Sobre una pregunta sin respuesta
Las preguntas sin respuesta no son necesariamente inútiles, de la misma manera que los viajes sin destino no dejan de ser por ello menos interesantes. El pensamiento, que se vuelve indolente frente a cuestiones resabidas, se eriza sin embargo ante una pregunta que le seduce ocultando su respuesta. Como en los viajes no programados donde la única brújula es la curiosidad, a través de este tipo de preguntas uno llega a territorios tan insospechados como estimulantes. La pregunta, que viene después de estas palabras con las que estiro vuestra atención, es tan sencilla y directa que a veces se obvia. Llegamos al grano: ¿Qué es buen teatro?
Cuando digo que este interrogante carece de respuesta es, en realidad, porque tiene múltiples respuestas posibles. Es decir, no hay una única respuesta. Cada persona, aficionada o profesional, espectador comprometido o accidental, actor, director o crítico tiene una idea más o menos concreta de lo que es buen teatro. Pero –lo que es más interesante–, cada persona a lo largo de su vida formula diferentes respuestas a la misma cuestión. Tratar de responder al interrogante es, por tanto, un acto de autodefinición. Funciona como una especie de GPS que sitúa en coordenadas éticas y estéticas nuestra perspectiva sobre el teatro en un momento dado. No obstante, respondiendo a la pregunta resulta imposible definir o certificar, sólo se puede insinuar. No se llega a puerto, sólo se apunta en la dirección que crees la correcta. Es una manera de acechar una presa que se sabe inalcanzable. Es intentar describir el aroma de algo que no se ve ni se puede tocar. Llegamos al grano dentro del grano: a día de hoy diría que para mí el buen teatro tiene tres cualidades indispensables: sensibilidad, contundencia y humanidad.
La sensibilidad es la habilidad para sentir y hacer sentir. Así entendida la sensibilidad es una cualidad inherente de todo buen actor. De hecho, definir a un actor como alguien capaz de sentir y hacer sentir no parece un desatino. En una puesta en escena la sensibilidad se rebela en el cuidado por los detalles: en la colocación minuciosa de los objetos, porque un vaso tiene que ir allí y no varios centímetros más a la derecha, en el dibujo milimétrico de las formas, en ese pañuelo con las arrugas diseñadas, en la selección de la gama de colores, en el blanco de una silla que no es un blanco cualquiera… En ellos se percibe cuán lejos se quiere llevar el compromiso estético, y el amor y el odio que lo empuja por dentro. No en vano, nunca se es tan meticuloso como cuando se ama o se odia en profundidad. Observemos si no el enjambre de nimiedades que adorna todo cortejo bien llevado, o el detallismo monstruoso de las máquinas de tortura. Toda gran creación tiene la misma ingeniería que pone en marcha la pasión y el rencor, pero orientada hacia fines artísticos.
La contundencia hace pensar en algo duro y rotundo, pero aquí la utilizo en su definición más académica, como algo que produce “una gran impresión en el ánimo”. Los buenos teatros son capaces de causar una gran impresión en el ánimo del espectador, en su percepción emocional, pero también en su perspectiva social y política. Un matiz: la contundencia no está asociada necesariamente a algo grandilocuente. Puede ser algo pequeño, una imagen, un movimiento, una frase, pero de tal potencia que se imprime hondamente en la memoria del espectador. Siempre recordaré el espectáculo “¿Bailamos?” de Sémola Teatro y la imagen de un guardia civil con la cara completamente ensangrentada, después de que el actor metiese la cabeza en pintura roja. O frases de La Zaranda, como “es una milagro que esperemos un milagro”. O la fuerza embriagadora de las voces y las melodías de los polacos Teatr Pieszn Kozla. Los momentos contundentes tienen la capacidad de quedarse impresos en el recuerdo largo tiempo, para periódicamente asaltarte perturbándote de nuevo.
La humanidad es la cualidad que hace que el teatro sea un reflejo del comportamiento humano. Es aquello que despierta la empatía por los personajes y los actores, aquello que induce al espectador a bailar emocionalmente con ellos. Es descubrir en el entramado artificial de la escena momentos que, por su veracidad, pueden corresponder a una persona cualquiera. Cuando veo los espectáculos de Peter Brook es aquello que más me impacta: la sencillez y la transparencia de sus actores, que hacen teatro de tal manera que por momentos uno se olvida que está viendo teatro.
La sensibilidad, la contundencia y la humanidad parecen describir territorios bien definidos, sin embargo, se mezclan creando espacios inimaginables. Lo contundente puede ser sensible y humano, de igual forma que la sensibilidad es una cualidad humana que puede ser mostrada con contundencia, y la humanidad esconde a su vez momentos contundentes y sensibles. Las tres palabras intentan, sin conseguirlo, delimitar algo que es infinito. Y es que el buen teatro también lo es porque no puede atraparse con palabras. O como diría Mikel Laboa: al pájaro podemos quitarle las alas para retenerlo, pero entonces dejaría de ser pájaro.