Teatro de la ubicación (I)
‘Theater op locatie’ es un concepto neerlandés. ‘Teatro en la ubicación’ es su traducción literal, aunque ‘teatro de la ubicación’ podría definir mejor dicha manera de entender el teatro. El teatro de la ubicación seria aquel en el que el espacio de representación es, sino el protagonista, uno de los personajes principales de la función. La escenificación parte del diálogo que el contenido tiene que establecer con el espacio de exhibición.
En el mundo anglosajón se le puede llamar ‘Site specific theatre’, teatro concebido para un espacio concreto, aunque últimamente se recurra a este término para explicar cualquier tipo de producción presentada fuera de un hábitat convencional.
En el Estado español, a este tipo de material artístico le hemos llamado como hemos podido. Hemos hablado de teatro para ser representado en espacios singulares o de dramaturgias pensadas para emplazamientos no convencionales, colándose en programaciones callejeras, alternativas o vanguardistas. Aunque el teatro de la ubicación es tan antiguo como el mismo teatro, sus necesidades de producción y recepción lo convirtieron en un producto codiciado por muchos festivales avanzados, certámenes que, como los desmantelados VEO o Panorama, tanto insistieron en el hecho de que esto del teatro no tiene que ver con los edificios sino con el hecho de vivir una experiencia.
Más allá del ‘Theater op locatie’, existe una generación de creadores holandeses que, partiendo de dicho género –pues la mayoría debutaron en el Festival de Oerol-, está presentando en salas convencionales espectáculos en los que el espacio escénico constituye el motor de la narración. Un elemento o conjunto de elementos, una distribución específica, una recepción supeditada a un dispositivo concreto… se trata de elaborar discurso teatral alrededor de metáforas espaciales fecundas, catalizadoras de muchas posibilidades conceptuales. En Les spectateurs (2011), de Lotte van den Berg, la escenografía está al servicio de la construcción de una imagen concreta, un momento en el que se destila el mensaje final del espectáculo; Dries Verhoeven en Donkere kamer (2012), por otra parte, sube al público al escenario, pero también incorpora al espacio urbano en la caja negra gracias al uso de una cámara de video panorámica y a la posterior proyección del material recogido minutos antes de la función y durante la interpretación magistral de cuatro intérpretes ciegos; también en Spiegel (2012), de Boukje Schweigman, contenido y continente se funden a través de una recepción condicionada por una escenografía que da una última capa de profundidad y perspectiva al material artístico que se presenta.
Y, ante todos estos espectáculos, una constante, una idea que me visita una y otra vez. Al teatro de calle de nuestro país le sobran constructores y le faltan conceptos. Incluso el ‘Teatro de la ubicación’ nacional puede y debe ir más allá. Me hartaré hasta la saciedad de decir que la profesionalidad en el ejercicio de la creación requiere trabajo, base intelectual y humildad. No es tan difícil. Si no sabemos escribir, contratemos un dramaturgo; si no podemos actuar, llamemos a actores con estudios; si no sabemos de espacio teatral, pensemos en un escenográfo; llamemos a un coreógrafo para que nos eche una mano, si es necesario, con el movimiento escénico… y si no sabemos ni entendemos de nada de todo esto, por favor, cambiemos de oficio, que no está el horno para bollos.
A Holanda volveremos la semana que viene, si me lo permiten, para visitar la programación del Festival Boulevard de ‘s-Hertogenbosch. Ya me disculparan. He vuelto a salirme de tema.