SPAM/Rafael Spregelburg
La imaginación desaforada de Rafael Spregelburd
Ya de por sí, la carrera de Rafael Spregelburd es la de un meteorito que aparece en el cielo argentino a principios de los noventa (Cucha de almas, 1992) y pronto estalla en una densa lluvia de fragmentos que, a la luz de incandescentes destellos, cubre el mundo entero. Actor, autor y director de mérito a partes iguales, sus maestros han sido Mauricio Kartun en la autoría y Ricardo Bartís en la dirección, dejándole a su propio genio y experiencia su excelencia en la interpretación.
Ganador de decenas de premios (entre ellos el Tirso de Molina por La estupidez en 2003) y requerido por centenares de teatros e instituciones pedagógicas (comenzó su carrera didáctica como becario en la sala Beckett), su producción alcanza en estos momentos del orden de treinta y cinco obras dramáticas, entre las que figuran en particular las siete que, escritas a lo largo de diez años, componen la Heptalogía de Hieronymus Bosch, un ciclo de carácter cívico-moral-educativo en el que da un repaso a los efectos que producen los siete pecados capitales en la vida afectiva y mental de sus personajes. De modo que se puede afirmar sin duda alguna que su trayectoria le convierte, junto con fenómenos como Daniel Veronese o Claudio Tolcachir, en uno de los grandes del teatro argentino de hoy en día.
Mi primer contacto con su producción fue, sin embargo, un tanto tardío pues se produjo en el Festival de Aviñón de 2011 al presenciar la representación de dos de sus obras escritas en el 2008: La Paranoia y La Terquedad. Puestas en escena por el Théâtre des Lucioles de Rennes bajo la dirección de Élise Vigier y Marcial di Fonzo Bo con un excelente plantel de actores, tuve entonces la oportunidad de contemplar dos de los extremos entre los que se ha venido moviendo su teatro hasta la fecha. Uno de estos extremos corresponde a la penúltima comedia de la Heptalogía, La paranoia, que hace honor a su título en cuanto que se trata de una esquizofrénica amalgama de tebeo, serial radiofónico, culebrón televisivo, cine de serie B y telerrealidad que, ilustrando un tema de ciencia-ficción absolutamente inenarrable, es un prodigio de ingenio y creatividad. Ahora bien, si es cierto que nos mantiene en vilo todo el tiempo que dura la función, una vez finalizada ésta, su recuerdo se va diluyendo en la memoria hasta quedar tan sólo, junto al del buen rato que pasamos, algunos retazos, breves pero punzantes, del caos al que estuvimos sometidos. Una comedia pues que actúa como un electroshock, marea las neuronas y afecta a su disposición, pero sin darnos cuenta más que de la conmoción. En el extremo opuesto está La Terquedad, con la que se concluye la Heptalogía. No porque su trama (la vida en un pequeño pueblo de Valencia días antes de ser ocupado por los nacionales) o sus personajes (el comisario Planc, sus hijas, sus mujeres (la ex y la oficial), un cura lúbrico y milagrero, un brigadista y un experto en lingüística enviado por el Soviet Supremo para comprobar la eficacia de la última y parlanchina máquina construida por Planc) sean menos caóticos que los anteriores, sino porque en esta ocasión se trata de un caos ordenado: cada acontecimiento principal se repite una vez y en el mismo minuto, proyectado ex-profeso sobre la pared, en otro de los tres actos de la obra y en un lugar distinto de la casa. Así, por poner un ejemplo, si en el primer acto, un personaje sale del salón por la puerta principal que da al jardín, no dejará de salir al jardín en el mismo momento en el segundo o tercer acto. Claro que la primera vez, le veremos salir al jardín desde el salón y la segunda, pasar de la casa al jardín desde el exterior. Una sincronía temporal y espacial que ciñe la acción a una realidad simulada – no es la percepción del espectador sino el decorado el que se mueve – cuyos mecanismos son visibles y se trata de adivinar (aquí, los muertos no vienen de la guerra sino de un suceso accidental). Otra combinación de mecanismos y una forma diversa de actuar darían, utilizando los mismos elementos, una diferente realidad. Lo que para el autor es el motor del mundo: el azar.
