Sonámbulo/Ur Teatro
La palabra poética
Obra: Sonámbulo
Autor: Juan Mayorga, a partir de «Sobre los ángeles» de Rafael Alberti
Intérpretes: Jordi Dauder, José Tomé, Pepe Viyuela, Guillermo Weikert
Espacio escénico: José Tomé
Iluminación: Miguel Ángel Camacho
Espacio sonoro: Eduardo Vasco
Vestuario: Chus Tristancho
Dirección: Helena Pimenta
Producción: Ur Teatro
Gran Teatro Falla – Cádiz – 16-10-03. Festival Iberoamericano de Teatro (FIT)
El poeta absorto, frente a una máquina de escribir, se derrota y se duerme. Y en ese duermevela se le apoderan las pesadillas. Está escribiendo «Sobre los ángeles» y es desde ahí donde Juan Mayorga emprende una dramaturgia muy respetuosa, interesante en cuanto a la creación de unas voces que acompañan al poeta para recordarle su mortalidad, para resituarlo, para guiarle en su travesía. Esta opción dramática logra crear una estructura donde sujetar la siempre levedad escénica de la palabra poética. Los poemas dramatizados corren el riesgo de convertirse en cursilerías, en palabras huecas encadenadas. No sirve siempre la ilustración escénica, y aquí se sustenta en buscar ese antagonista escénico de esos personajes que rodean, incitan, acunan al poeta, al propio poeta que es quien recita sus versos, quien interpreta sus versos. Y es en esta «interpretación» donde se produce una disfunción.
En primer lugar, el actor, José Tomé, hace una interpretación muy blanda, da vida a Alberti pero desde una manera propia, es decir no haciendo un personaje, sino haciendo una interpretación basada en sus recursos, en una prosodia un tanto peculiar, en un recitado o declamación que para huir de los tonillos, caen en los cánticos, en las frecuencias rítmicas que no respetan el ritmo poético, que le quieren dar teatralidad a la palabra poética, pero que las deja, a mi entender, en terreno de nadie.
Esta opción le resta potencia, tomando relevancia el conjunto, llegando como una alegría otras voces de otros actores, con mejor dicción, timbre, calidad para darle a la palabra un sentido carnal, no sicológico. La puesta en escena, bastante ordenada, clara, con un espacio escénico muy sugerente, y una iluminación que le da una impronta majestuosa, que da ese pátina de irrealidad, de sueño, de sonambulismo. El conjunto tiene una buena factura, es nítida, logran algunas fugaces imágenes muy significativas, pero pasadas las horas desde su visión, al esforzarse en el recuerdo y el análisis, se siente una especie de neutralidad estética, de liviandad conceptual, de ausencia de compromiso que tiende a dibujar a un Alberti muy introspectivo.
Carlos GIL