Teatro, teatro, puro teatro
El teatro todavía tiene ese toque humano que lo hace imprescindible: espacio en tres dimensiones, actores que lo sublimen, y un público que llegue a emocionarse en este intercambio creativo. Nada substituye el hecho teatral, como no sea la imaginación del lector o del televidente, porque el teatro, teatro es, y nada lo duplica.
Todo esto viene a cuento porque quiero hablarles de un espectáculo que ya no está en cartelera y que con dificultad cruzaría el océano para llegar a los escenarios españoles, pero que nos ha dejado varias enseñanzas. Hablo de
Divino Pastor Góngora de Jaime Chabaud, con la actuación de José Sefami, bajo la dirección de Mauricio García Lozano, que se presentó durante mes y medio en el Teatro El Galeón de la ciudad de México.
En estos momentos en los que el teatro busca casi hasta el delirio una nueva identidad, sustentado con toda clase de teorías y prácticas desconcertantes, apoyado en oropeles electrónicos, -Mucho ruido y pocas nueces-, hace bien regresar a los fundamentos: un texto complejo y poético, una actuación audaz y concentrada, una puesta en escena depurada al servicio del espectáculo, un espacio límpido, sin efectos, sin video, sin distracciones o artificios prácticos.
En escena aparece la carreta de un cómico de la legua, como el carromato de la Madre Coraje, un disfraz en hilachos, y el portento teatral sobre los hombros de un actor solitario. Nada más, nada menos, teatro químicamente puro.
Cada parte del espectáculo tiene su propia dimensión: el texto de Chabaud que es una compleja recreación de los dolores y andanzas de un cómico de la legua en el siglo… (actual)… con sus altas y bajas en el aprecio del público, sus delirios y persecuciones, su anhelo de celebridad y su debilidad intrínseca. El teatro y su libertad adosado al humor de los poderosos, y la escena como el fundamento de la arcaica recreación humana.
La dirección de Mauricio García Lozano que no pretende demostrar exóticas teorías teatrales y se convierte en el puente entre el texto, el actor y el público. No más, pero no menos. Darle a cada parte su peso específico, su valor intrínseco, palabras proferidas con vigor, emociones talladas en la piel del actor, público preso del espectáculo. Creo que uno de los trabajos fundamentales de la puesta en escena es saber qué lugar ocupa el público, y aunque en este caso la obra Divino Pastor Góngora facilite la tarea (el público son los otros presidiarios), García Lozano encuentra el tono justo de esta relación.
Y finalizamos con la actuación de José Sefami. Un prodigio de concentración, de entrega a su personaje hasta confundirse con ese cómico de la legua, perseguido y humillado. En el escenario el actor es el rey, el actor es el jefe y las obras dependen del carisma de los intérpretes y Sefami fue el Rey del Galeón. Sobre todo en esta obra en la que aparecen decenas de personajes bajo la gastada piel de Divino Pastor Góngora-José Sefami.
Desde que la obra apareció hace ya 15 años, se ha puesto el acento en su denuncia a la represión y a la libertad de expresión. Parece como si actualmente una obra debiera denunciar algo para tener algún valor. En mi opinión no hay denuncia, hay un reconocimiento profundo a los aspectos fundamentales del teatro: su poder subversivo, su palabra magnificada, la fuerza del actor en escena y la realidad de un público que se reconoce en estas situaciones. Divino Pastor Góngora denuncia la represión, sí, pero también anuncia la fuerza atávica del teatro, fuerza que le da su razón de ser y que convierte a obras escritas hace dos mil quinientos años en textos actuales. De esa estirpe es la obra de Chabaud, de ese linaje es la memorable puesta en escena de Mauricio García Lozano, de esa cepa es la actuación de José Sefami.
A todos ellos, ¡Gracias por esta lección de teatro!