Sugestivo espectáculo dedicado a las musas del flamenco
La compañía cacereña La Almena Producciones –de Luis S. Molina Sanz- representó en el Centro Cultural Nueva Ciudad de Mérida «Amapolas Negras», espectáculo pintoresco que fusiona las disciplinas artísticas de teatro y del flamenco, escrito y dirigido por Marino G. Montero.
La trama del texto, o más propiamente guión dramático, nos adentra en la vivencia de dos mujeres -Nane y Vicky- enfrentadas a la decisión de qué rumbo tomar con una taberna legada por su recién fallecida madre. En ese espacio, se encuentran con el guitarrista y el percusionista que solían actuar en ese mismo el lugar. Estos músicos, guiados por la corriente de los recuerdos, nos revelan no solo las historias de las protagonistas, sino también las de otras almas femeninas a lo largo de la rica historia del flamenco y de la existencia misma.
«Amapolas negras» en su dramaturgia teje una sugestiva oda a la feminidad sin fanatismos, honrando a las mujeres en su esencia y destacando a las musas del flamenco. Un canto apasionado destinado a aquellas artistas cantaoras y bailaoras prevalecidas que a lo largo de la historia han vertido su arte con gracia, entregando cuerpo y talento en la escena de la vida flamenca. El homenaje se erige como un altar de reconocimiento a aquellas que, hasta prácticamente ayer, vieron su reconocimiento y acceso al flamenco obstaculizado por las sombras de la tradición.
Se cuenta la historia de que nadie interpretó las malagueñas con tanta destreza como La Trini o María Borrico. Esta última, pionera entre las que cantaron seguiriyas, fue reconocida por su habilidad en el cante de remate o cambio. También destacan las hermanas Bernarda y Fernanda de Utrera, cuyas trayectorias se desarrollaron de manera paralela por más de cinco décadas. Bernarda, especialista en cantes festivos como la bulería, era elogiada por su conocimiento enciclopédico de todos los estilos del flamenco. Fernanda, estaba considerada como la mejor intérprete de soleares de todos los tiempos, En 1952, desafiaron la voluntad de su padre al participar en la película «Duendes y Misterios del Flamenco» de Edgar Neville. A pesar de su innegable talento, muchas de estas artistas enfrentaron el obstáculo adicional de pertenecer a la comunidad gitana, complicando aún más su dedicación a esta noble vocación del cante.
La puesta en escena de Marino G. Montero, que se inicia con una introducción de esa historia -bien declamada por el mismo autor/director- es más musical que teatral, resaltando las hermosas letras que abarcan diversos géneros flamencos (como tangos extremeños, fandangos, malagueñas, martinetes, seguiriyas, alegrías, bulerías, entre otros), todas ellas inéditas y meticulosamente concebidas para las dos intérpretes. Además, incorpora algunas letras flamenquizadas del cantautor Pablo Guerrero, enriqueciendo aún más la propuesta. Asimismo, la escenografía del acogedor bar, donde se desarrollan con buen ritmo las acciones teatrales y musicales, se complementa con una amplia pantalla que exhibe la sugerente visión pictórica de Carmen Rodríguez Palop. En ella, se despliegan los retratos que capturan la esencia única e irrepetible de estas mujeres.
En la interpretación, Nane Ramos y Vicky González despiertan admiración con su destreza en el cante, sin embargo, su desempeño en la actuación teatral evidencia en ocasiones cierta falta de desenvoltura escénica. En este ligero descontrol, la dirección actoral de Marino G. Montero flojea. Por otro lado, cabe destacar el arte de la joven bailaora Aroa Bravo (formada en las escuelas de Jesús Ortega y Farruquito), quien brilla al ejecutar esplendorosa el zapateo y los movimientos de brazos en su diálogo con los cantes. Todas las notas musicales convergen en una armonía perfecta, orquestada por la interpretación y dirección musical del tocaor Perico de la Paula, acompañado del genio inspirado en la percusión de Mario Holgado.
El público aplaudió puesto de pie y encantado la exitosa función.
José Manuel Villafaina