Que yo sepa, La Terquedad se representó aquel mismo año en el festival Grec de Barcelona pero, como tantas obras europeas, no llegó hasta Madrid. Así que tuvieron que transcurrir unos meses para que, el 5 de diciembre de 2012, el CDN de Ernesto Caballero estrenara con todos los honores una obra de Spregelburg en la sala Francisco Nieva del Valle-Inclán. Se trataba de Lúcido, escrita en 2006, que fue representada por Alberto Amarilla, Tomás del Estal, Itziar Miranda e Isabel Ordás bajo la dirección de Amelia Ochandiano. La propia directora la calificó en el programa de mano como «un melodrama familiar en clave de comedia de suspense», un género, éste de la comedia familiar (sobre todo, si como era el caso, contaba con esos ribetes de ensoñación psíquica tan apreciados del público argentino), tratado por sus principales dramaturgos con los que Spregelburd se alineaba en esta ocasión. La segunda comedia del autor que se presentó en Madrid el 16 de enero de 1916 en las Naves del Español en el Matadero fue La estupidez, cuarta creación de la Heptalogía que su autor había escrito, dirigido e interpretado en 2003. Puesta en escena aquí por los cinco componentes (Fran Perea, Toni Acosta, Ainhoa Santamaría, Javi Coll y Javier Márquez) del equipo capitaneado por Fernando Soto que tanto éxito había obtenido con Feelgood, se trataba ahora, ya que la obra se desarrollaba en Las Vegas, de quintuplicar la apuesta inicial y dar vida a 24 personajes: falsos científicos, falsos marchantes, falsas estrellas del pop y unos motoristas de la policía que, por su supina estupidez, también debían de ser falsos. Una comedia desternillante, brillantemente actuada por los de Feelgood, que nos recordaba, además de seguir el estilo de La Paranoia aún más desatado si cabe, aquellas obras de nuestro teatro clásico en las que no hacen más que abrirse puertas y cerrarse ofreciéndonos una sorpresa cada vez.
De modo que, cuando nos acomodamos en la sala Verde de los teatros del Canal para ver, dentro del XXXIV Festival de Otoño a Primavera, al propio Rafael Spregelburd y a su compañero, el músico Zypce, representar la Sprechoper (ópera hablada) titulada SPAM, basta con echar un vistazo al programa de mano para sospechar lo que vamos a ver: otra sucesión alocada de sketches, cada cual más surrealista que el anterior: un profesor amnésico que se despierta en un hotel de Malta y viste como James Bond, una mafia oriental que le persigue, un buzo suizo que querría ayudarle y rueda una película bajo el mar (o lo simula), los requerimientos de su alumna Cassandra para que le dirija la tesis, consejos para agrandar el pene, muñecas parlantes malhabladas, la lengua de los eblaitas, un pueblo ya extinto de Mesopotamia… Y efectivamente, es lo que vemos. Pero con varias sorpresas agradables. La primera, Spregelburd en escena, un estupendo actor que es capaz de memorizar tres horas y media de monólogo y establecer una relación con el público que le mantenga entretenido. La segunda, su compañero Zypce, el creador de una textura musical que acompaña al actor durante la obra y proviene de los más inesperados recursos de la física recreativa. Y la tercera, una visión del mundo y sus problemas – la globalización, las redes sociales, los medios de comunicación, el desconcierto de las naciones, la acumulación de basura, la desaparición de lenguas y civilizaciones… – contemplados como en un delirio que nos llevase al Apocalipsis. Es como si el autor se hubiese hecho más sabio y estuviera sustituyendo sus comedias más desaforadas por otras que muestran más sosiego, como lo era La Terquedad. No es que haya perdido el humor, ni mucho menos, pero va acompañado por una reflexión, de carácter mordaz las más de las veces, que da tiempo a pensar al espectador. Una ligera dilación que es muy de agradecer por el público en cuanto facilita su comprensión y le permite apreciar en lo que vale la inteligencia y capacidad del artista.
David Ladra
Febrero 2017
Título: SPAM (Ópera hablada, 2013) – Idea original, texto y dirección general: Rafael Spregelburg – Ideas, música original y dirección musical: Zypce – Intérpretes: Rafael Spregelburg (Monti) y Zypce (músico) – Asistente de dirección: Gabriel Guz – Iluminación y espacio: Santiago Badillo – Asistente de sonido: Mauro Petrillo – Sistema de video: Agustín Genoud, Paula Coton y Dina Lafont – Producción delegada y agente en España: Carlota Guivernau – Coproducción de: Spregelburd/Zypce, Centro Experimental del Teatro Colón (CETC) y Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA 2013), con el apoyo de INT y Teatro El Extranjero. Teatros del Canal, sala Verde. Del 19 al 22 de Enero de 2017