Zona de mutación

Teatro bi-polar

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Eduardo del Estal1 comenta en ‘Historia de la mirada’ que uno al ver el cuadro no capta la calidad material de la tela, la que no solo queda suprimida sino asimilada a la luz. Entonces lo que se percibe de un cuadro es la cualidad de lo que trasciende los materiales primarios, lo que es sustancialmente artístico.

Esto me actualiza cómo en el teatro el escenario (elevado, demarcado o apenas subjetivado) es asimilado como un sobredimensionamiento de lo real.

Esto vendría a tener una consecuencia importante, cual es la percepción de esa metáfora estructural, significante en sí misma, previo a cualquier contenido que se precie o se le adjudique. En todo caso, dicha formalización ya tiene incidencia sobre el contenido. Esta ‘zona de veda’ (Gastón Breyer) establece una supresión, un vacío que será ocupado por esa calidad de lo trascendente a la corporeidad material del espacio escénico. Acrisolará lo que es teatral eliminando la materia soporte del mismo. Esta demarcación opera aún en la sola mentalización de lo teatral, suponiendo que el teatro digital, el hiperdrama, sea sumado a la consideración o aún la de un puro teatro subjetivo.

Decir teatro es la metáfora social que crea un encuadre, un ‘close up’ sobre las cosas, sobre la vida. Una embocadura. En algún sentido ya Artaud sugería esto, el teatro ínsito a la vida, como si llevara implícita su visibilidad crítica. Condición ésta que sobrepasa a las tecnologías. Teatro como metáfora social del ver o no ver, como flujo bi-polar entre dos centros de la esfera creativa: el centro del sí mismo y el punto liminal de lo que está fuera de nosotros, pero puede ser abordado por la conciencia.

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La sensación es un dramema, en términos de unidad dramática. Todo movimiento tiene su secreto, genera una sensación corporal. Lo inverso también es válido: toda sensación puede generar un movimiento. Entonces, la fuerza de empuje para la acción es decisional. Es decir, ¿cuál es la energía que antecede a la acción y la motiva? En los dibujos animados, cada vez que un personaje va a salir en pos de algo, da un pequeño retroceso de impulso. Esto que puede ser una exageración, muestra que el impulso contrarresta una fuerza opuesta, que será la misma que será re-enfatizada para poder detener la marcha. Esto hace ver que para una partida y una detención, intervienen un conjunto de marchas y contramarchas, fuerzas y contrafuerzas equilibrantes. La motivación es una tensión deseante, la acción será una descarga equilibrante. Con lo que salta el sentido oximorónico que tiene la acción teatral, porque al activarse en realidad equilibra. El clímax orgásmico sería un ejemplo similar, en cuanto es la solución a una sobrecarga acumulada de energía. El orgasmo soluciona en vibración lo que es acción y reposo. La acción sería así una sucesión de ‘estados instalados’ en el actor. Retomando lo arriba dicho, quiere decir que los planos de la acción son destacables por efecto de un contraste, como la luz de un cuadro puede evaluarse por la sombra. Producida la sensación, puedo ser fiel a ella, o no. El efecto de mi apego o desapego a ella, producirá efectos reactivos diferentes en quien mira, hollado por la sensación pura que impacta en su piel o bien, armará una defensa, una armadura en su mente si es que siente que en vez de la sensación pura, percuta sobre él la reacción a la misma que hace el emisor, y no la sensación por sí misma. Con lo que, lo que golpea sobre la piel del receptor es la ‘versión’ que hace a dicha sensación el emisor. Creo que éste es un paso más profundo a meramente decir que ‘si yo lo creo, el que mira lo creerá’. Saquemos la creencia y no hagamos de la piel un templo y de la valoración un sacerdote. La verdad es material y el artista que la cincela es materialista. Pero como no estamos en un sistema verificatorio, sino artístico, poético, es tonto considerar a esa materialidad como alguna forma desalmada o desespiritualizante. Por eso, no se trata que el artista sea un científico, sino un poeta. En las reacciones orgánicas a este proceso, no se pone en marcha un ‘organismo’ sino que la sensación dispara descargas imaginarias que al accionarse, destruyen la imagen de organismo como sistema prejuiciado, alienado a impulsos previsibles.

[1] ‘Historia de la Mirada’, Editorial Atuel, 2010.

 


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