La voz antigua

Teatro sin hogar

Hace unos días, concretamente una semana, asistí a la proyección de una película, cuasi-documental o como el autor indicó en la presentación de la misma: «una especie de oda poética» llamada «Ogni volta che pario con me – Cada vez que hablo conmigo», una película enmarcada dentro del proyecto teatral «Barbonaggio teatrale /Teatro sin hogar» de Ippolito Chiarello. Hacía tiempo que no veía algo que me hiciera pensar o que durante su vivencia o proceso de visualización me provocase emociones o reacciones internas que fueran más allá de pensar en lo que iba hacer el día siguiente o si tenía leche en la nevera. En este caso no hubo interrupciones cotidianas de mi mente pensante, sino una atención continua, un viaje propio a través del viaje del otro, una de esas cosas que dejan poso y siembran semilla.

La película refleja el viaje de un actor que en profunda crisis personal, de la persona, del actor y del personaje, inicia un viaje por las ciudades de Europa «buscando nuevas maneras de vivir, de relacionarse con la gente y de exhibir el teatro hoy en día», ofertando su trabajo como escenas de un menú que los transeúntes degustan según su apetito o sus posibilidades, con dinero o con trueque, desde una escena hasta la pieza completa.

Viendo esa película o viaje poético, pude asistir a la búsqueda personal y al encuentro directo del actor, persona, personaje con el público, no un público-ente abstracto a estudiar o a educar, confinado al patio de butacas y receptor de contenidos y emociones, sino un público-persona, individual (con una persona basta), con la cual establecer una relación directa y consentida de intercambio, aquí y ahora, sin intermediarios, sin oscuros que nos separen: tengo algo que ofrecer y compartir contigo, te lo ofrezco desde donde soy y lo que soy, aquí, ¿quieres que te cuente algo? ¿quieres venir conmigo?, ven, o yo voy a ti,… , un cajón de madera, un pequeño megáfono, una grabadora, una gabardina, lo que soy y lo que quiero contar, tú y yo, una calle, un banco, una plaza, un bar, una parada de metro; lo que importa es que estamos juntos y que aquí va a pasar algo, entre tú y yo, un tu y yo, puede ser un yo y vosotros, pero detrás de cada vosotros hay un tú concreto al que atender, no se lo digo a la oscuridad, no lo lanzo al patio de butacas, te lo estoy diciendo a ti mientras te miro a los ojos.

Quizás me pilló en un momento personal de necesidad de entender «por qué», «cómo», «para qué» y «para quién» hacemos teatro, pero nunca me plantee «dónde» hacemos teatro, en la calle o en la sala, pero no teatro de calle o teatro de sala, teatro. Quizás esas preguntas están siempre vivas dentro de nosotros y las crisis, personales, profesionales, económicas, las sacan a la superficie y hacen que nos vuelvan a asaltar con letras de neón y nos hagan replantearnos por qué hacemos lo que hacemos. Durante la película en algún momento el actor/persona/personaje decía que cuando empezó a hacer teatro pensaba que a través del teatro podía cambiar el mundo y que luego se conformó con cambiar (o poder llegar) a una persona cada vez. Creo que el teatro tiene una gran capacidad transformativa del ser humano, para el que lo hace y para que lo recibe, lo que no sé es donde se pierde esa capacidad o esa transformación, en qué lugar se pierde la conexión.

El teatro como necesidad vital, el teatro como industria, el teatro como estructura, la palabra teatro tiene muchas aristas y a veces creo que me pierdo entre sus múltiples caras, quizás esté en un momento personal de necesidad de síntesis, de llegar a conceptos esenciales desde los que cuales volver a partir de nuevo, quizás sea el cambio de tiempo, quizás sea la llegada del otoño, pero en estos momentos me pregunto qué significa la palabra «teatro» y donde está su hogar y dentro de él nuestro lugar.


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