Sin noticias del futuro
Arranco esta entrega sin rumbo y pienso que ni falta que hace para nada trazarse una hoja de ruta para la vida en general o para escribir una entrega de esta homilía lunera que solamente tiene un sentido: cumplir. No hay una inspiración que me empuje, ni siquiera un cabreo que me impulse. Nada. Los asuntos personales y los asuntos colectivos me han colocado en la periferia de la responsabilidad. Junto letras para transmitir el horror que me provoca la amenaza de guerra mundial. Pongo adjetivos porque no soy capaz de colocar los verbos adecuados que expliquen lo que puede devastar una revisión médica en la que descubren un cable fuera de sus conexión.
Por eso no me llegan noticias del futuro. Se han bloqueado las vías habituales de comunicación. Y en esta ausencia transijo con mis contradicciones todavía con mayor fe. ¿Qué se puede esperar a estas alturas del partido? Lo adecuado sería enajenarse y tirar por el camino del medio, el de la loa floral, que para eso estamos en una primavera agosteña, pero busco amparo en las carteleras y la primera impresión es de estar metidos en una transición en los puntos vitales de decisión organizativa que en algunos puntos del poder se está gestionando con decisión y en otros con rutina.
Y sin embargo se anuncian festivales, programaciones, cambios, recambios, estadísticas, premios y más premios. Y todavía más premios. Sombras de un catálogo de impertinencias. En el fondo, lo que existe es un ataque de individualismo camuflado de orgía fantasiosa con ribetes sados. O dicho a la manera cazurra, el más tonto capador. Porque en una noche de aquellas que no se igualan, se aparece un fantasma recorriendo las tablas, las agrupaciones, los centros de decisiones políticas y a ritmo de rumba electrónica pregunta si alguien controla la situación. Y se enfadan los preguntados. Y contestan con exabruptos o con deliberadas ambigüedades. ¿Está equilibrada la oferta y la demanda?
Eso que hacemos, apoyamos, producimos, difundimos, criticamos o programamos es un acto cultural que necesita, de manera imprescindible, la presencia de ese otro ente fundacional: el público. Y ese público no es un cliente, sino una ciudadana, un contribuyente, un amante de la literatura de Chéjov o de los magníficas expresiones físicas de esa bailarina sublime. Por lo tanto, no se puede estar siempre entretenido , perdido, autocomplacientemente, con los asuntos profesionales, de gestión o políticos. Eso es una coartada para que todo se mantenga en la mediocridad del menos malo, del enchufado o del opositor de marca blanca.
Desisto. Entro en proceso de reconstrucción. Veré si hay salida de emergencia. Mientras tanto afinaremos los trombones, aclararemos la voz, ajustaremos mejor los pasos y quedaremos quietos, a modo de estatua de sal, para ser retratados por cualquier cámara hasta la epifanía del nuevo redentor de las hordas teatrales que caminan hacia la acumulación y el gorgoteo. Mientras se repartan las limosnas, los necesitados daremos gracias al señor del boletín oficial. Peregrinaremos a sus aposentos, nos haremos los encontradizos, suplicaremos ayudas, agrandaremos la distancia entre el posibilismo chato y la acción política cultural decidida. O quizás todo lo contrario, que uno no está para muchas demagogias.
Les dejo mi recado, voy a mandar palomas mensajeras, señales de humo, certificados de existencia y convivencia. Por si acaso. Aunque quizás sea más pragmático hacer caso a otro dicho popular: para que preocuparse por los medios días habiendo días enteros. El futuro puede esperar.