respeto.
Una profesional de la escena me insiste sobre algo que nunca había pensado, aunque lo había ejecutado en mis años de mayor ferocidad egocéntrica. Propone crear un sistema, unas escapatorias, para que si un espectador, por la razón que sea, decide abandonar una sala lo haga sin que se cree esa sensación de menoscabo a lo que sucede en escena. Sería como crear una nueva convención en la que se diera por entendido que se va por cita previa, retorcijón, cansancio o simple aburrimiento. Y que tiene su derecho. Y que no debe ser malinterpretado por los actores. Me parece difícil implementarlo. Pero seguiremos pensando en ello.