Otras escenas

Sin complejos

Londres. Primera jornada del Greenwich + Docklands International Festival. Inauguración del espacio destinado a la actividad profesional a pocos metros del barco-museo Cutty Sark. Estamos invitados internacionales, profesionales británicos y compañías participantes. La bienvenida es muy agradable: agradecimientos, parlamentos varios, mucho cava y más sentido del humor –el control que tienen los anglosajones sobre los procesos comunicativos hablados acostumbra a ser impresionante, se trata de una cultura que da a la oratoria un papel muy importante en la formación de cualquier profesional-.

Al rato, unos cuantos nos vamos a la fiesta de captación de mecenas y patrocinadores que se celebra en la ‘Queen’s House’. Me fascina el tono directo y natural que le confieren al tema, en la fiesta se habla de dinero sin ningún tipo de reparo. Repartidos en las mesas altas en las que apoyamos copas o canapés podemos encontrar fantásticos catálogos para empresas o particulares que invitan a la inversión en el certamen. También tarjetas con las que todo aquél interesado en hacer una donación puede dirigirse a la organización y ver cómo; o dossiers que explican el proyecto en número de visitantes, impacto económico en el territorio, y otras cifras y comentarios muy apetitosos que presentan el festival en el indispensable lenguaje de los inversores. Se nota que la cultura del mecenazgo está asentada.

A la mitad de los parlamentos nos vamos. No es que el nivel de los discursos respecto a la otra recepción haya disminuido, continúan brillantes. Nos marchamos porqué está a punto de presentarse ‘Faust’, el espectáculo de los jovencísimos Bad Taste Company, una de las producciones estrella que el consorcio de festivales ‘Without walls’ presenta en Londres.

Al terminar la representación, dos muchachas que visten camisetas con la imagen del festival se me acercan. Una me ofrece una tarjeta que me invita a dar mi opinión acerca del evento y la otra, que acarrea una especie de hucha grande como un cubo de fregar, me invita muy educadamente a colaborar económicamente con el festival diciendo: ‘es para poder mantener las gratuidad de las actuaciones’.

De los Bad Taste nos marchamos a rememorar el gran ‘As the world tipped’, de los Wired Aerial. El espectacular escenario de la compañía que abrió la programación de FiraTàrrega el año pasado se halla instalado enntre los jardines de la ‘Queen’s House’ y el Museo marítimo nacional. Qué gusto da estar esperando sentado en la hierba a que la pieza comience, sin la presión que supone inaugurarse encima… La falca de voz que la organización lanza antes de iniciarse el espectáculo me pilla por sorpresa. Solicita que apaguemos los teléfonos móviles, habla de algo más que se me escapa, y termina avisando que, a posteriori, los interesados en hacer donaciones lo podemos hacer mandando un mensaje de texto al teléfono que citan a continuación.

Al llegar al hotel, después del espectáculo, saco el Ipad y tomo nota de todo. Apunto ideas que tienen que ver con la participación del público de un festival en su presupuesto, con el mecenazgo, así como con la financiación privada de un proyecto que tiene que ver con actividad artística que no pasa por taquilla. Me preocupa el precio que tenemos que pagar hoy día por el acceso a la cultura, pero me gusta que el público sea consciente de la inversión ejecutada, tanto pública como privada, y que el valor que le damos a las artes escénicas representadas en el espacio público sea el mismo que le podamos dar al hecho escénico por el que pagamos una entrada. Es fundamental que el espectador respete el trabajo del creador, y sea sensible al impacto económico que generan las artes de calle, al volumen de negocio y los trabajos directos e indirectos que genera dicha disciplina. Lo gratis sí, aunque no a cualquier precio.


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