Soplar el texto, por Tiago Rodrigues
¡Aquí sale hasta el apuntador! es el libro de Fernando Fernán-Gómez en el que recoge anécdotas e historias del mundo del teatro. Que salga hasta el apuntador es lo máximo: la ruptura de la convención general de la ficción. El desvelamiento del artificio, la puesta en evidencia del fingimiento. El juego transformado en juguete. Desnudar el drama, quebrar el encanto de la voz objetiva, que tan bien nos la explica Peter Szondi en su Teoría del drama moderno (1956), es recrearse en el juego teatral y meta-teatral. Que salga hasta el apuntador es signo de que lo vamos a ver todo, o casi todo. Las entretelas del teatro, como deleite y metáfora.
El apuntador o traspunte es un oficio de esos que nos legó la tradición del modelo clásico del teatro a la italiana. Algunos teatros públicos de larga tradición, como el Teatro Nacional D. Maria II, TNDMII, de Lisboa, han contado en su cuadro de personal con la figura del apuntador.
El director artístico del TNDMII, Tiago Rodrigues, que en 2018 recibió el Premio Europa de Teatro, ha estrenado Sopro en el Festival d’Avignon de 2017. Una pieza escrita para la apuntadora del TNDMII, Cristina Vidal.
Después de su estreno en Avignon y en la Sala Garret del D. Maria II, en el 2017, con un elenco formado por Beatriz Brás, Carla Bolito, Cristina Vidal, Isabel Abreu, João Pedro Vaz, Sofia Dias y Vítor Roriz, después de una gira internacional desde París a San Petersburgo y de ser escogido por el diario Le Monde (27/12/2018) como el segundo mejor espectáculo del año presentado en Francia, volvió al TNDMII a mediados de enero de este año 2019, con alguna variación en el elenco: Beatriz Brás, Carla Bolito, Cristina Vidal, Isabel Abreu, Marco Mendoça y Romeu Costa.
El elenco siempre es importante en cualquier espectáculo, pero en el caso de Tiago Rodrigues da la impresión de que aún es más relevante, pues se nota que la obra (el texto) ha sido compuesta en función de un elenco determinado, según las posibilidades surgidas en el proceso de ensayos. En otras piezas que he podido ver de este dramaturgo, como António e Cleópatra (2014), Bovary (2014) o Como ela morre (2017), era clara la vinculación directa del texto con el elenco, del texto en tanto dramaturgia, en tanto diseño de acciones.
Lo primero que llama la atención en Sopro es el espacio escénico, con escenografía e iluminación de Thomas Walgrave, director del Alkantara Festival y uno de los fundadores de la compañía belga Tg Stan, con la que también ha trabajado Tiago Rodrigues. Se trata de un espacio diáfano, con un suelo de tablas, con el foro y los laterales cubiertos por amplios cortinajes blancos que, a veces, agita el viento, como en aquel poético espacio de Peter Pabst, en la última pieza dirigida por Pina Bausch, Sweet Mambo.
El soplo del texto realizado por la apuntadora, se convierte, por efecto del aire en los cortinajes blancos, en un símbolo de todos los fantasmas que han habitado las tablas y que ese ser invisible, el apuntador, tiene anotado en su libreto. Porque el apuntador no solo soplaba el texto, sino que también tenía anotadas las entradas y salidas y las principales posiciones y desplazamientos de los personajes.
Sopro comienza y acaba con Cristina Vidal, apuntadora del D. Maria II desde los años 70, vestida de negro, con el libreto y una linterna en las manos. Ella da las indicaciones de entradas y salidas a las actrices y actores. Ella les indica, con gestos limpios y seguros sus posiciones, igual que una azafata de vuelo nos da las instrucciones necesarias en caso de emergencia dentro de una aeronave. Solo le escuchamos susurrar al lado o detrás de las actrices y actores. Observamos su profesionalidad impecable, su savoir faire y su saber estar.
Resulta curioso constatar que, aunque Sopro nos hace visible la figura real de una apuntadora, porque aquí no se trata de una actriz que interpreta al personaje del apuntador, su actuación es semejante a la de los actores de Bunraku que manipulan marionetas del tamaño de una persona. Estamos viendo simultáneamente al actor y a la apuntadora, que va de negro, como si fuese la sombra del actor al que le sopla el texto. Nuestra atención se encuentra dividida entre esas dos presencias, fluctuando entre ellas.
Nunca se da una identificación con ninguno de los personajes interpretados por las actrices y actores, o, por lo menos, esto es lo que me ha ocurrido a mí. Nunca se da esa identificación con los personajes interpretados, como ocurriría en una obra dramática realista o en el cine, porque, por un lado, las actrices y actores, en Sopro, representan diferentes personajes de diferentes obras de repertorio, desde Berenice de Jean Racine o Las tres hermanas de Antón Chéjov, hasta la Antígona de Sófocles, pasando por El avaro de Molière y Dinis e Isabel de António Patrício. El espectáculo, en este sentido, contiene un collage de escenas que provienen de diferentes obras, para ejemplificar algunas de las anécdotas vitales más representativas de la vida laboral de la apuntadora protagonista. Esto supone un juego con fragmentos de escenas y de personajes que, al no mantener la continuidad de ninguno de ellos, evita la típica identificación psicológica.
Por otro lado, está la presencia de esa especie de titiritera que es la apuntadora, soplándole el texto e indicando posiciones a las actrices y actores, otro mecanismo de distanciamiento afectivo respecto a los personajes que estos interpretan. Lo fascinante, en esta propuesta, sin embargo, es que la empatía y el afecto se enfocan, precisamente, hacia las actrices y actores, hacia la apuntadora y hacia la máquina o juguete teatral.
