Stabat Mater / Antonio Tarantino / Magda Puyo
Mater dolorosa, rijosa y jocosa
Magda Puyo dirige una versión brutalista del monodrama de Tarantino en el TNC, convirtiendo la función en un pequeño Via Crucis por los almacenes del teatro, con una Montse Esteve desbordante y cautivadora.
Es la duodécima estación del Via Crucis, entre la crucifixión y el descendimiento. Una imagen poderosa por su simplicidad, con la Virgen a un lado, Juan evangelista al otro, y un Cristo agonizante suspendido en el centro. Una estampa con secreta enjundia narrativa, porque el protagonismo se ha deslizado, con encanto manierista, hacia los márgenes: la madre doliente y el fiel discípulo oyen cómo Cristo los declara, en su último suspiro, madre e hijo. Y eso es todo. El anticlímax de la Pasión, el breve respiro antes de la expiración que ha hecho correr kilómetros de pentagramas y ríos de pintura al óleo. Y todo basado en unos versos latinos que ni siquiera están en la Biblia, aunque se inspiren en ella. Una plegaria compuesta por algún Papa del medievo que no pudo resistir la locuaz tentación de glosar la estampa, y que popularizó su sencillo íncipit, donde simplemente constataba lo obvio: “Stabat Mater dolorosa / Luxta crucem lacrimosa, / Dum pendebat filius”.
Antonio Tarantino cayó también en la tentación y glosó el duocédimo paso de la Pasión, adaptándolo a la Italia de los 1990, donde introdujo una sonora blasfemia: hablar por boca de una María que no sólo no era virgen, sino que hacía la carrera, y que esperaba a su amante Juan (Giovanni) mientras le hacía obscenos reproches imaginarios. El resto de la historia no es tan distinto: un hijo revolucionario que no está hecho para la boca de asno de este mundo y que, precisamente por eso, es sacrificado con impiedad y alevosía. En la versión de Tarantino, la Roma de Pilatos (que se lava las manos con Mistol) es la corrupta clase política del Tangentopolis, con irónica presidencia democristiana de Scalfaro, y con un crucificado no por casualidad anarquista, esto es, sin Dios ni amo. Nada nuevo bajo el sol, cierto, porque el relato materno con hijo revolucionario ausente estaba nada menos que en La madre (1907) de Gorki, y la sociología de a pie de los lupanares italianos, que desnudan por igual a poderosos y humildes, recuerda a La romana (1947) de Moravia. Pero la actualización de Tarantino escandalizó y entusiasmó a partes iguales en su estreno (1993), y su prostituida madona sigue siendo un revulsivo oratorio y moral, que sólo al final peca de obvia en sus filiaciones bíblicas y en sus extrapolaciones políticas.
Magda Puyo ha llevado al TNC este acto primero de los cuatro actos profanos de Tarantino, convirtiendo la función en un pequeño Via Crucis por los bajos del teatro. Algo que parecería razonable a priori, teniendo como fondo la Pasión, pero que contraviene la lógica del Stabat Mater como paso, su etimología pasiva y paciente, lo que su estación tiene de estacionaria, su derroche de carácter sin acción. Porque Puyo guía a los espectadores entre muebles y máquinas, por pasillos y escaleras, siguiendo los pasos de una Montse Esteve que habla dentro y fuera de campo, ocupando hasta cinco escenas distintas y emulando a veces al hijo del que se duele, como cuando carga un enorme tubo de plástico a modo de cruz brutalista. Y es que la escenografía de estos almacenes no admite otro ismo, con sus suelos de hormigón, sus tuberías a la vista y una música concreta de inspiración industrial: inquietantes chirridos metálicos a lo lejos que habrían de decirnos algo del monodrama de María, de su elemental angustia materna por la opacidad de la justicia y por la posibilidad de que su hijo, preso de conciencia, ceda a las pulsiones autodestructivas de la cárcel. Pero los chirridos dicen más bien poco, y el peregrinaje subterráneo acaba desdibujando el relato.
Esteve está, sin embargo, arrebatadora por encima de todas las irregularidades del guion, arrastrándonos desde el registro grosero, racista y murmurador de la María que espera a Giovanni hasta los hilarantes pasajes de cotilleo con su ametrallada dicción de vértigo, para desembocar en unos conmovedores compases finales, con sus pausas y sus voces bien sentidas y bien medidas, que transmiten toda la impotencia moral de esta animosa mujer humilde, que ha sabido poner buena cara al mal tiempo, ser jocosa y rijosa, pero que se descompone cuando le tocan al hijo que ha criado ella sola, cuando entiende la peligrosa inteligencia de los pobres y el poder omnímodo de “la política”. Esteve justifica con creces esta función arriesgada y atípica, llenándola de energía, humor y registros, ofreciendo un auténtico recital, flaquezas dramatúrgicas aparte. A lo que cabe añadir el mérito también de Puyo de habernos traído este valioso Tarantino. Uno de esos buenos dramaturgos contemporáneos que deberían programarse más a menudo.
Gabriel Sevilla
STABAT MATER
Texto Antonio Tarantino
Traducción Albert Arribas
Versión y dirección Magda Puyo
Espacio sonoro Lucas Ariel Vallejos
Movimiento Encarni Sánchez
Producción Compañía de Montse Esteve
Reparto
MONTSE ESTEVE – María