Teatro coral
El teatro de las voces colectivas. El coro puede ser una simple convención o puede ser el rasguño en la piel de la especie. La inflexión abarcativa que se extiende a las voces. Cualquier timbre es un pretexto para poner a hablar al grupo. Lo coral articula la emisión del Todos en el Uno. Y aún unos cantarán por otros. Y aún cadáveres de pájaros navegarán los intersticios de las aguas muertas.
El coro aparenta impostergable, indeclinable. El clamor profundo de la raza de los hombres. Y aún, con todo, remolcando el carro de la culpa de no propiciar los gestos singulares. Lamento, réquiem colectivo de los individuos impedidos. La síncopa gregaria es un graznido hambriento de lo que connota pueblo.
Lo paradójico del hablar de todos, acompasados al unísono, es la degradación de lo diverso hacia lo único. Siempre el desafío del coro plural.
El coro asume una dualidad similar a la condición cuántica de la luz: u onda o corpúsculo. Aquí: o voz efectiva del Todos o enajenación del Individuo en la masa. Es un ritmo histórico, una vivencia que nadie puede argüir desconocer.
Los coros a ‘paso de ganso’ por mandato del líder, o las cosas a unidades de conciencia que potencian en el todos, en firmes nudos borromeos, las envergaduras creativas de los yoes solitarios.
Las técnicas conciliatorias que se imbrican en un solo estrato sonoro, guardan la reminiscencia de la voz primera. La fundante e inaugural. Las voces varias en la oquedad del infinito, no puede menos que conducir al rezo, a la plegaria. Los solistas que se desprenden de la masa, cortan con distancia los antecedentes filogenéticos que una nota en el cuenco de la memoria, es capaz de de provocar el remezón que rememora al grupo, a la horda primaria, a la manada.
Los solistas se envalentonan en la materia que los corporiza en el presente, mientras las voces arcaicas resuenan como recónditos fantasmas de un tiempo ya ido.
Los coros pueden levantar la voz hasta obligar a los solistas a tapar sus oídos, pero sin embargo en la posterior emisión, la voz tendrá mayor alcance, más pureza y limpidez, porque esa filiación, aumenta la penetración de los sentidos. No existiría su voz sin el respaldo de esa memoria. No desgranaría la voz en mil matices, si no estuviera el viejo acecho de aquella familia consanguínea. No podría una voz ser todas las voces sin ese sentimiento.
Las viejas democracias y representatividades, trasuntan en el mero timbre de la voz. El balbuceo de la lengua común, y la certeza del cuerpo, que apenas sí somos capaces de reconocer en otros cuerpos.