Entre el collage de citas de espectáculos y obras, Sopro va tejiendo también la historia de una troupe de teatro en diferentes épocas: la directora, que también actúa, las actrices y los actores. La apuntadora real en escena: Cristina Vidal y dos actrices, Beatriz Brás y Carla Bolito, que hacen de apuntadora en diferentes etapas de su vida, asumiendo y haciendo audible, de esta manera, la voz de la apuntadora real que les susurra el texto. Así, entre las diferentes anécdotas teatrales, ilustradas por escenas de obras diversas, se va hilando la historia de la apuntadora y de esa troupe teatral.
“La discreción del apuntador, tiene que ser proporcional a la indiscreción de los actores” repite el personaje de la apuntadora, soplado por la apuntadora real, en diferentes momentos de la trama.
La indiscreción se hace ostensible en las escenas más cómicas, a modo de gags en los que se juega con la sobreactuación y la doble máscara. Por ejemplo, en el velatorio de Isabel, donde las poses afectadas de los personajes componen un cuadro estereotipado adobado por las dificultades del actor, que representa a D. Dinis, para decir su texto y de la apuntadora para lograr soplárselo con eficacia. O la escena del monólogo de Harpagón, en la que Romeu Costa representa a un actor indómito, que corretea por el escenario, sin mantener ninguna de las posiciones ensayadas e inventa texto, lo cual supone un verdadero rompecabezas para la apuntadora, que debe correr entre cajas para soplarle las réplicas. Además, como el actor se salta frases o vuelve hacia atrás en el texto, a la apuntadora le resulta una misión imposible encontrar la frase y cuando la encuentra el actor ya está en la otra esquina del escenario y no le escucha.
Lejos de la comicidad de esos sketches surgen momentos ligados a una emoción más existencial, como cuando el relato de la apuntadora nos describe cómo la actriz, a la que llama Ismene, supo de la muerte de su hermano justo antes de entrar en escena, en Antígona, y esa fue la única noche que no lloró en escena.
La apuntadora utiliza el nombre de los personajes que interpretaban los actores y actrices que cita, en este caso Ismene, para preservar su verdadera identidad. Con este recurso, Tiago Rodrigues, juega a otorgarle veracidad al relato, haciéndolo pasar por un documento de la historia particular del teatro que la apuntadora del D. Maria II nos está contando. Para ello también utiliza fechas de estreno de los espectáculos citados y algunos datos del contexto social.
El juego meta-teatral de espejos y espejismos genera, en la apuntadora y en la recepción, la confusión entre las historias de las actrices y actores con las de los personajes de las obras que hacían.
“Respiramos el mismo aire, contamos las mismas historias.
Acompaño la respiración de cada actor.
Cada uno respira a su manera,
pero siempre es el mismo aire
contaminado de historias.”
Los dramas seleccionados en ese collage, acaban por dar paso al drama de los actores de la troupe, ahora como personajes. La directora, interpretada por Isabel Abreu, y Verschinin, interpretado por Romeu Costa, ensayan el final, que coincide con la enfermedad grave de la directora.
El 14 de febrero de 1978 es el primer día de trabajo de la apuntadora. 14 de febrero, día de San Valentín, día del amor. 14 de febrero de 1977 es el año del nacimiento del personaje de la directora, que coincide con el año de nacimiento de Tiago Rodrigues. Una trenza entre realidad y ficción o un juego de espejos semejante al que supone un apuntador y un actor.
Al mismo tiempo, la figura del apuntador, en este caso apuntadora, también se puede leer como el representante del autor-director en escena, o el intermediario entre la dirección y las actrices y actores. La diferencia substancial y sutil en el estilo del estar en escena de la apuntadora, respecto a las actrices y actores, genera una tensión especial fascinante que, de alguna manera, nos ayuda a percibir y a celebrar el oficio del teatro.
Me gustaría señalar también la especial sensibilidad lingüística y literaria del texto, con párrafos que son pura música, utilizando aliteraciones, o pasajes que son sorprendentes y luminosas reflexiones sobre el arte del teatro.
“As pontas dos dedos do ponto no palco, de puntas […]” (Las puntas de los dedos del apuntador en el escenario, de puntillas), cuando recuerda la primera vez que se asomó a la concha del apuntador y solo tenía unos pocos años, por eso debía ponerse de puntillas para llegar al escenario, en aquel día de los enamorados.
“O tapete de pétalas” (La alfombra de pétalos) en la descripción del cuadro de Isabel difunta, en Dinis e Isabel.
Son solo dos ejemplos de ese trabajo con la sonoridad de las palabras.
El aire en las cortinas blancas, que envuelven el teatro, el colorido vestuario de actrices y actores, en diversos momentos de representación, la figura vestida de negro de la apuntadora, su realidad en escena, la canción que cantan, Wild is the wind, con letra de Ned Washington y música de Dimitri Tiomkin, hacen brotar momentos en los que, en efecto, pasa un Ángel por el escenario y nos sobrevuela.
A veces, en la vida, también parece que alguien nos sopla el texto.
P.S. – Sobre otras piezas de Tiago Rodrigues, en esta misma sección de Artezblai:
“El teatro como soirée. Marcel Proust y Gonçalo Waddington”, publicado el 7 de noviembre de 2014.
“Memoria y cambio en escena”, publicado el 10 de marzo de 2015 (Sobre By Heart).
“A través de los ojos del otro, como en el amor, en el teatro”, publicado el 16 de julio de 2015 (Sobre António e Cleópatra).
“Tiago Rodrigues y Tg STAN. Como ela morre”, publicado el 3 de junio de 2017.