Críticas de espectáculos

Slava’s Snowshow/Slava Polunin

Gran tormenta de nieve

 

Obra: “Slava’s Snowsshow Autor: Slava Polunin. Intérpretes: Slave Polunin, Ivan Polunin, Elena Ushakova, Aelita Loukhaeva, Artem Zhimolkohov, Oleg Sosnovikov y Vadim Amirkhanov. Escenografía: Slava Polunin y Victor Plotnikov. Iluminación: Elizaveta Titanyan y Alexander Pecherky. Dirección artística: Gary Cherniakhovski. Dirección: Victor Kramer. Teatro Principal de Zaragoza. 4 de marzo de 2010.

Avalado por un rotundo éxito internacional (más de tres mil representaciones girando por medio centenar de países durante más de diez años) “Slava’s Snowshow”, el espectáculo del clown ruso Slava Polunin, se presentó el pasado jueves en Zaragoza. Esa fama que precede al artista ruso y su espectáculo se dejaba notar entre el público que abarrotaba el Teatro Principal, expectante y dispuesto a ver una soberbia función. Y a juzgar por su reacción, no quedó defraudado en absoluto. Dio evidentes muestras de implicación y complicidad, y al final, aplaudió puesto en pie a Slava y su troupe, y le costaba trabajo abandonar la sala, tal vez para seguir reteniendo todo cuanto había estado recibiendo durante casi una hora y media. Eliminen toda esa serie de enunciados a modo de slogan publicitario que acompañan este tipo de fenómenos internacionales (“el payaso más famoso y aclamado de todos los tiempos”, “impresionante y de una belleza desconcertante”, “nos transporta al edén perdido de nuestra infancia”…) y tendrán la medida de lo que ofrece la propuesta de Slava Polunin.

“Slava’s Snowshow” ofrece momentos de gran efectismo (el patio de butacas retumbando por la potencia del sonido, la tela de araña, la tormenta de nieve) pero afortunadamente, por debajo de todo eso palpita la sencillez de la naturaleza dramática, es decir teatral, que lo atraviesa, que lo impregna y que lo llena de vida. Y digo afortunadamente porque, al fin, lo que uno conserva en la cajita aterciopelada de los momentos sublimes, no es el gran efecto, sino el lirismo, la belleza, la nostalgia. Nos queda el gesto austero y esencial, esas miradas que llenan los silencios, la mímica precisa y desnuda.

Nuestros oídos probablemente olvidarán el sonido atronador, pero nuestra memoria conservará la imagen de ese payaso atravesando lentamente el escenario portando una cuerda con la que pretende ahorcarse, o ese perchero vestido con un abrigo y un sombrero convertido en la amante de la que se despide en la estación… Hay muchas más imágenes con las que alimentar nuestro placentero recuerdo. Otras no brillan a la misma altura, pero el conjunto es sólido, atractivo, visual y con gran capacidad para conectar.

Polunin se muestra como un payaso genial, de técnica depuradísima; la troupe que le acompaña sencillamente sobresaliente. Pero no son payasos que nos conquistan por medio de la bofetada o el chiste, ni siquiera por lo grotesco, sino que vienen hacia nosotros caminando por la cuerda floja de un trémulo romanticismo, de una sutil nostalgia, que nos alcanza y nos inunda como una gran tormenta de nieve.

Joaquín Melguizo
Publicado en Heraldo de Aragón, Sábado 6 de marzo de 2010


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